Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El afilador

23/04/2024

Bajo el manto del sonido del tiempo se esconde, muda, la flauta del afilador. Olvidadas, sus notas musicales endulzan la memoria de quienes tuvieron el privilegio de escucharlas. En su génesis acústica, la escala musical subía y bajaba en un pentagrama ancestral y único. Desde esa chifla, los graves y agudos otorgaban titularidad y reconocimiento sonoro para cada artista del viento. Un instrumento genuino -arcaico, mágico y cósmico-, conocido como flauta de Pan y que encierra una de las más bellas leyendas de la mitología griega.

Pan era el dios griego de los bosques, pastos y rebaños. Sus patas de cabra le impulsaban con agilidad, sin importunarle los pequeños cuernos que despuntaban en lo alto de su cabeza. Era muy alegre y, a pesar de su apariencia animal, adoraba a los humanos. Un día, Pan se enamoró de una náyade que vio en el bosque. Se llamaba Siringa. La muchacha, al ver a Pan (y no es de extrañar), comenzó a correr muerta de miedo. Las ninfas, conmovidas, decidieron transformarla en una ligera caña. Y Pan, al verla, se quedó observándola anonadado, sin saber cómo reaccionar.

De pronto una brizna de viento pasó por la caña y emitió un dulce sonido. Tan dulce como la voz de su enamorada, y Pan se dio cuenta de que en realidad era ella. Así que tomó la caña y con ella creó una flauta: la flauta siringa. De ella salió el sonido que muchos, de pequeños, oímos cuando el afilador pasaba cerca de casa.

El oficio de afilador también está relacionado con tiempos de escasez y pobreza. Épocas en las que era necesario arreglar y remendar porque no había con qué comprar nada nuevo. De ahí, la importancia del afilador, que se convirtió en imprescindible. De sus manos -y de sus chispas-, renacían deslumbrantes navajas, cuchillos y tijeras. También la canción popular que profetizaba la vida que le esperaba al humilde instrumentista.

Estos tiempos que nos toca vivir, afortunadamente, nada tienen que ver con las penurias que se veían a principios del siglo pasado, ni en los años de las posguerra. Lustros aquellos en los que, como se ha dicho, los afiladores alcanzaron gran esplendor y popularidad.

A la vista de cómo están melladas muchas declaraciones políticas -romas de mentiras y embustes-, el sonido de la flauta de Pan se echa mucho de menos en estos tiempos. Así que, los afiladores tendrían mucha carga laboral con el actual panorama.

Con su habilidad en la rueda de piedra, harían resplandecer los instrumentos dialécticos y de comunicación que defienden la libertad y la sana convivencia. Aquellos que han sido manipulados o mutilados por manos oscuras con objetivos espurios. Los harían resplandecer hasta que la verdad volviera a hacerlos brillar como nuevos.

Como honestos profesionales, rechazarían aquellas navajas, cuchillos y tijeras que no ya no tienen solución, porque han sido desgastadas de tanto cortar, censurar y rajar honestas voluntades. En cambio, se esmerarían en el amolado de las que sirven para proteger la justica, la razón, el sentido común, la convivencia, la concordia y el reencuentro verdadero.

Bueno sería, en estos tiempos, volver a topar con un afilador. Y con su flauta de Pan, anunciando la llegada del resplandor de la verdad.

ARCHIVADO EN: Música, Pobreza