Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Turismofobia

25/04/2024

Hace unos días, miles de canarios se echaron a la calle para protestar contra la invasión de un turismo que les agobia, mientras el precio de la vivienda se ha disparado por el ansia extranjera de acumular posesiones en las islas. No sé si se trata de turismofobia o de una realidad que se ha ido imponiendo sibilinamente hasta causar estragos en esas zonas que acaparan los foráneos. ¿Toledo corre ese riesgo?
Reconozco que, ante este asunto, tengo partido el corazón: por un lado, me molesta sobremanera ese enjambre de grupos que impide caminar por una ciudad de calles tan angostas como la nuestra, pero, por otro, tiro de empatía y recuerdo que, a menudo, soy una de esas viajeras que se desplaza a otros lugares buscando experiencias, conocimientos y, en definitiva, otro mundo, en el que espero ser recibida con generosidad, lejos de esa hostilidad paleta que noto entre algunos de mis paisanos, quienes ven en el turismo el origen de todos sus males. 
Tomemos medidas: asistimos a un fenómeno imparable que ha dado pie a que muchas Comunidades Autónomas, ¿por qué no Castilla-La Mancha?, hayan impuesto una tasa que contribuya a resarcir los gastos que derivan de ese afán que nos lleva a movernos, a disfrutar, a apurar cada minuto de nuestra vida, con la certeza de que todo se reduce al ahora. Pero esos desaforados deseos se contraponen, en el caso de Toledo, a una realidad que se ha perpetuado gracias a siglos de historia. Porque, no nos engañemos, las calles no están hechas para los coches ni para masas desbocadas de personas que no se dan cuenta de que su deleite choca con los quehaceres de quienes pagan impuestos y mantienen viva la ciudad, más allá de las seis de la tarde.
Encontrar el equilibrio entre un motor de riqueza y empleo, como es el turismo, y el derecho de los residentes a una existencia tranquila, a mantener el alma de la urbe, ha de ser objeto de un análisis concienzudo por parte de administraciones, empresarios y, cómo no, de vecinos. Dar vida al Casco, con comercios tradicionales, viviendas asequibles y, a la vez, buscar rutas turísticas alternativas para no colapsar el centro, es fácil de proponer, pero complicado de practicar. Está claro que la ciudad necesita un orden, un Casco Histórico con menos coches, unos aparcamientos disuasorios en los que paguen los no empadronados, aunque sea una cantidad testimonial, y una vigilancia de esos apartamentos turísticos que tanto molestan a algunos vecinos, obcecados con los perjuicios que ocasionan a su cotidianidad. 
Hemos de responder con talento a los cambios que sacuden a la sociedad, un organismo vivo del que todos formamos parte. Cierto es que a Toledo vienen muchos turistas, pero también es verdad que nuestra zona histórica languidece, sin ellos, al caer la tarde. Entonces los toledanos sí pueden pasear a gusto, aunque no encuentren oferta para disfrutar de ese espléndido Casco que cierra hasta la mañana siguiente. ¿Quiénes son los culpables? ¿Sólo los turistas? Lo dudo.