Los finados no fueron a la jura de Leonor porque estaban en el cementerio de Waterloo, un remedo del que levantó Mecano mediado de los ochenta. No es que no sea serio este cementerio ni llevemos flores de colores, es que mostramos urnas de plata con fotos desmochadas, en blanco y negro y pastueñas. Una pena que los finados no se den cuenta que lo son, pero un presupuesto por más que se estire no puede resucitar a los muertos. La única esperanza que les queda a los difuntos es que ahora es tiempo de espectros y fantasmas, pero probablemente con las borrascas de Celine y Leonor vuelvan a meterse bajo la cama, como Carmen Maura en Volver. Ayuso prepara pasteles y Sánchez, aquelarres. Las pinturas negras de Goya llegan en forma de amnistía y lexatin, lo que toma Yolanda para dormir dos horas y no soñar con Iglesias. Los muertos que vos matáis gozan de buena salud.
La movida de noviembre suena bien con una princesa y la investidura de los muertos vivientes. No sabemos si Rufián se llevará fotocopiadoras para imprimir la pregunta del Psoe, pero tampoco creemos que sea necesario. Page ya lo clavó el sábado aludiendo al juego del rasca y cuatro verdades más. Yo hubiera ido más por las caras o las tacillas, que son de Cózar o Calzada y juegan el factor local. Pero resulta cierto que todo esto es como película de Amenábar o Los Serrano, cuando el protagonista se despierta al final de la escena. Siento hacerles spoiler, pero lo que ocurre ya lo hemos vivido y sabemos que acaba mal. Tampoco es para echarse las manos a la cabeza y el cuerpo al suelo. Tejero, pasado el tiempo, podría ingresar en un convento de ursulinas. Sin mostacho, claro.
Los finados son una suerte de muertos inconclusos, pues el alma nunca se prende ni se pudre. El espíritu de lo hecho sobrevolará varias generaciones, como lo hizo la amnistía del 34 o el 36, según se mire. No soy yo quien dio la vuelta la cabeza atrás. Fue Zapatero en la entrevista con Alsina y se me abrieron las carnes cuarto y mitad. Si leyeran a Azaña, verían que todo lo último que escribió fue una enmienda a lo que hizo en vida, a punto ya del final, en La velada de Benicarló. Paz, piedad y perdón. Los finados se dan cuenta tarde de lo caro que está el aceite y creen que tienen la sartén por el mango. Que no surja una chispa que prenda todo este cementerio.
Noviembre es el mes preferido desde que nació mi hijo y descubrí que el otoño es la estación más bella del año. Desvela los colores de la Naturaleza, los hace pálidos, complejos, distintos. Juan Ramón Jiménez es quien mejor escribió del otoño y anticipó en otro poema aquello de y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando. Una pena que los pájaros de este año vengan de Waterloo, con una urna en el aire y la amnistía en el sobaco. Pero así lo ha querido Sánchez y habrá que darle las gracias a él por tanto. La Historia se quedará sin renglones ante la magnitud de su gobierno y sus colchones. Menos mal que vendrá luego otro que también lo cambie. Las cenizas arrumbadas en los catafalcos cantan señales de victoria cuando los muertos bailan. Pero está Leonor y todo lo cubre de rubio, cabellos, ninfas y Garcilaso, que también fue toledano. La amnistía es un negocio de cuatro, pero a mí me gustan las tazas de la princesa y las compro a pares. Voy a desayunar cada día con una distinta. Molan más que las tarjeas de Bruselas. Como dijo Larra, el cementerio está fuera y no dentro. Polvo serán todos… pero polvos amnistiados.