Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Camino la madrugada

08/04/2022

Camino la madrugada de las calles. Como mucho tiempo atrás. Llovió todo el día. Desde lo más profundo de la noche. Desde la cama oía el agua cayendo al patio, el goteo de un eco en un espacio desconocido, como una conversación tan imprevista como afortunada y precisa. Por la tarde fui buscando fuentes, surtidores, goteo de aljibes, borboteos de agua llenando plazas diminutas, bailando con el azahar. Por la tarde, ya casi de noche, dejó de llover. Calado, me cambié de camisa, zapatos, sequé la chaqueta y volví a las calles. Esta madrugada brillan los cantos rodados de los empedrados, el amarillo de las farolas es más denso y los adoquines reflejan las fachadas de cal y albero. Me pierdo por el laberinto de la medina. No me importa. Me detengo ante las fachadas barrocas, ante el goteo de una bajante rota, ante la ruina de un palacio del XV desventrado, ante un gato amarillo y mojado que cruza temblando.
Recuerdo las madrugadas, un siglo atrás, recorriendo Sevilla. Calle tras calle, esquina tras esquina, vacío tras vacío. Sin brújula y sin relevo. Por ventura sin orden ni privilegio. Algunas veces vuelvo a reencontrarme en sueños con aquel dédalo inabarcable. Y salgo a las mismas bocacalles, me detengo e intento adivinar dónde estoy. Cómo llegué hasta aquí. Cómo volveré. Y siempre termino en el Guadalquivir. Sobre alguno de los puentes, escuchando al río y mirando dentro, muy dentro, de la corriente oscura.
Esta noche camino y camino y al final bajo y llego también hasta el Guadalquivir. No es Sevilla. Es Córdoba. Y cruzo el puente romano. Ahora nadie pasea. Nadie lo cruza. Sólo acecha la eterna garza gris en su chorrera. Me paro y espero que llegue el canto del ruiseñor de abril desde los sotos de la Albolafia. Pero no. Esta noche no. Hace mucho frío. Esta tarde volaban golondrinas a ras de primavera. Y de anochecida los martinetes subían río arriba. Observo la ciudad, los brillos, las nubes muy altas, el fulgor de las piedras, el agua que rezuma, el silencio profundo, busco alguna estrella imposible… Y escucho de nuevo la corriente del Guadalquivir. Cierro los ojos y siento las palpitaciones del río, remolinos arrancados a la noche. ¿Para quién navega el río las noches? Quizá la noche sea el tiempo real. El vacío. El único. El de verdad.
Subo la cuesta y recorro la fachada de la mezquita. El cubo sobre el que gira la ciudad. El agua ha empapado los sillares. Brillo amarillo, espejos de mármoles dormidos. Pronto la ciudad volverá a despertar. Queda poco. Camino las calles hacia el norte, con la flecha de la brújula en la cabeza. Luego giraré al oeste e intentaré volver al tiempo antiguo. Como una corriente profunda, perfecta y subterránea que todo lo sabe.