Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Ser amigo de los pobres

19/04/2023

Cuando la semana pasada nos sorprendió la muerte de Cipriano González pusimos en valor el concepto que encabeza este texto. Cipriano era el amigo de los pobres en Toledo desde que en 1953 puso en marcha su obra de recolectar comida para repartirla entre los necesitados. Posiblemente no hay otra forma de emplear la vida de mejor manera, una vida auténticamente plena la de Cipriano. No era un activista ni tampoco iba de Santo pero era una persona que hizo de la caridad su forma de vida, y tampoco se ocupaba en discusiones sobre si eso era lo adecuado o no. Simplemente se dedicaba a curar heridas en personas concretas, en situaciones cotidianas. Con su bata blanca, era como un medico de la pobreza. Para otros quedaban las disquisiciones sobre si el remedio era el adecuado a la enfermedad.
Porque es muy cierto que la caridad, que es lo que ponía en práctica Cipriano con infraestructura  y método, no puede ser un sustitutivo de la justicia social, pero si eso se lo cuentas a una madre o un padre de familia sin recursos con varias bocas que atender diariamente además de la propia es posible que tenga la tentación de darte una bofetada. Es de puro sentido común. Por eso Jesucristo se refiere a la justicia pero también a la caridad que nace de la misericordia y el amor hacia los demás.  Ser amigo de los pobres, como hacía Cipriano, es un acto de amor. Una gran perdida la de este hijo emblemático de Toledo cuya vocación, según sabemos, venía marcada desde su infancia en Menasalbas en una familia pobre de esas que poblaban el paisaje en la tremenda postguerra de hambre y pan negro para muchos españoles.
Aquella época marcó a los de la generación de Cipriano que crecieron en esa década de la escasez total y el racionamiento. Ellos supieron lo que era irse a la cama con hambre de no haber comido prácticamente nada en todo el día. El país fue capaz de levantarse en poco tiempo hasta el punto de haber escrito en las últimas décadas las páginas más exitosas de la historia moderna de España, pero, ojo, porque los índices de pobreza y exclusión social están aumentando alarmantemente y el problema de la desnutrición o de la alimentación muy deficiente asoma y es creciente entre los niños de las capas más desfavorecidas de la sociedad. No es descabellado pensar que vamos a una cesta de la compra básica a dos velocidades, la de los ricos y la de los pobres.
Lo cierto es que los amigos de los pobres, como Cipriano, es decir, las organizaciones y personas dedicadas a la asistencia caritativa, han tenido que redoblar su trabajo en los últimos años hasta el punto de vivir momentos de auténtico desbordamiento como en la pasada pandemia, aunque realmente  el empeoramiento de la situación tiene su punto de partida en aquella brutal crisis económica en el entorno del año 2010 que quebró totalmente las expectativas de miles de españoles e hizo ponerse en la cola de la caridad a personas que jamás hubieran pensado que alguna vez podían dejar de ser "clase media", ese concepto tan amplio y a veces difuso que sustenta todas las sociedades democráticas y que en algún momento hemos llegado a pensar que era un valor solidísimo e indestructible. Nada más lejos de la realidad, es un valor absolutamente fluctuante cuyos limites se cruzan con facilidad.
Porque en algún momento de ilusión óptica hemos podido  llegar a pensar que ese ser amigo de los pobres, como Cipriano González, eran cosas del pasado y reminiscencias de libros piadosos, que la vida va por otros derroteros distintos a lo que se podía ver cada día en la esquinita toledana de Cipriano, pero si va por otros derroteros no es porque no haya pobres, y en aumento, sino porque queremos estar cada vez más ciegos sin darnos cuenta que lo más grande que se puede hacer con una vida es dedicarla ayudar a los que, a falta de justicia y oportunidades, necesitan al menos un poco de comida para poder seguir viviendo. No es lo ideal pero si nadie se hace cargo de esa situación ese semejante nuestro no puede seguir.  Y por un lado estarán los profetas de la progresía hablando de la justicia frente a la caridad, y por otro los insolidarios hablando de vagos que no quieren trabajar, como si con esos dos argumentarios a brocha gorda, que recogen la realidad de una forma muy parcial e incompleta, dejaran tranquilizada su conciencia antes de sentarse a la mesa.