Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Jacinto, el Vihuela

12/04/2023

Jacinto, el Vihuela, no volvió a subir en toda su vida a un coche ni a un autobús desde la mañana del 7 de junio de 1954. Había desayunado en La Bombonera; café con leche, dos bizcochos de soletilla y, para asentar el estómago, media copa de anís Machaquito. No le quedaba más remedio que ir a Toledo para arreglar unos papeles en la Diputación. Sacó su billete y se encaramó en el Galiano. Cuando daba lumbre a un cigarro que terminaba de liarse, justo a la altura del cruce de Cazalegas, sintió una explosión sorda y de inmediato el coche de línea comenzó a moverse más que un guaitoma de la feria. Los pasajeros, aunque trataban de aferrarse a los asientos, iban de un lado para otro como gallinas en gallinero alborotado. Se había salido el aro que sujetaba la goma de una de las ruedas delanteras reventando el neumático. El chófer a base de volantazos trataba, inútilmente, de no salirse de la cinta asfaltada, pero el vehículo perdió el equilibrio y volcó panza arriba con estrépito en la cuneta. Conductores que iban llegando al lugar del siniestro sacaron y auxiliaron a los accidentados. ¡Un verdadero milagro! Sólo dos personas con heridas graves y muchos heridos leves.
Jacinto, el Vihuela, salió a gatas, medio atontado y, sin ponerse en pie, junto a una mata de hinojo, vomitó el desayuno y las sopas de ajo de la cena. Cuando se le pasó la rilera, no hubo manera de convencerlo para que subiera a un vehículo, dijo que volvía andando a Talavera y volvió; pasito a pasito taponándose con el pañuelo moquero una brecha que tenía en la cabeza. Primero se metió en la Ermita del Prado y luego fue al dispensario municipal a que le cosieran los puntos. Desde entonces sólo viajó en tren, aunque tuviera que dar grandes rodeos y hacer muchos transbordos. Donde no llegaba el tren Jacinto, el Vihuela, no iba.
Una embolia llevó a Jacinto, el Vihuela, por delante. En el tanatorio de la Residencia, para trasladarlo al cementerio, apareció un coche de Pompas Fúnebres San Francisco. El comentario de todos los asistentes fue el mismo: «¡Coño, mira por cuanto al final va a montar en automóvil!». Y cuando la comitiva avanzaba por la avenida de Pío XII se oyó una explosión sorda, el vehículo mortuorio de repente hizo un extraño y fue a estamparse contra un SEAT 127 aparcado frente a Tapizados Félix. ¡Una rueda delantera estaba hecha añicos!