Luis del Val

LA COLUMNA

Luis del Val

Periodista y escritor


Ecosistema destructor

13/06/2023

Los toreros de salón mueven la chaqueta en el patio de la tasca, demostrando lo valientes que serían ante el toro, si en lugar de chaqueta tuvieran una muleta, y los ecologistas de despacho decretan la destrucción de embalses y azudes, exhibiendo lo preocupados que están por la ecología del planeta, y la escasa importancia que les produce la ruina de pueblos españoles.

Eso sí, de la misma manera que el torero de salón se preocupa de que no haya un toro bravo a menos 50 kilómetros a la redonda, el ecologista de despacho se asegura de disfrutar de un aire acondicionado que mantenga la temperatura agradable y estable, y se desplaza en un automóvil oficial de alta gama.

Ya si, dado el caso, es ministra, podrá usar aviones oficiales para desplazamientos. Contaminarán más que un tren o un avión comercial de pasajeros, pero le permitirá a la ecologista de salón seguir abatiendo embalses, y dejando que se pudran los pocos cultivos que todavía subsisten en esa España, no Vaciada, sino Abandonada.

Ya escribí que el 85% de los políticos, lo que más conocen del medio agropecuario son una noche que estuvieron alquilados en una casa rural, cuando eran más jóvenes, y las visitas casuales -en campaña de municipales- para apoyar a algún candidato, pero todo el conocimiento que tienen del campo es lo que ven sus ojos por la ventanilla del coche, mientras hablan por el teléfono. La última victoria ecologista, que caerá sobre las espaldas de tres centenares de turolenses, es la presa de Toranes. Si todavía no se ha destruido ha sido porque Iberdrola quiere que los gastos de demolición corran a cargo del Estado. Y el Estado que lo pague Iberdrola. Y los ecologistas de salón que hay que restituir el curso de los ríos.

Claro, y los senderos de los bosques. Nada, nada, que se derriben las autopistas y volvamos al carro. Y, así, de gilipollez en gilipollez progresista, lograremos democratizar la pobreza y que no sólo sean pobres los campesinos de Teruel, sino la mayor parte de España.

Hasta que, algún día, haya un ecologista con sentido común, y descubra que el halcón peregrino es muy importante, pero no más que un ser humano, que tiene las manos callosas de cavar con la azada y arrancar plantas, y que si se pone muy enfermo la ambulancia que pretenda recogerle recorrerá más de ochenta kilómetros, y llegará cuando esté muerto. Eso sí, el ecologista de salón, en su despacho, continuará vivo jodiendo nuestra vida.