Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Vaya tela

02/04/2024

Tal día como hoy, pero hace doscientos diecinueve años, nacía en la ciudad danesa de Odense el narrador y gran poeta Hans Christian Andersen. 
De él sabemos que era un hombre alto, porque medía ciento ochenta y cinco centímetros. Una estatura que, con independencia del origen nórdico, le haría presumir en aquella época. (Sobre todo, si la comparamos con las medidas antropométricas y carpetovetónicas que se estilaban en esos tiempos por estos lares).
Andersen -como es sabido-, no pasó a la historia por esa altura, sino por la alcanzada gracias a la grandeza de sus cuentos. De su testa tan elevada del suelo, nacieron obras como 'el patito feo', 'las zapatillas rojas' o 'el traje nuevo del emperador', también conocido como 'el rey desnudo'.  Esta última obra, publicada en 1837, es un apólogo con un mensaje de advertencia claro, contundente y seguramente muy actual. Una moraleja que ha sobrepasado los límites del tiempo: «No tiene por qué ser verdad, lo que a todo el mundo se dice y piensa que es verdad». 
El traje del rey narra la historia de un gobernante muy ególatra y narcisista, exclusivamente pendiente de su imagen exterior. Encargó fabricar un traje con la tela más suave y delicada que nadie pudiera imaginar. Esta prenda tenía la especial capacidad de ser invisible. Con ese paño quiso salir a la calle y seguir gobernando. Pensó que todo aquel que no lo viera, o alabase, sería un estúpido.
Sus sastres de la corte, grandes aduladores y muy agradecidos por el enriquecimiento a su servicio, le enseñaron el traje. El monarca -cegado por su narcisismo-, tampoco lo vio pero dijo que le encantaba. Con el traje invisible, pero en verdad desnudo, el rey decidió mostrarse al pueblo. Bien por miedo, o por estupidez y mansedumbre, la gente aplaudió las galas del gobernante sin rechistar. Solo un niño se atrevió a elevar la voz y, como es sabido, dijo: «mirad, pero si el rey va desnudo». El rey escuchó al niño, y siguió su camino sin importarle lo que había escuchado.
Hoy en día, el telar de lo invisible no para de tejer falsedades y propaganda. Costuras que, como Penélope, hay que deshacer con las agujas de la verdad. En la España actual -y a pesar de lo que indica la pirámide demográfica y su déficit de niños-, cada vez son más la voces que pregonan que una parte de nuestra clase política gobernante va desnuda.  Que los hilos de la razón, del sentido común, de la concordia y de la reconciliación sincera no adornan su manera diaria de vestir. El traje invisible que lucen -y que intentan compremos-, está tejido por la mentira, el embuste y la sinrazón. Nos dicen que ese traje es el más bello y el único que se puede lucir, aunque no lo veamos ni toquemos. 
Andersen finaliza su cuento contando que la gente que vio al Rey y escuchó al niño, tardó en cuchichear, pero finalmente lo hizo. Así, hasta que todos gritaron que el gobernante iba desnudo. El rey lo oyó, pero le dio igual. Terminó su desfile luciendo su traje y su desnudez. No sabemos si hasta su palacio, o hasta un desfiladero. 
Vaya tela.

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