"El periodismo es mucho más que un contrapoder. Es un veneno"

Javier del Castillo
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Lo suyo no es una profesión. Es una pasión. «El periodismo es mucho más que un contrapoder, o un servicio público, o una profesión. Es un veneno», comenta en el epílogo de la biografía que le han escrito sus amigos Jesús Úbeda y Julio Valdeón.

"El periodismo es mucho más que un contrapoder. Es un veneno" - Foto: Fotos: Juan Lázaro

Lo suyo no es una profesión. Es una pasión. «El periodismo es mucho más que un contrapoder, o un servicio público, o una profesión. Es un veneno», comenta en el epílogo de la biografía que le han escrito sus amigos Jesús Úbeda y Julio Valdeón, No le des más whisky a la perrita (La Esfera de los Libros). Parece una declaración de intenciones, un compromiso que asume cada mañana, cuando se sienta delante del ordenador. 

Atado a la columna de la última página de El Mundo desde hace 25 años -heredero de Paco Umbral-, se agarra, como si fuera un náufrago, al ejercicio de un periodismo libre, cada día más criticado e incomprendido. «Si hablas con libertad -dice-, te pasean y te señalan. Por el mismo artículo, me llaman fascista y rojo. Y, sobre todo, viejo, que es lo que más me jode, porque lo soy. Otros me preguntan si me he tomado la pastilla o me dicen que soy la careta de Lenin». 

Probablemente, esos detractares no saben que Raúl del Pozo luchó contra la dictadura franquista desde Mundo Obrero, que ha sido reportero del Diario Pueblo, corresponsal, cronista de sucesos, guionista de televisión, ludópata y noctámbulo. También, el hermano mayor de José María García y uno de los mejores amigos de Paco Rabal y Camilo J. Cela. Pero, lo más importante de todo es que ha vivido – y bebido – con auténtica pasión el oficio de contar historias en un castellano «hermoso», aprendido en la serranía conquense. 

"El periodismo es mucho más que un contrapoder. Es un veneno" - Foto: Fotos: Juan Lázaro«Todo lo que yo he aprendido para escribir -afirma- lo he aprendido de los resineros y los pastores. Un día me encontré en Cuenca al académico Dámaso Alonso y le pregunté: ¿dónde va maestro? Y me dijo: voy a buscar los vocablos más bellos que todavía se conservan por aquí. Lo mejor que he hecho en mi vida es no dejarme intoxicar. Conservo el idioma que aprendí, porque es un idioma hermoso».

Llegó a Madrid con una mano delante y otra detrás, pero consiguió quitarse pronto el pelo de la dehesa, «entre la picaresca y el trabajo». Venía de una aldea en la que la palabra dada era ley. «Un apretón de manos tenía el valor de un juramento, aunque tampoco hay que idealizar esto. Entre otras cosas, porque si no cumplías tu palabra te sacaban la navaja. Mis amigos me han salvado siempre. Tengo muy buenos amigos y los conservo de toda la vida». 

«Con Umbral me llevaba bien, pero me quería más Cela»

En la biografía No le des más whisky a la perrita se cuenta que Paco Umbral le consiguió el primer trabajo y una amante, cosa que, según él, no es del todo cierta. «Umbral me dijo que dejaba la agencia Eurofoto y que había hablado con el director para que yo le sustituyera. Trabajé allí, con Gigi Corbeta y otros fotógrafos italianos. Uno de los reportajes que me dio para comer cinco meses fue el de los perros de Fabiola de Bélgica, que se casó y los dejó abandonados. Lo titulé: 'Fabiola abandona los perros en su palacio'. Umbral también decía que me había regalado el primer abrigo. Se inventó algunas cosas, como lo de la amante y el abrigo, pero es verdad que me ayudó».

¿Tenías más amistad con Cela que con Umbral? «Cela me quería mucho y le acompañaba por La Alcarria. A veces me llamaba y me decía, como si fuera un sargento: vente para acá. Y yo iba. En verano nos veíamos en Marbella. Cela tenía un gran sentido del humor y de la amistad. Con Umbral también me llevaba bien, pero me quería más Cela».

