El sábado, después de contemplar en el Rojas la fantástica 'Prima facie', de vuelta a casa, me senté a ver el festival de Eurovisión. Qué quieren que les diga, una tiene esas cosas. Y el lado friki no me lo quita nadie. Mi favorito de todos los tiempos es el grupo Abba, pero por el festival, que se estrenó allá por 1956, han pasado artistas que han dejado huella en la historia de la música. Ahora no. Dejan, si acaso, zarpazos. Como la zorra.
No me parece mal la estética de quienes actúan en este espectáculo, es más, me divierte, siempre que tengan algún talento que les haga merecedores de ser contemplados por millones de espectadores. Pero todo tiene un límite. Y vamos a empezar por lo nuestro: me da un poquito de coraje que la pareja que se hace llamar Nebulossa se arrope bajo el nombre de España. ¿Un señora con escasas dotes vocales, que presume de ser zorra, acompañada de dos bailarines cuyo mayor mérito es mostrar el culo representan a nuestro país? No, por favor, que actúen en representación de RTVE, ese ente, que se nutre de dinero público, con comentaristas bochornosos. Hay que poner un límite, que hasta mi lado friki se rebela ante semejante espectáculo. Si el festival se creó para reivindicar la identidad europea, está claro que algún eslabón se perdió para desembocar en un evento que nos recuerda más a un desfile de carnaval de Tenerife que a una pasarela de cantantes profesionales.
Ustedes se preguntarán por qué lo vi. Bueno, entre otras cuestiones para hacer una crítica argumentada y escribir esta columna. Y, en segundo lugar, para comprobar el grado de politización y papanatismo de un festival que no es sino una muestra más de que el mundo se nos está yendo de las manos.
Ignoro qué será lo próximo, pero tras escuchar que el tal Nemo, ese chico vestido de gallina que se alzó con un incuestionable triunfo, se define como pansexual y no binario, espero cualquier cosa. Me da a mí que ese chaval está un tanto confundido. Yo, desde luego, sí. Lo estoy. Y esas definiciones que me perturban corro a buscarlas en la RAE, porque veo que lo de hombre y mujer ha pasado a la historia. De un tiempo a esta parte, los varones que dicen sentirse féminas compiten en el deporte, nos arrebatan los honores y quieren pedir una baja por una regla que no tienen, claro.
Hay padres que ahora le ponen a su bebé un nombre neutro para que la criatura pueda decidir luego ser niño o niña. O no binario, como el Nemo este. O trans. No obstante, hay cosas que nunca podrán cambiar: las mujeres somos las únicas capaces de parir, de ser madres y de contar con una serie de incuestionables privilegios e inconvenientes biológicos que nadie nos podrá arrebatar. Ni el no binario, ni la zorra, ni los estilistas de gusto soez y dantesco. Nuestra identidad es sagrada. Frikis, sí, pero dignas. Siempre.