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El Cristo Redentor nunca ha faltado a su cita con el Miércoles Santo desde 1947. Casi 70 de tradición que le han convertido en protagonista de una de las procesiones más valoradas y bellas de la Semana Santa. Quizá por eso, centenares de personas se agolpaban en la plaza de Santo Domingo el Real más de 30 minutos antes de la hora prevista. Buscaban el mejor sitio para ver la salida de la imagen y escuchar, por primera vez esa magnífica noche primaveral, el canto del Miserere de los caballeros penitentes, que entonan antes de que el Cristo salga de ‘su casa’, además de en las diferentes ‘estaciones’ procesionales.
A las once y media clavadas, se abrían las puertas del monasterio de Santo Domingo el Real, sede canónica de la cofradía, entre el más absoluto silencio, únicamente roto por los flashes de las cámaras de los fotógrafos, profesionales y aficionados.
Sonó la campana y del monasterio salieron una decena de penitentes, que cantaron el miserere, símbolo del inicio de la marcha. Un tambor abrió el cortejo procesional, al que siguió un séquito de penitentes, más de 200, algunos de ellos descalzos, vestidos con túnica blanca, capucha negra y cruz de madera con cordón dorado en el pecho, cuyo ‘desfile’ se prolongó cerca de diez minutos. Algunos portaban faroles, para iluminar las oscuras y angostas calles de Toledo, y otros cruces, un total de 24, idénticas a la que lleva el Redentor.
Llegó el momento más esperado, la salida del Cristo del templo. El capataz daba las instrucciones adecuadas a la docena de caballeros porteadores de la imagen. Debido a sus grandes dimensiones, tuvo que ser bajada a pulso hasta cruzar la puerta del monasterio y subir los escalones que dan a la calle.
Este año, como el anterior, el Redentor vistió túnica granate con bordados en oro y su carroza lució, como habitualmente, la combinación de flores rosas y moradas. «Un golpe y arriba», gritó el capataz, y fue en ese momento cuando los penitentes cargaron la imagen a hombros entre los aplausos del público. Un público que no solo acompañó a su Cristo en el momento inicial, sino que fue fiel durante las más de tres horas que se prolongó la marcha.
Ríos de gente recorrían las calles de Toledo mostrando, en líneas generales, un respetuoso silencio, seña de identidad de este capítulo, en ocasiones roto por el murmullo propio de la multitud.
Los cobertizos, iluminados con los faroles, y el canto del Miserere volvieron a ser protagonistas en una procesión redonda, cuya perfección solo se vio mermada por la espera de aproximadamente veinte minutos en la calle Jesús y María a la que ‘obligó’ al Redentor el Cristo de la Humildad, cuya marcha partió a las 21,00 horas de San Juan de los Reyes. Además, la música que acompañaba al primero rompió el silencio procesional característico del segundo, algo que decepcionó a muchos de los asistentes.