Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Entrenamiento funcional

27/04/2023

Puede que la dieta mediterránea, que ahora necesitamos proteger porque anda algo maltrecha amenazada por la desinformación y los alimentos ultraprocesados, no sea más que el resultado de un proceso humano inteligente de adaptación a las circunstancias, haciendo lo posible por vivir y vivir bien. No nos pusimos a idear, sino que la necesidad nos fue indicando el camino. Como una especie de entrenamiento funcional que te mantiene en forma, realizando ordenadamente tareas físicas de la vida cotidiana. Se mejora la coordinación y se reduce el riesgo de lesiones, acostumbrando al cuerpo al esfuerzo físico, sin necesidad de que te diseñen una tabla de ejercicios personalizados que debas repetir sin producir nada más allá de tu propio aburrimiento.
Muchos describen la dieta mediterránea como un estilo de vida que va más allá de un mero patrón dietético, lo que es, precisamente, la razón de su inscripción en la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. Por ser «un conjunto de conocimientos, competencias prácticas, rituales, tradiciones y símbolos relacionados con los cultivos y cosechas agrícolas, la pesca y la cría de animales, y también con la forma de conservar, transformar y cocinar los alimentos, así como en la forma de compartirlos y consumirlos, siendo un factor de cohesión social».
Son la agrobiodiversidad y la estacionalidad, unidas a la frugalidad y a la moderación, los factores que definen esta pauta alimenticia que abarca una amplia variedad de alimentos vegetales y animales de origen local y que, en gran medida, son el resultado de la adaptación de plantas traídas de ubicaciones geográficas distantes a la cuenca mediterránea. Por eso, no es una referencia estanca al haberse visto influenciada por el devenir de la historia.
Si fueron determinantes en su origen las condiciones orográficas y la escasez de agua para que sus habitantes buscaran la manera de contar con comida todo el año, seleccionando plantas y animales que exigían menos agua y alimento, aplicando prácticas de cultivo para mantener la fertilidad del suelo y no desperdiciando ningún recurso, no lo han sido menos las influencias políticas.
Así, el dominio del Imperio Romano le aportó métodos de conservación de alimentos como el secado de las frutas, la fermentación de las aceitunas, la elaboración de queso, las conservas de pescado, incluido el garum, la carne en salazón o la piscicultura. Los árabes introdujeron árboles frutales, hortalizas y verduras, así como mejoras en las infraestructuras agrarias y de riego, que ya conocían los pueblos mesopotámicos, con las que emplear solo el agua necesaria, evitando la salinización y encharcamiento de los suelos y reduciendo la evapotranspiración.
O su enriquecimiento con cultivos como patata, tomate, maíz, judías o pimientos y con especias como canela, clavo, pimienta o nuez moscada para preservar alimentos que llegaron por las rutas marítimas abiertas por los imperios español y portugués. Desde luego, la influencia fue reciproca y, así, por ejemplo, la tempura sería la versión japonesa de los peinxinhos da horta, recreación portuguesa de las sardinas fritas elaborados con judías verdes rebozadas.