Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Leo la lluvia

02/06/2023

Levanto una persiana y miro por la ventana. Miro al cielo, siempre al cielo. Un gavilán vuela alto sobre los aviones comunes. Me mira y me pregunta que qué hago ahí. No puedo abrir la ventana para responderle, es uno de esos edificios pecera donde las ventanas ya no se pueden abrir, porque todo el aire va por tubos y conductos. El exterior es superfluo. El gavilán de ciudad gira un par de veces bajo las nubes y se va hacia el este. No me espera. Veo a Jack Lemmon en El Apartamento. La oficina interminable. Wilder puso espejos para duplicar el tamaño de la oficina. Lo contaban Pumares y Garci en los ochenta en las madrugadas de cine de Antena 3 Radio, la de Martín Ferrand. Pronto lloverá.
A veces mayo es generoso y trae la lluvia. Una lluvia antigua y feroz que limpia y barre y lo deja todo al final, en los atardeceres, brillante y como nuevo. Espero por las tardes a que crezcan las tormentas, a que el cielo se vuelva negro, a que comience el diluvio. A veces, bajo la tempestad anunciada, pasan –vuelo rasante– loros de un esmeralda vibrante, brillos de selva distante. Leo en el sillón rojo cereza, gastado, de otra época. Baroja, El laberinto de las sirenas: Galardi era un vasco decidido y valiente. Pienso en cómo estará la raya del Tiétar y Gredos, en el amarillo de la retama, en las peonías. Y en su olor a primavera. Leo a Schwarzenbach avanzando hacia amaneceres de color azufre. Todas las tardes paseo, paseo vespertino, como en las novelas del XIX. Voy a librerías de viejo y compro libros que han tenido otras vidas. Hojas amarillas, cubiertas chillonas y coloridas de los sesenta. A veces, entre las hojas, descubro algo que alguien dejó, como una cicatriz petrificada, hace ya mucho tiempo. Otras veces recojo libros tirados, abandonados sobre papeleras o junto a contenedores, como náufragos a la deriva en un mar sin compasión. Tarkovski junto a los cartones. A veces pienso en qué será de mis libros cuando ya no esté. Tampoco me importa mucho. Quizá ardan bien, como los libros del Carvalho de Vázquez Montalbán, como Los hermanos Karamazov y su ángel caído que esperan sobre la mesa. Alguna vez, en los días de lluvia pero de invierno, junto a la chimenea he pensado que estoy tardando en empezar. En limpiar.
A veces llueve toda la tarde. Y la noche. Leo los poemas de los ochenta de C?rt?rescu. Dejo sobre el libro el clavo de siglos que cogí entre las ruinas de Fuentes de la Alcarria, sobre el tajo del Ungría. ¿Te acuerdas? Busco un poema, un pedazo de poema que leí o creí haber leído sobre un arcoíris. Pero no lo encuentro. Quizá se lo haya llevado la lluvia de esta tarde, los arcoíris son tan perfectos porque son fugaces. Y la lluvia se lleva tantas cosas…
Pero aún no ha dejado de llover. Y ya es junio.