Cuando todas las miradas y los focos se ponían sobre las aguas del Atlántico norte por la desaparición de la expedición del Titán, al otro lado del mundo, en el Mediterráneo, la muerte se embarca cada día en los naufragios de pateras. El hombre blanco rico frente al inmigrante negro pobre. La aventura del sumergible con multimillonarios a bordo en busca de los misterios de los restos del Titanic en el fondo del mar ha suscitado la atención mediática de medio mundo por la imprudencia de la expedición, lo abultado del coste de los pasajes y las posibles deficiencias de la nave, que han dado al traste el viaje al fondo del océano con la muerte de los cinco pasajeros.
En la semana que se recordaba el Día del Refugiado, el pasado 20 de junio, voces críticas han lamentado este paralelismo desigual en cuanto a atención mediática y los diferentes recursos invertidos entre la búsqueda del sumergible turístico y la tragedia de más de 700 inmigrantes muertos en las costas de Grecia. «Dos situaciones trágicas, dos respuestas globales diferentes. Toda vida humana merece ser salvada». Con este escueto mensaje en redes sociales ilustrado con una viñeta crítica del artista Oliver Jeffers, Rania de Jordania ponía en evidencia el doble rasero con el que normalmente se abordan situaciones de este tipo en función del estatus social, del país en que se viva o el dinero amasado por el protagonista. Hace unos días, en la frontera con Marruecos, España hizo 'un Grecia' en aguas cerca de Canarias, donde murieron otros 37 migrantes tras doce horas esperando el rescate.
La asiduidad con que los naufragios ocurren a puertas de Europa o los continuos asaltos a la valla de Melilla, como la de hace un año, deberían impactar más la conciencia de los Estados y abordarlo como la terrible tragedia que es cuando fallecen cientos de personas en aguas de 'nadie' o empotrados en los alambres de una frontera. En vez de soliviantar las entrañas, es paradójico comprobar cómo crece, al mismo tiempo, la idea de rechazo por parte de algunos partidos en orillar esta problemática y confrontarla con crisis económicas domésticas.
Somos capaces de informar las veinticuatro horas sobre un minisubmarino turístico, de buscar sus coordenadas exactas utilizando los medios civiles y militares más sofisticados, mientras que en el Mediterráneo sólo se es capaz de recoger cadáveres y lamentar las pérdidas en medio del silencio de la comunidad internacional. Este paradigma que ha lastrado la historia del hombre late con más fuerza, aun si cabe, cuando se produce en la entrada de lo que se supone que es el primer mundo y en la sociedad más avanzada de toda su existencia.