Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


La insoportable levedad de la vida

17/07/2023

El pasado miércoles, muy temprano, nos despertaba Fernando Arrabal con el anuncio de la muerte de su amado amigo Milan Kundera, tres años mayor que él. Sus versos, posiblemente improvisados, decían así: «Negra y profunda / como un ciego asalto / nada puede matar / la pena mía / de perder / a quien mejor / midió la sombra de la sombra / con la luz de la historia / y sus episodios / cómo vivir sin ti / buscándote sin reposo / cuando ya llegas al Sol / como duelen las horas ya / entre inútiles sollozos».
Gran pérdida, sin duda, la de Kundera, para sus amigos íntimos; pero todavía más, para la literatura mundial, y en especial, para la novela. Incapaz de soportar la pérdida de su esposa Vera Hrabankova, el autor de El libro de la risa y el olvido fallecía, quién lo dijera, con 94 años. Con su pérdida, París –esa misma que, durante casi un siglo, fue una fiesta–, poco a poco se convierte en pura ausencia, quedando sus grandes cementerios bajo la luna –el Père-la-Chaise, el de Montmartre y el de Montparnasse–, repletos de nombres como estrellas.
Como Beckett, como Ionesco, como Cortázar, como Sartre, como Simone de Beauvoir, y tantos otros, a Kundera te lo podías encontrar en cualquier librería del Barrio Latino, o en cualquier cafetería –Flore, Les Deux-Magots, el Voltaire, la Closerie des Lilas–, departiendo con amigos, fumando, y presto a atender a quien lo solicitara. Eran ciudadanos universales, cosmopolitas, y muchos, muchos, como Picasso y Arrabal, parisinos adoptados y plenamente asimilados.
Nacido en Moravia, en 1929 –cinco años después del fallecimiento de Franz Kafka–, hijo del musicólogo y pianista Ludvik Kundera, Milan fue, desde su juventud, un enamorado de la música y del cine, y movido por sus inquietudes sociales, nada más concluir la Segunda Guerra Mundial, se afilió al Partido Comunista, iniciándose así un calvario, dado que, ya en 1950, era expulsado por presuntas actividades contra el partido. Readmitido en 1956, sería definitivamente expulsado en 1970, dos años después de los acontecimientos de la Primavera de Praga. Para entonces, casado con Vera, optaron por emigrar a Francia, enseñando, merced a su vasta cultura, literatura comparada en la Universidad de Rennes y, más tarde, en la École de Hautes Études de París.
Había empezado a escribir novelas en 1967, y cuando pasó a Francia, era conocido por tres títulos: La broma –una sátira del comunismo estalinista–, La vida está en otra parte y La despedida. Su prestigio alcanzó altas cotas en 1981, con la publicación de El libro de la risa y el olvido, que le valió la revocación de la ciudadanía checa. En 1982 recibió el Premio Europa de Literatura y se habló de la inminencia del Nobel; pero, en 1984, justo el año de la publicación de la que a la postre sería su obra maestra, La insoportable levedad del ser,  paradójicamente, la Academia Sueca, en una de sus habituales fintas, otorgaba el Premio Nobel de Literatura al poeta checo Jaroslav Seifert, fallecido, por cierto, unos meses después.  Desde entonces, y pese a hacerse acreedor de los premios más prestigiosos en su ámbito –como el Jerusalén (1985), el Herder (2000) o el Franz Kafka (2020)–, se convirtió en el eterno aspirante, junto a Borges, Cortázar o Eco.
Su obra, abarcable y selecta, en la línea de Flaubert, se completó con La inmortalidad (1990), a la que seguirían La lentitud (1994), La identidad (1998), La ignorancia (2000) y la ultima, La fiesta de la insignificancia (2014). En 1989, la Revolución de Terciopelo expulsaba a los comunistas del poder y renacía la República Checa, pero para entonces Kundera se había labrado una nueva vida, y toda una identidad, en su ático en la orilla izquierda del Sena.
Decir, como se ha dicho, que es el sucesor de Kafka puede sonar exagerado, pero eso en nada merma su prestigio dentro de la gran tradición cervantina. Una obra imprescindible, publicada en 1986, es El arte de la novela (que consta de siete ensayos magistrales).