Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Puerta de Toledo

09/05/2023

En un ejercicio de cristalina transparencia, quien arriba sale dibujado confiesa que le tenía ganas a la Puerta de Toledo. Quizá, porque vive cerca ella y porque, sin menospreciar ninguna otra, la admira por encima de todas. Otro día -si hay ocasión-, promete escribir sobre el Puente de Toledo, que incluso le pilla más orilla. Toledo, siempre próximo y cercano.

Cada vez que transita por esa histórica y castiza Puerta, al autor de la columna le da por leer una placa colgada en la pared del vecino parque de bomberos. Reza así: 'en este lugar, el 2 de mayo de 1808, combatieron mujeres y hombres de Lavapiés, El Rastro y La Paloma contra los coraceros franceses'. Todo aquel que lee la placa, inevitablemente, gira la cabeza hacia la Puerta, y deja que la imaginación reconstruya lo sucedido aquel fatídico día, en ese lugar.

Pérez Reverte, en su libro 'Un día de cólera', describe con detalle los hechos de aquel día en la Puerta de Toledo.  Lo que ocurrió fue que Murat, el soberbio mariscal gabacho, ordenó a sus coraceros entrar en Madrid por la Puerta de Toledo, para apaciguar a sablazos en la Puerta del Sol aquel primer y terrible chispazo de la guerra de independencia. El general Dupont, subordinado de Murat y al mando de aquella formidable fuerza militar, entró a saco.
La considerada en aquel tiempo mejor caballería del mundo, estaba acampada fuera de la capital y subió por la calle de Toledo. Y allí, solo con tijeras, orcas, hoces, navajas y poco más, los vecinos montaron una línea de defensa con unos cuantos carros y carretas. Cuenta Reverte que el sonido de los cascos de los franceses era atronador y que, aun así, los madrileños ni se movían. «El suelo parece temblar con la evocación de la masa compacta de esa caballería pesada. Esa vibración de la tierra que notan los madrileños antes de ver llegar a los 926 coraceros...», escribió el académico y periodista.
Quienes allí lucharon, aguantaron el terrible envite de la caballería del petit caporal. Muchas eran mujeres -las llamadas manolas-, de la zona más humilde de aquel Madrid. Su coraje y desesperación en la defensa patria, obligó a los coraceros a una segunda carga que, esta vez sí, aplastó a los madrileños sin compasión. Quienes sobrevivieron montaron otra línea de defensa en lo que hoy es la Fuentecilla, en la calle Toledo, que también los franceses arrasaron sin piedad.
La actual Puerta de Toledo no es, exactamente, la que fue protagonista de los sucesos de aquel dramático y sangriento día. La que conocemos, llegó a la rotonda pocos años después de finalizada la guerra, en loor del rey felón. En su parte más alta figura un texto en latín que dice así: «A Fernando VII, rey de los españoles, recobrado tras ser liberados de la tiranía de los franceses, el concejo le dedica este monumento de fe, alegría y victoria». Tela.
Lo que nunca será cuestionado es el recuerdo de quienes dieron su vida por su nación e independencia, como recuerda una humilde placa. Ahí está -como dice la canción-, la Puerta de Toledo para ser admirada y recordada. Un dos de mayo, un día de Europa como es hoy, y siempre.
Provocas celos, como dice la sevillana.