Ni los más viejos del lugar recuerdan un agosto como el que acabamos de cerrar, llegamos a un inicio de curso con la mochila ya cargada de libros y deberes. Comenzamos el mes de agosto pensando, ante la previsible y acostumbrada sequía informativa estival, en estirar lo de las tetas de Amaral a modo culebrón de verano, y al poco, nos vimos desbordados por otras tareas: el beso de Rubiales, la factura que nos quiere pasar a todos el prófugo Puigdemont, la DANA final que nos ha puesto a los de Toledo y Madrid en estado de alerta naranja con tragedias evidentes, además del aumento de las víctimas mortales por violencia machista. Afortunadamente incendios no hemos tenido tantos como el verano pasado, en el que la mitad de lo que ardió en Europa lo hizo en nuestro territorio peninsular, pero sí que hemos padecido uno pavoroso en Tenerife en el que se ha podido medio salvar del desastre gracias a la actuación eficaz y rápida de las Fuerzas Armadas.
Veremos si el nuevo escenario político, o mejor dicho, la recreación que se anuncia y se prevé de lo ya conocido, aquello que Rubalcaba bautizó con el expresivo nombre de Frankenstein, da frutos en abundancia o si es fruta podrida. Me permito en esto transitar por la amplia avenida del escepticismo desde el punto y hora en el que las llaves de esa extraña aritmética parlamentaria la tiene Carles Puigdemont. Nada bueno se puede esperar de este personaje, cobarde, además de profundamente mediocre. EL mismo que se fue huyendo del delito cometido metido en un maletero es ahora el que tiene la llave maestra de la gobernabilidad. Mal pinta el asunto, y me gustaría pensar y mirar con buena fe el relato que ha puesto en circulación Yolanda Díaz, que se reúne ya con el prófugo en los ámbitos europeos, sonriente y lisonjera, tal que suma sacerdotisa del invento, aquello del país de países, la España plurinacional. Ojalá ese relato fuera el que necesita la realidad de un país bello y diverso que necesita un nexo adecuado para entenderse y quererse, para que los territorios con más porcentaje de díscolos se sientan integrados, incluso se enamoren del proyecto común, pero mucho me temo que esto no va a ser así. Conviene no engañarse, ni Otegui ni Puigdemont tendrán nunca una relación afectiva con lo que ellos llaman siempre y a todas horas 'el Estado', lo odian, marcando una distancia sideral, fría y dura, con lo que a otros nos enamora y que sencillamente llamamos España, la realidad histórica irrefutable que, lo quieran o no lo quieran ellos, nos acoge, nos explica y nos proyecta en el exterior, en Europa, en Iberoamérica y en el mundo entero. Más bien, y por el contrario, ellos siempre tendrán su espita de odio bien dispuesta, sus supuestas cuentas pendientes, sus agravios y sus quejas, además de intentar envenenar a su población con un relato de separación y odio, nada progresista, por cierto, sino reaccionario, antihistórico y anacrónico.
De manera que pasamos de un agosto convulso con unas constantes vitales desconocidas hasta ahora en el mes del gran parón a un septiembre tormentoso, movidito e incierto en lo político y en lo económico, porque aquí, tras el despelote estival a pleno pulmón, la inflación no da ningún síntoma evidente de amainar, el combustible vuelve a estar por las nubes, y corremos el riesgo cierto de ir hacia un país a dos velocidades clarísimas: los que puedan costearse una cesta de la compra en condiciones, un buen viaje de vacaciones y otros caprichos enriquecedores e interesantes, y los que se tengan que conformar con las quincallas de la vida, esa diferencia de clases escandalosa que en nuestro país habíamos ido superando desde un esfuerzo colectivo para enmarcar.
Veremos lo que nos va a deparando este septiembre que ha comenzado con tormenta gorda, lo de la Dana que nos ha caído a plomo a los del centro de la península, agua bendita que ahora cae en tromba y cuando le da la gana, dejando penas a su paso, a destiempo y sin control, un cambio climático evidente por más que se empeñen en que no existe los que se empeñan en recuperar paraísos perdidos que no van a volver jamás . Habrá que redefinir espacios y modos de vida. Es lo que toca, no queda otra, aunque por las rendijas de la incertidumbre se nos cuelen todos los virus, los oportunistas y los que quieren hacer del rio revuelto la ganancia de pescadores.