Enclaves templarios de la provincia de Toledo (I)

José García Cano*
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En esta nueva serie escudriñaremos y recuperareremos aquellos enclaves templarios toledanos que fueron testigos del paso de esta orden de caballeros, que marcaron un antes y un después en aquellos difíciles años de reconquistas y luchas

San Bernardo de Claraval, personaje clave en el origen de la Orden del Temple. - Foto: The Walters Art Museum

En el contexto de la primera Cruzada y al finalizar la misma, rondando el año 1099 -el mismo año en el murió el Cid Campeador- en Tierra Santa se comenzaba a gestar la que sería una de las organizaciones más poderosas y temidas de la cristiandad: la Milicia de los Pobres Caballeros de Cristo o como mejor se la ha conocido históricamente, la Orden del Temple. Sus primeros nueve miembros, que habían sido destacados cruzados, decidieron proteger a los peregrinos que acudían a Tierra Santa procedentes de innumerables países europeos y de otras partes del mundo; su líder sería el francés Hugo de Payens, quien también contaría con la ayuda de Godofredo de Sant-Omer. Entre los años 1118 y 1120, este grupo de caballeros deciden constituir la que sería la Orden del Temple y para ello necesitaban tanto la autorización religiosa como la del rey, acudiendo para ello ante Balduino II de Jerusalén, quien les autorizó a organizarse y les cedió lo que aún quedaba del Templo de Salomón -la antigua mezquita de Al-Aqsa- para poder establecerse (de ahí que se les comience a denominar caballeros del Templo o del Temple). Allí permanecerían según algunas crónicas durante nueve años; sería en el año 1128 cuando tiene lugar el Concilio de Troyes (Francia), convocado con la única intención de reconocer de manera legal a la Orden del Temple. Durante el concilio se aprobó la Regla de los templarios, basada en la de San Agustín, si bien también hubo cierta influencia cisterciense que aportó un importante protector de estos caballeros medievales, como fue Bernardo de Claraval. En esta regla se confirmaron los tres votos de obediencia, pobreza y castidad que debían realizar aquellos monjes-soldado que querían acceder a la orden. A partir de ese momento su fama se extendió por toda Europa y la orden comenzó a recibir cientos de caballeros que querían pertenecer a tan noble institución. En muy pocos años, esta orden llegó a controlar un extenso territorio formado por hasta 9.000 encomiendas, con presencia en la mayor parte de países europeos y con más de 30.000 hombres entre sus filas.
Pero, ¿cuándo llega la Orden del Temple a tierras toledanas? Antes debemos recordar cómo y cuándo llegan los caballeros templarios a España, y para ello contamos con la primera donación que reciben en la Península Ibérica, datada el 19 de marzo de 1128, cuando la condesa Teresa de Portugal donó al caballero templario Raimundo Bernardo, el castillo de Soure y el bosque de Cera, cercanos a Coimbra. Continuando con el establecimiento de la orden en nuestra península, encontramos el ingreso en la orden del conde Ramón Berenguer III (cuya primera esposa por cierto fue la hija del Cid) que se formalizó poco antes de su muerte y quien dejó en herencia a los templarios el castillo de Granyena (Lérida), así como su caballo y armadura. Seria en 1143 cuando nuestros caballeros recibirían una serie de importantes propiedades gracias a la Concordia de Gerona, encontrándose entre ellas los castillos de Monzón, Barberá, Belchite y Remolins. El crecimiento de la orden en España fue imparable y sus encomiendas se fueron extendiendo por todo el país. Acercándonos a nuestro territorio toledano, nos encontramos con el primer documento que confirma la presencia templaria en Castilla, el cual está datado en 1146 y donde se habla de cierto despoblado llamado Villaseca, a 18 kilómetros de Soria. A partir de este momento, el objetivo de la orden será establecer encomiendas al norte del Tajo y posteriormente alrededor de Los Montes de Toledo, debido a que nuestra comarca se encontraba in fronteria maurorum. Conviene recordar lo ocurrido con el castillo de Calatrava, que fue donado por Alfonso VII a los templarios, pero que desgraciadamente abandonaron ante el ataque musulmán, pasando a manos de Sancho III -hijo del anterior- lo que dio lugar a la creación de la Orden de Calatrava. El citado Alfonso VII sería también el rey que donara algunos parajes y castillos toledanos a esta orden, la cual se comenzó a extender por lo que hoy es nuestra provincia. Y precisamente eso es lo que vamos a hacer en estas líneas durante varias semanas, es decir, escudriñar y recuperar aquellos enclaves templarios toledanos que fueron testigos del paso de esta orden de caballeros, que marcaron un antes y un después en aquellos difíciles años de reconquistas, luchas y consolidación de territorios. Conviene adelantar que es una difícil misión trazar la historia del Temple no solo en Toledo si no en España, debido a la falta de documentación y fuentes originales y máxime cuando vamos a hablar de una orden sobre la que se han escrito ríos de tinta, se la ha adornado con leyendas, fantasías y de la que aún hoy se siguen desconociendo muchos aspectos de su historia. De hecho, algunos de los pocos documentos originales que se conservan sobre el Temple en la península, estuvieron durante muchos años custodiados en el riquísimo archivo de la Catedral de Toledo, desde donde fueron trasladados al Archivo Histórico Nacional de Madrid, donde hoy se custodia, siendo documentación original fechada entre 1308 y 1310, precisamente cuando arranca el principio del fin de los templarios… pero no adelantemos acontecimientos y comencemos lentos y seguros este interesante viaje en el tiempo por los enclaves templarios de Toledo.

*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.