Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Pucherazo

25/05/2023

El inusual incremento de solicitudes de voto por correo para las elecciones del próximo domingo en Melilla, un 21% del censo frente al 3% en el resto de España, despertó las sospechas de un posible fraude electoral, por lo que se ha abierto una investigación judicial sobre una presunta trama de compra de votos, asalto a carteros y agresiones para interferir el resultado de los comicios, que está bajo secreto de sumario.
Entre las noticias publicadas al respecto, además de manipulación, fraude, amaño o falsificación se baraja la expresión pucherazo para identificar lo que probablemente podría estar pasando. Es curioso que precisamente fuera el pucherazo, con clara intención de alterar el resultado de un proceso electoral, una práctica con la que se pretendía asegurar la estabilidad política a finales del siglo XIX. Algo que seguramente se explicaría mejor desde la perspectiva de la ética teleológica, que basa la moral en el resultado final de una acción, y no desde la deontológica, supeditada al cumplimiento de las normas.
En 1874, con el golpe de estado del General Pavía, que luego reclamaría la separación del Ejercito de la política, finaliza la Primera República y con el pronunciamiento del Martínez Campos se devuelve la monarquía a la dinastía de los Borbones, iniciándose el periodo conocido como Restauración. En el Manifiesto de Sandhurst de 1874, el futuro rey Alfonso XII, claramente influenciado por Antonio Cánovas, hacia una defensa del sistema monárquico parlamentario, entendiendo que, sólo a través de las Cortes, el pueblo podría ejercer su soberanía y que, sólo de forma parlamentaria, se podría hacer frente a los problemas que acarreaba España.
Cánovas, que dominaba entonces la escena política española, quería conseguir un régimen político estable para España, puesto que en pocos años se había pasado por la monarquía constitucional, por la monarquía liberal, por la monarquía parlamentaria y democrática y hasta por formas de república. Para ello, se inspiró en el modelo doctrinario francés y en el bipartidismo inglés, lo que condujo a que, aunque la Constitución de 1876 fuera el resultado de un pacto entre el Rey las Cortes, en la práctica la representatividad de estas estuviera disminuida al volver el sufragio censitario al Congreso y la designación real al Senado.
Si bien, el régimen parlamentario caracterizó la Restauración con el bipartidismo y el turno de partidos en el poder, no por la regulación constitucional, sino por el peso de prácticas y costumbres. Entre ellas el acuerdo entre el liberal Sagasta y el conservador Cánovas para que hubiese un turno pacifico de partidos, con el que evitar la inestabilidad política, para lo que forzosamente debía conseguirse el resultado electoral que procurará la victoria al partido que le correspondiese el turno.
Así, se consolidó el sistema caciquil que relacionaba el mundo urbano, donde se tomaban las decisiones, con el mundo rural, entonces la mayor parte del país, controlando, mediante una red clientelar de prebendas e intimidaciones, los votos en cada localidad. Por si acaso, además, se adulteraban los censos y se tenía preparado el puchero con papeletas de votación que se añadían o sustraían de la urna electoral a conveniencia del resultado.