Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Los propósitos

06/02/2024

El primer mes del año ya es historia. Enero pone el candado a muchos sanos propósitos que encierra el arcón de la vida. Un baúl sin fondo, capaz de guardar una existencia entera. Doblados uno sobre otro, ahí se acumulan muchos de nuestros propósitos y esperanzas vitales. La mayoría sin estrenar por falta de voluntad, o por miedo a llevarlos a cabo y defenderlos.
El uno de enero es la llave que abre ese baúl. Ese primer día del año se afronta con la aspiración de expiar pecados, y ascender por la escalera del esfuerzo y del sacrificio. Empeño loable donde los haya, que resuena en la mente al mismo tiempo que las campanadas del fin de año. 
Enero también trae su pétrea realidad. Comencemos por el aspecto físico. El día de Reyes, como es tradición, despierta con el propósito de perder los kilos ganados durante las Navidades. Ese sano planteamiento se formula mientras se degusta un trozo de roscón con nata mojado en chocolate caliente. «Bueno, empezaré mañana», se dice uno mentalmente mientras se rechupetea la nata de los dedos.
Pasan los días, y la báscula se resiste a estar de nuestro lado. Los fríos y las heladas aconsejan cuchara, más que una ensalada de escarola. Potajes, cocidos, lentejas y fabadas se convierten en la mejor compañía con la que paliar los rigores de San Antón y San Sebastián. El kiwi de por la noche -cuando aún no se finalizado la plúmbea digestión del mediodía-, es un trampantojo. 
Otro de los propósitos de enero es acudir al gimnasio. Aprovechando las rebajas, lo oportuno es ir al Decathlon para no aparecer con el chándal de la mili en la sala de musculación. El primer día -y seguramente el último-, es el mejor. Especialmente incentivadora es la charla con el monitor quien, con su experiencia y sentido arácnido, analiza y examina nuestro apacible y confortable aspecto físico. 
De manera mecánica, nos explica la técnica de la bici estática. Mientras, con la mirada, nos lanza un mensaje subliminal que más o menos podría ser este: «me juego mis plantaciones de azúcar a que la semana que viene ya no estás por aquí». Conclusión: el monitor suma más derechos de plantación, y la matrícula del gimnasio sin inquilino que la amortice.
Algo similar ocurre con otras nobles intenciones. La academia de inglés, las sesiones de yoga y las clases semanales de pintura son un ejemplo, y se reducen al recuerdo del pago de la matrícula. Mención aparte merecen las colecciones. Hay quien a ahora, en febrero, no sabe qué hacer con el capó de la maqueta coleccionable de un seiscientos, o con el trinquete del Juan Sebastián El Cano. 
Por acabar la columna de forma positiva: enero no puede acabar con el propósito de seguir creyendo en la justicia. Por esa voluntad y deseo no se paga matrícula. Se cree y se defienden sus principios día a día. Para ese propósito -el de creer y confiar en los magistrados-, el baúl de la vida siempre debe estar abierto, sin dejarse cerrar por manos de quiromantes. Cerrado -y sin la esperanza de no abrirlo-, se llevaría la confianza de los españoles en su seguridad jurídica. Sería un despropósito.