Miguel Ángel Collado

Alma Mater

Miguel Ángel Collado


Bolonia, París, Toledo

17/07/2023

La universidad es un producto de la sociedad medieval que supone la superación del modelo de las escuelas catedralicias, cuya altura intelectual se desarrolló gracias a la cultura monacal de modo que el humanismo eclesiástico propició el impulso de la cultura superior en Occidente. En el origen de las universidades europeas se pueden distinguir dos grandes arquetipos, el laico representado por la de Bolonia y el eclesiástico de la de París.
La universidad italiana, considerada la más antigua al remontarse formalmente a 1088, fue fruto de la espontánea y libre asociación de estudiantes que escogían y pagaban a sus maestros; era una universitas scholarum, una especie de comuna de estudiantes fundada sobre el juramento común y no sometidos a la jerarquía o supervisión de las autoridades. Por eso, a pesar de los privilegios concedidos por el emperador Federico I Barbarroja o el papa Honorio III, la universidad de Bolonia consideraba que esos reconocimientos no añadían un signo de distinción superior a la nobleza ya adquirida en la conciencia social. Y aunque en 1219 el papa ordenó que no se podía enseñar sin licencia del archidiácono, la universidad siguió gozando de un ámbito de libertad.
Bolonia fue el gran centro de estudio y desarrollo del Derecho romano, origen del Derecho civil, de suerte que el renacimiento medieval de aquel propició el nuevo Derecho canónico. El título de Bolonia, particularmente el doble doctorado en Derecho civil y canónico fue reputado, dice Dawson, como la cualificación académica más importante de Occidente pues el nombre de la ciudad ya a mediados del XII era sinónimo en toda Europa de cultura jurídica.
En contraste con ello, la universidad parisina nació como una universitas magistrorum et scholarum sujeta al control eclesiástico. Fue una institución esencialmente clerical que devino en el gran centro de los estudios de teología y filosofía como referente intelectual. La universidad de Oxford, formalmente más antigua que la francesa, fue probablemente en su inicio una extensión de las originales Escuelas de París transferida a suelo inglés y, por ello, durante su primer siglo de existencia lo que se leía y pensaba en la ciudad gala se estudiaba en la universidad inglesa, según afirma Rashdall en su monumental obra sobre las universidades en la Edad Media, por lo que en su época inicial no era más que un modesto reflejo de París que creció rápidamente cuando Enrique II dictó en 1167 la prohibición, que hoy nos resulta inconcebible, de que los estudiantes ingleses fueran  a estudiar a la capital francesa.
No obstante, las diferencias de origen y orientación, estos dos grandes centros contribuyeron a la universalización del conocimiento pues a ellos acudían estudiosos de toda Europa y, sobre todo, formaron los cuadros dirigentes del gobierno y responsables del progreso en cuanto que impulsaron el espíritu crítico y la duda metódica que está en la base de la ciencia. Testimonian una Europa que no conoce fronteras para el pensamiento.
Junto a estos dos grandes modelos de universidad, en la Baja Edad Media floreció otro tipo de fenómeno intelectual que resultó fundamental por generar el redescubrimiento de la cultura y ciencia árabe y griega. Existen en varias ciudades europeas ejemplos de esta manifestación que no era originariamente una institución como tal sino la coexistencia de actividades de traducción al latín, y consiguiente divulgación, de las grandes obras científicas y filosóficas de la cultura árabe y también de la cultura clásica helena que habían sido traducidas al árabe, propiciando su estudio en las universidades más prestigiosas de la época. Sobresale la llamada Escuela de Traductores de Toledo que desempeñó un papel capital en la cultura medieval y cuya esencia fue recuperada en 1994 en forma de centro de investigación, del que se cumplen este año los treinta desde su integración en la UCLM, siendo uno de los muchos excelentes institutos de investigación de todos los ámbitos de conocimiento que constituyen, por su singularidad y calidad, seña de identidad de nuestra  Universidad.