Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Pizzicato

19/10/2023

Desde la ventana puedo seguir durante la noche las travesuras de Pizzicato, que no da tregua ni descanso a todo bicho que se mueva, hábilmente encaramado en las vigas del emparrado. El inquietante centelleo de sus ojos, iluminados por los faroles, es tan ágil como sus movimientos, por lo que me extraña menos que fueran sus antepasados encarnación del mal para los nuestros.
Pizzicato es «pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón», pero lo llamo y no viene a mí como hacia Platero, sino que desde lejos me mira con indolente indiferencia y sigue con sus trastadas. Su nombre, que reúne su condición gatuna y la de facedor de picias, podría decirse un falso amigo de mezcla de lenguas por tener semejanza en la forma, pero con un significado completamente diferente, pues poco tiene que ver con el pellizco italiano de la cuerda con los dedos para ofrecer otra textura a la interpretación de una pieza. Por cierto, es curioso entender que la notación musical básicamente en italiano -prueba de la hegemonía musical de Italia desde el año mil con los cantos religiosos del Vaticano hasta, algunos dirían, Turadont de Puccini- no es tan intuitiva ni instructiva para quien hace una traducción directa al inglés.
Qué afortunados y libres somos con tantos misterios desentrañados que nos allanan el camino y nos permiten no depender de la superstición, de los poderes ocultos o del poder constituido, por mucho que este se empeñe en torcer el brazo al poder constituyente que hace lustros que solo le pertenece al pueblo. Así, ya se que el brillo de los ojos de Pizzicato no se lo infunde el maligno, sino que procede de los materiales reflectantes del tapetum lucidum de la coroides, propio de los animales de hábitos nocturnos, que reflejan hacia la retina los fotones de luz para que puedan ser captados por los fotorreceptores, aun en semioscuridad.
Estos fotorreceptores, conos y bastones, transforman la luz en impulsos nerviosos que el cerebro interpreta como un color determinado, en función de la longitud de onda del espectro visible que reflejan los objetos. Tonos rojos para las largas, verdes para las medias y azules para las ondas más estrechas que absorben los conos. Todas las personas vemos las mismas longitudes de onda, pero no todos las distinguimos e identificamos de igual manera. De ahí mi teoría, sin confirmar, del gusto por la elección y combinación de los colores con resultado armónico o catastrófico.
Sí que está comprobado que los genes que intervienen en la lectura están en los cromosomas sexuales y las principales alteraciones en la percepción de los colores: discromatopsia, rojo y verde, acromatopsia, blanco y negro, o tetracromacia, dependen de la categoría sexual del individuo. Así, una media del 30% de las mujeres, categoría de sexo determinado biológicamente por la combinación cromosómica XX, son tetracrómatas, tres conos normales y uno mutado, que les capacita para tener una visión cromática mucho más rica, ya que pueden distinguir más de 100 millones de tonalidades distintas frente al escaso millón que percibe una persona normal.

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