«A Cipri le habría gustado cerrar como fin de la pobreza»

J. Monroy
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Cipriano González no pudo conocer la rehabilitación de su sede terminada, ni recoger el reconocimiento de Hijo Adoptivo, el que más hubiera disfrutado, y que Toledo le otorgó ayer

Cipriano González, el 'Amigo de los Pobres'. - Foto: Yolanda Lancha

Los mayores premios que Cipriano González, el 'Amigo de los Pobres' recibió en vida fueron la alegría de los niños y el agradecimiento de todos. Era una persona muy abierta, que iba saludando por donde pasaba y provocando sonrisas sinceras. Casi un año después de su muerte, su familia recoge este San Ildefonso el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad de Toledo. Se suma a otros que él mismo recibió en vida, como los de Hijo Predilecto de Menasalvas, Toledano del Año y Galardón de La Tribuna en su XX Aniversario. Pero para Cipriano, explica su hija Susana, este premio de Hijo Adoptivo de Toledo sería el más importante que podría obtener. Lamentablemente, no vivió para recogerlo en persona, ni ver la reforma de su sede terminada. Después de cuatro meses enfermo, en los que cada día se preocupaba de la obra del tejado, al final Cipriano moría cuando todos pensaban que se iba a recuperar y dejó huérfanos a cientos de toledanos.

Cipriano fue un hijo de la Guerra. Nació en Menasalbas en 1936. Creció en postguerra en una familia de nueve hermanos, entre hambruna y miseria. Contaba a sus hijos que llegó a comerse «lo que pillara por el suelo». Así que muy joven, «para quitar una boca a su madre», se fue de fraile a Santa María de Huerta, en Soria. Tras su propia experiencia, Cipriano comenzó a ayudar en el convento a toda la gente que acudía a pedir. Así empezó todo. En 1953 ya estaba ayudando «porque él había pasado mucha hambre y no quería que a la gente tuviera necesidad».

Tras una temporada, se colocó en Standard Eléctrica y volvió a Toledo. Pero Cipriano no solo trabajó allí. También tenía un taller de espadas por San Cristóbal, que tuvo que cerrar para cuidar a su mujer cuando se puso enferma. Y más allá, «nunca dejó a los pobres». Era casi otro trabajo veinticuatro horas al día y siete días por semana.

Cuando Cipriano volvió a Toledo comenzó a pedir puerta por puesta en los establecimientos. Se presentaba y pedía lo que fuera oportuno para los pobres. No había vergüenza porque «vergüenza es que la gente pase hambre y que los políticos no hagan nada». Al principio le costó mucho, pero poco a poco se encontró con una sociedad muy solidaria. Podía pedir a Balmaseda un vestido de comunión para una niña, y podían llegarle diez a la ONG. «Eso solo lo sabía hacer él», apuntan sus sucesores, que ven que les cuesta mucho más que a Cipriano conseguir cualquier cosa.

Dinero no, trabajo sí. Pero más allá de comida, lo que Cipriano deseaba es que la gente tuviera trabajo. «Quería que la gente trabajara y ojalá no tuviera que existir la ONG. A Cipri le hubiera gustado cerrar la ONG porque ya no hubiera pobres», explica su hija Susana. Su objetivo era que la pobreza no existiera porque todo el mundo tuviera un trabajo con el que pudiera subsistir y él no tuviera que ayudar, «el mejor homenaje a Cipriano sería tener que cerrar, porque significaría que no hay pobreza». Pero por desgracia no era así, incluso hay quienes trabajando no llegan al día 15. El Socorro de los Pobres no busca solucionarles la vida con sus repartos, pero sí al menos ser una ayuda.

Una premisa que tenía Cipriano era que el dinero corrompe. Por esa razón, él nunca lo aceptó, siempre pidió alimentos. Una vez al llegar al Socorro de los Pobres su hija Susana se encontró que alguien había colado un sobre bajo la puerta. Había medio millón de pesetas y la tarjeta de un abogado de Madrid. Cipriano enseguida lo llamó y rechazó el dinero, «de ninguna manera, esto no puede ser». Quería comida, así que le pidió que viniera a recoger su dinero e hiciera la compra. «No tengo tiempo de ir, tengo mucho trabajo y confío en usted», contestaba el abogado. Pero Cipriano le hizo venir a Toledo y comprar en un supermercado. Al final se gastó un millón en ayuda.

No fue la única vez que Cipriano rechazó dinero. Cuanto él ya estaba malo, al recoger las cosas de la ONG para la obra los voluntarios se encontraron en cajones dos sobres con cincuenta euros con nombre y apellido de las personas que tenían que ir a recogerlos. Cipriano guardaba el dinero para devolverlo el tiempo que hiciera falta, no lo tocaba. Esta vez fue Susana la que localizó a los donantes y les devolvió el dinero para que hicieran la compra.

Hoy la ONG sigue con la misma filosofía. Nada de dinero. Pero los voluntarios están dispuestos a acoger la compra de cualquier supermercado. Todos se lo llevan con la furgoneta a la sede.