«No escuchar hoy la voz del papa Francisco es un pecado grave»

CÉSAR MUÑOZ
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El sacerdote y misionero Pedro Jaramillo salió de Torre de Juan Abad (Ciudad Real) a los 11 años y se ordenó a los 22. Lleva en Guatemala 18 años y ha sido reconocido Hijo Predilecto de Castilla-La Mancha el último Día de la Región

«No escuchar hoy la voz del papa Francisco es un pecado grave» - Foto: Rueda Villaverde

Ha venido de muy lejos Pedro Jaramillo, un Marco Polo de viaje aún sin final. Toma tierra cercado por los tributos: Hijo Predilecto de Castilla-La Mancha y bodas de diamante por 60 años de cura. En este tiempo de prisas y desvelos, se sienta a conversar en plena tarde. Solo le falta ponerse a partir pan y repartirlo.

¿Cómo va su vida?

Mi vida, muy bien. Estoy en Guatemala desde hace ya 18 años, que se cumplirán en octubre. Allí las cosas son muy diferentes que aquí, pero son estimulantes porque hay una respuesta muy grande y hay un afán de campear y salir de la situación muy fuerte de pobreza en la que se vive. En la zona periférica en la que estoy, uno se da cuenta de que hay mucha gente deseosa de salir de la situación en la que está para lograr una vida más digna. A eso dedicamos nuestros proyectos sociales. Sobre todo, muchos jóvenes quieren una vida más conforme a su propia situación, pero nadie ha sido capaz de sacar esa posibilidad a la luz.

¿Cuál es su proyecto con ellos?

Se trata de jóvenes que vienen de las aldeas más remotas de toda Guatemala; no solamente de la parroquia, sino de aldeas remotísimas, muy pequeñas, algunas, que no tienen ninguna posibilidad de salir. Cada día van a los salesianos y hacen carpintería, soldadura, electricidad, torno y fresa, mecánica de motos. Eso lo hacen en dos años y les da la posibilidad muy cierta de encontrar un trabajo. Ya han salido como unos 300 y un 95% están con su trabajo, y algunos se han hecho empresarios por su cuenta.

¿Qué enfoque dan a la actividad parroquial?

Hemos hecho un esfuerzo muy grande por hacer una evangelización que no sea aparte de las necesidades de la gente, sino acorde con las necesidades de la gente, para que perciban que la situación en la que están viviendo no es voluntad del Señor, sino que esta es que todos vivamos dignamente. Uno de los problemas que hay es que se queden en una situación de pobres y no lleguen a percibir que son empobrecidos, que no es lo mismo. Muchas veces cuesta que sean conscientes de que su pobreza tiene unas causas sociales, políticas y económicas que los tienen en esa situación.

Este año celebra 60 de cura y el nombramiento de Hijo Predilecto de la región. ¿Se ha cumplido su expectativa de vida?

La expectativa se ha cumplido totalmente, la experiencia me ha llenado del todo, del todo. Salí de Torre de Juan Abad a los 11 años y me ordené a los 22. Empecé dando clase en el Seminario, luego me fui a vivir al barrio del Padre Ayala y trabajando con jóvenes vi que responden cuando se invierte tiempo en ellos.

Mi vocación misionera me nació cuando estuve en Cáritas Internacional, pero sentí que necesitaba algo permanente. 

¿Cómo ve la Iglesia universal desde su misión?¿Llegan ecos de los Retiros de Emaús o Hakuna?

Allí eso no ha llegado o ha llegado con menos fuerza. Nosotros tenemos el gran problema de las sectas y de las iglesias evangélicas, que son muy de canto, de unas predicaciones de consuelos que vienen y se van con una facilidad enorme. Hay que hacer una pastoral que suscite preguntas, porque si no suscita preguntas la respuesta cae en el vacío, en nada, lo mismo que se te viene se te va, porque no viene a llenar una pregunta.

¿En qué se concreta esta pastoral?

En buscar la cercanía desde el punto de vista no solamente del afecto, sino también del efecto. Si ayudamos a la gente que no tiene con qué comer, surge la pregunta: «¿Por qué hace usted esto, si nadie lo hace?». Entonces puedes anunciar: «Porque mira, existió un tal Jesús que nos dijo el mandamiento del amor y ahí está». «Pero si yo no tengo nada para que usted me quiera». «¿Cómo que no? Usted es persona».

La salud mental es otro problema patente de la sociedad...

La escucha es otra de las grandes cosas para las cuales hay que tener todo el tiempo que sea posible, y no solamente escuchar, sino saber preguntar. La gente necesita enormemente ser escuchada porque tiene problemas, y agradece mucho que las preguntas vayan a lo que está viviendo. Hay problemas y situaciones que se callan y se quedan, y destruyen internamente a la persona. Somos como tierra que también se abona con cercanía, cariño, ayuda y escucha.

¿Qué percepción tiene de la crisis vocacional de la Iglesia?

Yo me desconecto mucho porque allí tiempo te sobra nada, pero respecto a este tema en Guatemala en concreto estamos en la contraria. Hay un florecimiento de vocaciones y no es tanto por el estatus de sacerdote, sino por esa encarnación en los problemas del pueblo guatemalteco, primarios y a veces muy extremos. Cuando te ve como uno de ellos, la gente se abre de tal manera que tienes materia para saber qué le puede ayudar. La fe no hace milagros, pero da una madurez personal a la hora de solventar problemas que no la dan muchas palabras o un oficio. También influye mucho la confianza de que el camino de la fe lleva a alguna parte.

¿Considera que el futuro de la Iglesia pasa por continentes como América Latina?

A lo mejor, la evangelización ahora tiene que ser al revés, de allá para acá. Creo que América Latina tiene mucho que decir, más que en gran teología o ciencia religiosa, en el aspecto de la vivencia desde la fe de la familia, el trabajo o la vida en general. No una vivencia consoladora sino provocadora, porque hace pensar, cambiar o agarrarse a la ayuda verdadera que puedan conseguir. Hay casos de gente que sale del alcohol, la droga o las maras desde una postura de hacerse preguntas sobre su vida.

¿Se recibió mejor el Concilio Vaticano II que al papa Francisco?

Puede haber algo de eso. Me parece que hay que escuchar al papa Francisco, que en su sencillez está haciendo una aplicación del Concilio a los tiempos de hoy a la que no podemos de ninguna manera hacer oídos sordos. 

Que provenga del continente es una gracia muy grande, porque él habla de realidades de fe que se dan en América Latina. No escuchar hoy la voz del papa Francisco, por decirlo de alguna manera en lenguaje eclesiástico, es un pecado grave.