Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Todos cojos (II)

17/11/2023

En este noviembre de Tenorios «clamé al cielo y no me oyó». Page, tampoco. Y no solo por lo de la amnistía, que también, de la que sale meridianamente retratado. No es el único. Unos por hablar mucho y no hacer nada y otros por votar pensando más en el sueldo que en la coherencia. Es en lo que se ha convertido la nueva política: en funcionarios de los partidos que asumen de manera genuflexa las órdenes del jefe. Tengo pocas dudas de que, en otro envite similar, en el PP, aun no estando de acuerdo con la postura del líder, no saldría ni un sólo valiente díscolo. Pero la fortuna es caprichosa y les ha tocado a los diputados del PSOE. Sobre todo, a esos ex alcaldes -como los de Albacete, Guadalajara y Toledo- que buscaron refugio en el Congreso pensando en una cómoda legislatura en la oposición, votando en contra de la ultraderecha y llevándose un sueldo durante cuatro años que ni lo habrían soñado en la empresa privada. Esto último, sólo reservado para los afortunados que conozcan ese ámbito. Al final, van a pasar a la historia, aunque de forma tan involuntaria como inesperada. Sus excusas para no salirse del carril son conocidas. Lo llaman transfuguismo, que es el rodeo tramposo para no reconocer que Sánchez les ha sometido a una disciplina tan férrea como la del Partido Comunista de China. Antes ser sumisos y violar sus propios principios que quedar como apestados ante los suyos. 
Clamé al presidente de la Junta y no me oyó «mas si sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra» responda Page, no yo. Lo hemos dicho por aquí más de una vez. Hay cuestiones que, cuando las sufres piel con piel, no hay estadísticas ni discursos que consigan esconder su degradación. Y la Sanidad en Castilla-La Mancha no pasa la prueba del algodón. En febrero fue lo de la citación para el mismo mes de 2024 en la especialidad de traumatología en el Hospital de Guadalajara. A partir de ahí, los lectores de La Tribuna enviaron por las redes varios volantes que elevaron a categoría el refrán de «mal de muchos, consuelo de tontos». Lo de la urgencia siempre es cuestionable, pero en un año, como dijimos, nos podemos quedar todos calvos o todos cojos, que es de lo que se trata. Para lo primero, siempre nos quedarán Turquía o las clínicas de Cristiano y para lo segundo hay dos opciones: una cojera simpática o una silla de ruedas, que tiene mucha menos gracia. Puestos a conocer mejor el servicio, nada mejor que pasar por la consulta y ver a un médico abatido por la realidad de los hechos: una operación quirúrgica cuya espera se remonta a 2019. Cuatro años que dan para justificar la demora en la pandemia, en Cospedal, en la guerra de Ucrania o en la más reciente de Palestina, como si aquí hubiéramos tenido que atender a lisiados de los bombardeos. 
El doctor es el primer y el único filtro, expuesto al cabreo del paciente, que ve como las quejas formales no sirven absolutamente para nada. Se acumulan por miles y la respuesta va del silencio a una supuesta excepcionalidad que, directamente, es mentira. Es ese especialista el que se lleva los insultos e incluso las amenazas, sin mayor capacidad de respuesta que la de encogerse de hombros. No hay argumento capaz de sostener que una operación se dilata durante cuatro años y sin que nadie te pueda garantizar una fecha aproximada para pasar por el quirófano. Importa poco tu deterioro; preocupa menos si algún día podrás de dejar de caminar por la indolencia de una gestión -a todas luces- muy deficiente.