Ignacio Ruiz

Cabalito

Ignacio Ruiz


Cafetines de libertad

05/05/2021

De sobra es conocido que, la intelectualidad, desde hacía décadas, solía reunirse a debatir, a declamar e incluso a discutir en torno a una mesa con un café (largo y clarete, para que durara más) en los cafés de las plazas principales.
Aquellos literatos, artistas, filósofos que ponían a prueba su conocimiento de la Retórica, para hablar y hablar sin nada que aportar o, incluso, aportando, sin éxito ante los expectantes contertulios.
Así eran los de la clase aristocrática que atraían hacia sí a los que querían aprender a declamar en público, o a los que hacían de ‘correveydile’ para extender los bulos, rumores y maledicencias sobre algún sujeto, como diana elegida para sacar su piel a tiras.
En esos cafés era donde se aprendía, porque en las Cortes Generales, a lo más, podías sacar algún duelo a pistola entre los diputados o algún exabrupto fuera de lugar.
Las tabernas eran más del populacho. Ahí se consumía vino peleón sin límite, orujos destilados de aquella manera y se discutía por el parné que querían levantar a algún ‘andoba’.
Ahí tenemos la lucha de clases en el negocio de la hostelería desde el siglo XVIII a principios del siglo XX. La transformación ha llegado en este siglo XXI. Ahora los tabernarios son los que representan aquel conservadurismo, son los defensores de la monarquía y son liberales que pugnan por la propiedad de la Libertad.
La intelectualidad ahora prefiere ser de izquierdas. Es más chic. Defender ocurrencias de un ‘machoalfa’ mola más. Vestir fotos del Ché es moda, no es por conocimiento y convicción. A eso, añádele ser vegano, animalista y hooligan en las redes sociales, hablando de todo y sabiendo de nada. Todo bohemio y pleno de bonhomía.
Esta es la sociedad que nos han brindado nuestros padres, y no me estoy quejando. Pero nos la han dado porque han tenido libertad para darnos lo que nos haya dado la gana. Si se podía en casa, se hacía, cuando no se podía, no se hacía. Oiga, ni un trauma diagnosticado por ello.
Esa libertad propugna el debate, el intercambio de ideas, la planificación hacia una vida mejor. El afán de encuentro ya ni en cafés ni en tabernas, ni en Cortes, ni tan siquiera en las reuniones de vecinos.