«Fui guionista de Lola Flores en Antena 3 y hacía lo que le salía del coño»

Siguiendo con las amistades y los afectos, resulta obligado hablar de Paco Rabal, El Cordobés y Lola Flores. Tres destacados personajes que han estado presentes en distintas etapas de su vida. Con el primero se corrió juergas interminables, al segundo le dedicó un libro que no fue de su agrado y con la tercera se iba al casino a fundir el dinero que ganaban en el programa de Antena 3, Sabor a Lolas. Pero, mejor que lo explique el propio Raúl del Pozo:

«Paco Rabal era un maravilloso amigo. Las juergas con Paco duraban cinco días. Yo a los cinco días lo dejaba, pero él seguía. Era un dios. Sobre El Cordobés escribí un libro (El ataúd de astracán. El regreso de El Cordobés, 1980) y dijo que me iba a triturar. El libro era favorable a él, un elogio, pero no lo entendió bien. Creo que fue la mujer la que malmetió y, a partir de entonces, dejó de hablarme. Con Lola Flores, fui guionista de su programa en Antena 3 y ella hacía lo que le salía del coño. Yo había llevado de invitados a José Luis Aranguren, Manuel Vázquez Montalbán, Paco Umbral y un día, delante de trescientas personas con orejeras, me dice: «¿a quién me traes esta noche?». Le digo: «a Javier Sádaba». Y me contesta: «estoy hasta el c… de que me traigas a filósofos". Era otro ser maravilloso. Como los dos éramos ludópatas, nos íbamos al Casino y pegábamos sablazos».

Autor de 15 libros, Raúl del Pozo recrea en su primera novela, Noche de tahúres, editada por Planeta en 1994, las timbas y los tugurios en los que conoció a jugadores de póker, chulos de putas, traficantes y prestamistas. Eran otros tiempos, en los que la libertad se habría paso, entre amenazas, prohibiciones y censuras. «Yo sé lo difícil que es escribir en la dictadura, con una censura previa que te impedía, por ejemplo, utilizar la palabra muslos. La dictadura, efectivamente, era espantosa. Ahora las coacciones las hacen las redes sociales y algunos partidos políticos. Han puesto de moda algo que inauguró Franco: meterse todos los días con los periodistas. Se ataca la libertad de expresión cuando se pasea y se señala todos los días a ocho o diez periodistas. Es algo repugnante. Alguien tiene que explicarles que la libertad de expresión es la Primera Enmienda de la Constitución de los EEUU. Y decirles que sin libertad de expresión no hay democracia». 

«Lo tienen difícil porque a los Borbones los echan, pero luego vuelven»

Al veterano periodista, sentado junto a la mesa camilla del recibidor, le duele contemplar cómo el odio y el enfrentamiento regresan a una sociedad que parecía haberlos desterrado. «Los últimos cuarenta años – afirma Raúl - han sido los años de más prosperidad, más libertad y más bienestar de nuestra historia. Gracias a Europa y gracias a la democracia. Dicen que el Rey Emérito es un ladrón y un putero, pero no saben que puso al Ejército al servicio del pueblo y que fue uno de los artífices de la democracia. Efectivamente, ha cometido graves errores al final de su reinado, pero es uno de los monarcas más importantes de la historia de España: el que ha logrado más bienestar, más libertad y más democracia en nuestro país».

Es evidente que no le gusta ver al padre del Rey Felipe VI lejos de España, pero entiende y comprende la actuación de su hijo, «que no puede hacer nada, porque lo echan también». Luego, con el humor y la ironía que le caracterizan apostilla: «Los antimonárquicos lo tienen difícil, porque a los Borbones los echan y luego vuelven». 

En las postrimerías de una larga trayectoria profesional, cuando la experiencia se traduce en recuerdos e historias grabas en la memoria, Raúl del Pozo mira a su alrededor y se pregunta por la libertad de expresión y por la crisis de la prensa. «Vivimos la peor época del periodismo. Pagan una puta mierda por los artículos y la gente está muy jodida. Yo le pido a los jóvenes que no escriban gratis, pero hay gente que lo hace». 

«La gente escucha mi comentario en Onda Cero para ver cómo cuelgo el teléfono»

Ama las palabras como si fueran sus primeras novias y escribe como si fuera la primera vez que lo hace. «Cuando voy por la primera página toco el cielo con la mano y aguanto la vejez porque soy un periodista adolescente», asegura mientras nos pregunta si queremos tomar otra cosa que no sea el agua que ha dejado encima de la mesa la mujer hondureña que trabaja en su domicilio. En un momento de la conversación surge el nombre de Yale, compañero en sus inicios del Diario Pueblo, y no se resiste a contarnos algunas de sus hazañas periodísticas. «Una vez se vistió de enfermero y se coló en el Hospital para informar del primer trasplante de corazón que estaba haciendo el Marqués de Villaverde. En otra ocasión se presentó en silla de ruedas a hacerle una entrevista a Ironside. Era muy amigo mío. Siempre estaba entrampado y decía: a mí también me deben, a mí también me deben». 

