La capilla de la beata Mariana de Jesús:160 años de su derribo

José García Cano*
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Mariana de Jesús nació en Escalona y vivió, entre otros lugares, en la ermita de la Bastida. Murió en 1620 y muy rápidamente se extendió su fama de milagrosa por lo que la comunidad franciscana comenzó a preparar su beatificación y canonización

A la derecha, la capilla de la beata Mariana antes de su demolición.

Hoy 11 de diciembre se cumplen los ciento sesenta años del acuerdo que tomó el Ayuntamiento de Toledo para derribar la capilla de la orden tercera de San Francisco, situada junto a la fachada norte del monasterio de San Juan de los Reyes, aproximadamente en el mismo lugar que hoy encontramos la escultura denominada 'Ascensión', obra del artista italiano Nino Longobardi, y que fue donada hace muy pocos meses por Roberto Polo al Arzobispado de Toledo. Es necesario recordar quien fue la Venerable Mariana de Jesús, pues a ella se dedicó la capilla a la que hacemos referencia. Mariana nació en la localidad toledana de Escalona y vivió, entre otros lugares, en la ermita toledana de la Bastida. Mariana murió en 1620 y muy rápidamente se extendió su fama de milagrosa por lo que la comunidad franciscana comenzó a preparar su beatificación y canonización, que arrancaron en 1624. Consiguieron los frailes permiso del Nuncio Apostólico para poder dar culto a la beata Mariana, gracias a los testimonios de ciento cuarenta y cinco personas, los cuales declararon diversos casos y milagros sucedidos gracias a la ayuda de la propia Mariana. Esta beata había vivido en Toledo desde los 18 años y realizó diversas penitencias en la cueva de la ermita de la Virgen de la Bastida, de la cual muchos toledanos comenzaron a arrancar trozos de piedra ya que los consideraban milagrosos, pues según la creencia les curaba las calenturas y el dolor de muelas. Fue protagonista de varios éxtasis en diversos lugares como la parroquia de las Santas Justa y Rufina y en San Juan de los Reyes.

Se hubo de demorar la construcción de la capilla de la beata Mariana hasta 1727, debido a varios problemas con el proceso y a los sucesos ocurridos a primeros de aquel siglo XVIII. Se volvió a retomar el proceso para su beatificación y se comenzó a edificar la capilla. Los frailes franciscanos decidieron escribir tanto al alcalde de Toledo como al arzobispo, para solicitarles su autorización para levantar el oratorio. En el proyecto que se remitió a los superiores franciscanos se solicitaba licencia para levantar la capilla y abrir una puerta en los muros de la iglesia de San Juan de los Reyes, para comunicarla directamente con el oratorio a través de la capilla que llamaban de las Insignias. Contestaría afirmativamente el padre Losada y señalando que el lugar elegido era de su aprobación. El ayuntamiento toledano también respondió positivamente al permiso para edificarla y quien señaló exactamente el lugar donde se debía levantar, que era «a cinco pies del vivo de la portada, tirándose línea recta», pudiéndose salir de la fábrica del convento hasta 37 pies, saliendo «un codillo de tres pies de ancho del machón de esquina», donde debía hacerse el arco toral. El plano del proyecto lo trazó Fabián Cabezas, maestro mayor de obras del Toledo y el ayuntamiento en señal de compromiso con los franciscanos, cedería terrenos para hacer la sacristía y sala de archivo en el callejón del Mármol, aunque con la condición de que la fachada de la capilla mirase hacia la plazuela de la iglesia de San Juan de los Reyes. Como la intención era terminar la obra de la capilla cuanto antes, se solicitó permiso para trabajar en los días festivos, algo que se concedió, aunque con la condición de oír misa antes de empezar los trabajos diarios. Por otro lado, se dijo que para evitar gastos se hiciese la fábrica propia de cal en la dehesa de Daramazán, propiedad del conde de los Arcos, situada en la localidad de Cuerva.

El rey concedería licencia para levantar el oratorio el 30 de julio, aunque ya se había procedido a bendecir la primera piedra de la obra, momento en el cual tuvo lugar una ceremonia de bendición a la que acudió don Andrés Pastor, segundo sochantre de la catedral y al que acompañaron los frailes terciarios. Los presentes procedieron a colocar una cruz en las obras, fijándola exactamente en el lugar donde se edificaría el altar mayor de la capilla. Sería el sábado día 26 -fiesta de Santa Ana- cuando se procedió a bendecir el lugar, estando presentes también el guardián franciscano, el alcalde de Toledo y multitud de fieles que acudieron al acto. Algunos de los religiosos presentes bajaron hasta las zanjas de la obra, y después de bendecirla, colocaron una caja en la que se guardaron varias monedas y un pergamino, en el que iban escritos los nombres del Papa Benedicto XIII, del cardenal toledano Astorga y Céspedes y de otros tantos cargos franciscanos de la época, así como del corregidor don Bartolomé de Espejo, marqués de Olías; luego se cantó un Te Deum, mientras los obreros comenzaban a trabajar,  a los cuales ayudaron los vecinos que allí habían acudido, los cuales llevaron cubos de agua, cal y mortero para aportar su granito de arena en la edificación del oratorio. Igualmente se sirvió un refresco a los invitados en casa del ministro de la Orden Tercera y se ofreció otro más a los obreros en casa del Hermano Síndico y se quemó alguna pólvora para homenajear el inicio de la construcción.

Si avanzamos hasta la invasión francesa en el mes de diciembre de 1808, descubriremos que también este oratorio sufriría las consecuencias de aquellos momentos de devastación. Sería en 1815 cuando se volvió a rehabilitar la capilla para el culto, que se abrió el 15 de octubre de aquel año, aunque para ello se debió limpiar la bóveda que fue habilitada para depósito de imágenes, ropas de iglesia y libros de coro. Muy poco después, y ya dentro de los procesos desamortizadores, esta capilla sería declarada ruinosa tras el informe del arquitecto municipal don Santiago Martín Ruiz. Ante el informe y la petición municipal, el gobernador civil de la provincia de Toledo, don Manuel María Herreros, publicó un edicto en el Boletín de la Provincia de 27 de febrero de 1753, en el que anunciaba el derribo de la capilla y solicitaba a todo aquel que pudiera alegar algún derecho de propiedad, a que lo comunicara a la autoridad competente. Como era lógico los franciscanos solicitaban ejercer su derecho de propiedad, aunque no pudieron presentar ningún documento ya que el archivo se había incautado. Pero después de varias solicitudes que intentaron anular el derribo, nada se consiguió ya que se publicó la subasta del derribo del oratorio que se tasó en 8.000 reales. En sesión celebrada por el ayuntamiento de Toledo el 11 de diciembre de 1863, se decidió derribar el oratorio y como nadie postó por el derribo, fue el mismo ayuntamiento quien procedió a su demolición, que comenzó el 3 de enero de 1864, la cual terminaría costando 7.618 reales y se ocuparon treinta obreros en la misma. La portada de la capilla se trasladaría al claustro de San Juan de los Reyes.

Analizando las opiniones que sobre este oratorio se han conservado, todas coinciden en que el interés artístico era nulo, y se la consideraba de un «pésimo gusto churrigueresco» y era denominada como «una sombra que oscurecía el conjunto del gótico isabelino de la iglesia», como así recogió el también recordado francisco padre Antolín Abad Pérez. Por lo que respecta al cuerpo de la venerable Mariana, se ubicó en el convento de San Antonio de Padua.

*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.