Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


El azud de Santa Ana

04/10/2023

El rumor de las aguas del Tajo contra él fue mi banda sonora durante el atronador silencio de la pandemia. Sobre todo por las noches, escuchaba como se precipitaban, apresuradas, rompiendo contra las piedras, generando una monótona monodia que acentuaba la angustia de aquellos momentos de incertidumbre. He visto, a lo largo de muchos años, como la espuma, fruto de la contaminación del río, brotaba de la agitación del agua que saltaba esa barrera reciente, pues fue construido en 1962, aunque en su lugar hubo otro azud anterior.
Todo ello acabó con la reciente DANA, que abrió brecha en él. Y de repente, el azud de Santa Ana dejó de cumplir con la función de remansar las aguas, dejando al descubierto una nueva ribera que rápidamente empieza a ser colonizada por diferentes especies vegetales, mostrando, dramática, la auténtica realidad del viejo Tagus, convertido en una lánguida y exangüe corriente que se desliza por debajo del azud, sacando a la luz viejas construcciones que permanecían bajo la lámina que, mentirosa, nos engañaba fingiendo un río ancho, casi caudaloso, que lamía las rocas del cerro de la Virgen de la Cabeza. Esa ficción ha concluido, recordándonos la dolorosa realidad de un cauce moribundo. Estos días, desde el puente de San Martín, me detengo a observar, con tristeza, en qué ha venido a parar lo que antaño fue un río vivo y vigoroso. Y me pregunto qué estamos haciendo, como sociedad, en Toledo, para revertir el asesinato de nuestro Tajo.
Pero el brusco descenso de las aguas, la desaparición de esa lámina que, como las ficciones barrocas, nos hacía creer aún en el río que cantó Garcilaso, me hace pensar en que es una metáfora elocuente de la realidad de la propia Toledo, una ciudad que corre el riesgo de morir ante una DANA de turismo desbocado, que está convirtiendo el centro histórico en un parque temático, una Pompeya ilustre pero muerta, un hábitat hostil contra el toledano. No estoy a favor de la turismofobia, reacción comprensible pero equivocada de una ciudadanía que se siente impotente ante la invasión de su medio natural. No lo estoy porque me gusta viajar, porque creo que todos tenemos derecho a disfrutar de la belleza que, a lo largo de la Historia, ha ido creando el ser humano. Porque estoy orgulloso de que nuestra vetusta Urbs Regia sea Patrimonio de la Humanidad, porque Toledo no es sólo nuestro, pero por ello mismo, quienes hemos nacido en ella, quienes se sienten toledanos de adopción, quienes damos vida a sus calles, plazas, edificios y paisaje, tenemos una responsabilidad especial en que lo siga siendo, porque su principal patrimonio son los hombres y mujeres que la habitan. Es urgente plantear otro modelo turístico, es necesario que en el centro siga habiendo vida, no una apariencia que se disipa al caer el sol.
Luchemos por un Tajo y un Toledo vivos.