Raúl del Pozo escribe por las mañanas -«cuando todavía tengo las neuronas frescas»- y no escucha las tertulias de la radio, «porque sé de memoria lo que va a decir cada uno». Le sorprenderle la gran cantidad de gente que le dice por la calle «¡viva el vino!», título del comentario que escribe todos los viernes para el programa de Carlos Alsina (Onda Cero). «Yo creo que la gente escucha mi comentario para ver cómo cuelgo el teléfono. Una vez dije: a tomar por el saco. Alsina es encantador conmigo». 

Alguna vez -confiesa- ha pensado en dejar de escribir cada mañana, pero teme que el día se le haga eterno. «Conservo maravillosos amigos, como el general Félix Sanz Roldán, pero ya no tengo vicios y tampoco es bueno salir mucho». 

La perrita Dana ya no le ladra. Falleció hace poco más de un año, el mismo día que lo hizo el escritor Fernando Sánchez Dragó. Llevaba algún tiempo sin saltar. Le detectaron un cáncer y hubo que sacrificarla. «Lloré casi tanto como el día que falleció mi mujer, Natalia», comenta emocionado, a la vez que rechaza volver a ver la foto de su querida y saltarina Dana.

Me cuenta que, de vez en cuando, le visita su hermana y le trae noticias del pueblo. «Dicen que quieren cambiarle el nombre a la Universidad Rey Juan Carlos. Es muy desagradable todo esto», se lamenta Del Pozo. «Somos un país de hijos de puta. Pero, déjalo, mejor habla de la perrita Dana, cuyo obituario tuvo más visualizaciones en Internet que la muerte de Sánchez Drago». 

 

«Cuenca es una de las ciudades más bellas del mundo»

No, no te lo imaginas bajando por la serranía de Cuenca para tomar Madrid al asalto, en aquella España que intentaba sortear la pobreza y la miseria. Se ríe de esta imagen que sus biógrafos han incluido en el libro, mientras recuerda una infancia feliz, cuidando cabras y cazando conejos. 

«Recuerdo la niñez con fascinación. Por la mañana me levantaba pronto para ir a recoger los cepos de los conejos que habíamos puesto mi padre y yo la tarde anterior.  Luego, recorría dos kilómetros, con mis hermanos, Augusto y Jesús, para ir al colegio del pueblo de al lado (Mariana) con unos talegos. Recuerdo a los maquis que nos daban latas de sardinas. Pero no sabíamos si eran maquis o guardias civiles, porque los guardias civiles iban disfrazados de maquis y lo maquis de guardias civiles. Recuerdo con fascinación los rebaños de ovejas que pasaban por la vereda, camino de Extremadura o Andalucía, y los perros delante con collares de hierro. Lo recuerdo como si fuera una estampida del Oeste».

En verano, Raúl del Pozo cuidaba las cabras, mientras sus hermanos se trasladaban a Ribagorda a trillar y acarrear en la hacienda de los abuelos. «Yo he visto a los gancheros llevando la madera -como en la novela El río que nos lleva, de José Luis Sampedro- por los ríos de mi infancia. Y he dormido con el rumor del agua del Júcar, que es como la música. En sus aguas he pescado de chaval las truchas más bonitas del mundo. Ahora son oscuras, pero entonces eran plateadas». 

Raúl del Pozo se emociona al hablar de la primera impresión que le causó la ciudad de Cuenca, en su época de estudiante. «Es una de las ciudades más bellas del mundo. Una ciudad un poco ensimismada, pero de una belleza absoluta. Las casas colgadas, la ciudad encantada, los pintores… Yo aprendí con los mitos de nuestra época, que eran Antonio Saura, César González-Ruano, que también vivió allí, Camilo J. Cela y Paco Umbral».  

Es verdad que el dueño de la fábrica Solán de Cabras murió sin conseguir para Raúl del Pozo una calle o una fuente, aunque el periodista intentaba convencerle de que cesara en el empeño. «Yo le decía: no quiero calle, que ya tengo una en mi pueblo. Además, el día que descubrimos la placa regalé una vaquilla y la toreamos. Durante el acto dije: la calle que me habéis dedicado es pequeña, pero, para mí, es como si fuera la Quinta Avenida de Nueva York. Pasar a la posteridad me la suda. Tengo además las medallas de Cuenca y Castilla-La Mancha, esta última, gracias a García-Page, que no es primo mío, aunque yo lleve Page de segundo apellido. Estos son los premios más bellos de mi vida».

¿Cómo fue realmente tu entrada en el foro? «Los aldeanos -responde- estamos preparados para entrar en Madrid porque sabemos luchar contra la naturaleza. Aunque Madrid es muy jodido, con la M-30. Yo digo que Madrid es la zona industrial de Cuenca. Los sicilianos llegan a Nueva York y parece que han nacido allí. Pues igual pasa con los aldeanos que llegamos a la capital de España. Ya no está de moda reconocer tus orígenes; ahora queda mejor decir que eres marqués».