En el hospital madrileño de Puerta de Hierro es siempre complicado dejar el coche, especialmente en la zona de Urgencias. El aparcamiento de pago está situado en el costado opuesto del gigantesco edificio, de manera que los pacientes que buscan una atención rápida se ven obligados a caminar cientos de metros por las tripas de cemento, orientarse, deambular por pasillos larguísimos y utilizar un ascensor para llegar a su destino.
El asunto no tendría mayor importancia si no fuese por la última decisión adoptada por la gerencia: habilitar cargadores en más de la mitad de las pocas plazas disponibles en la zona de Urgencias, reservando su uso a los automóviles eléctricos. El resultado es que solo los pacientes que llegan en coches de cero emisiones (casi todos de alta gama) pueden aparcar cómodamente. El resto están obligados a pagar por dejar el coche y hacer el mencionado peregrinaje.
Es una buena imagen de lo que está ocurriendo con toda la transición ecológica. Las familias de rentas altas tienen acceso a nuevos privilegios, mientras que aquellos que viven, trabajan o enferman con coches antiguos se ven sistemáticamente relegados. El mensaje no puede ser más contraproducente y es complicado no indignarse en situaciones como esta: cuando un familiar necesita asistencia médica urgente y los cargadores eléctricos se convierten en un impedimento.
Lo más sencillo es culpar a los ciudadanos que se rebelan y cargar contra su falta de civismo, su estrechez de miras y su egoísmo generacional. Lo difícil es comprender que dejando sistemáticamente atrás a la mayoría de la población es imposible construir un futuro más sostenible.