Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Podemos: viaje hacia la nada

13/12/2023

Cuando Pablo Iglesias decidió hace unos días que Podemos formaría grupo propio en el Congreso de los Diputados, Ione Belarra, en su función de Secretaria General, escribió en su cuenta X: «No haces nada durante mes y medio de bombardeo contra civiles  y ante la presión social vas a darle la mano a un genocida. Le reprochas timidamente que el número de palestinos asesinados es insoportable  mientras le estabas comprando 1.600 misiles». Un misil directamente dirigido a la linea de flotación de Pedro Sánchez a cuento de su reunión con Benjamin Netayahu. Lo que a la derecha le  parecía una irresponsabilidad del presidente del Gobierno en favor de la causa palestina,  Belarra lo retrataba como una hipocresia inaceptable. La presencia  de Podemos en el gobierno era igual a cero, los puentes estaban rotos, todas las licencias estaban permitidas. Esto ocurría el veintisiete de noviembre.
Pablo Iglesias daba la orden de anunciar la retirada al grupo mixto el cinco de diciembre. Ione Belarra lo escenificaba en una comparecencia arropada por las cabezas visibles de su partido, todas mujeres, pero Podemos es cosa de Pablo Iglesias, el macho alfa absoluto, que ha decidido la ruptura sin consultas ni asambleas. Podemos  es un juguete roto en manos de su fundador, un juguete revestido de feminismo de última generación, en manos de un macho alfa de libro, un ejecito de Pacho Villa que anda por la vida política como pollo sin cabeza y que pretende ahora volver a los montes de donde bajó, sin asaltar  los cielos, para instalarse en la placida moqueta de los  aledaños al poder.
Podemos ha  sido victima de su propias contradicciones, de su falta de ambición, de su querencia hacia las esencias más rancias de la izquierdona y, todo hay que decirlo,  ha sido víctima de la traición y el ninguneo más despiadado de Yolandia Díaz, que hoy no sería nadie en la política  española sin el encumbramiento de Iglesias. Lo demás  es harina de otro costal y tiene que ver bastante con la falta de amplitud ideologica de Pablo Igleias, demasiado joven aún para estar tan obsesivamente ligado a la ranciedumbre del viejo comunismo español, siempre incapaz de formalizar un programa social ambicioso al tiempo que  comprensible para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Un Iglesias que nunca ha dejado de creer que el futuro de la izquierda más radical pasa en España por estar bailando un eterno corro de la patata con los enemigos del país, los  independentistas, los de la teoría del «cuanto peor para España mejor para nosotros». 
Finalmente ha  sido víctima de Yolanda Díaz, pero sobre todo, de su propia y casposa visión de las cosas, de su radical falta de autenticidad y, en el fondo, de su desprecio a lo que España es más allá de su restringido ángulo de visión. Podemos adquiere ya la categoria de anécdota política, pasa en menos de diez años de ser una amenaza para la hegomonía del PSOE en el ámbito de la izquierda a ser un cachibache terminal en manos de la pareja Iglesias-Montero. Por el camino quedan cuerpos incorrputos dispuestos a seguir dando guerra en la política española. Veremos a Iñigo Errejón, siempre tan bien instalado en la zona confortable, pero infinitamente con más visión estratégica que Iglesias, o veremos a una Teresa Rodirguez, con una honestidad incuestionble, y que sería  una referencia total para la izquierda más auténtica y radical si no se empeñara en encuadrar lo suyo en una suerte de nacionalismo andaluz que satura  más que aporta. Ella también escrbía en X el día en que Podemos inició su último viaje hacia la nada y al  hilo del desprecio y la indiferencia de Yolanda Díaz hacia el destino de los morados: «Podemos sufriendo el mismo maltrato que nos  infringían a cualquiera con principios más allá del seguidismo. Incluyendo los fichajes estrella, las zancadillas, las humillaciones y el ninguneo público y privado». Eso que tan bien sabía hacer Pablo Iglesias una vez que decidió que Unidas Podemos, tan feminista, era cosa suya, y  poco más. En realidad, lo que ya había decidido desde el principio, también cuando tenía que compartir algo de protagonismo con aquellos que a las primeras de cambio serían apartados del camino y excluidos del viaje, un viaje hacia la nada.