Verdi vuelve a Toledo con la batuta de Muti

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José María Domínguez, investigador de la Universidad de La Rioja, señala las claves para entender un Requiem irrepetible • El concierto tendrá lugar esta tarde en la Catedral

Verdi vuelve a Toledo con la batuta de Muti - Foto: victor ballesteros

Giuseppe Verdi (1813-1901) visitó Toledo en algún momento posterior al 21 de febrero de 1863. Después de dirigir La forza del destino en el Teatro Real de Madrid, emprendió un viaje turístico que le llevó también por Andalucía y El Escorial. En una carta fechada en París el 22 de marzo escribía al conde Opprandino Arrivabene que «L’Alhambra in primis et ante omnia, le cattedrali di Toledo, Cordova, Siviglia meritano la riputazione che hanno»: merecen la fama de que gozan. ¿Qué le inspiró la catedral que hoy acoge una versión única de su grandioso Requiem? Para entenderla es necesario conocer el origen de la obra y la idiosincrasia del director de orquesta Riccardo Muti.

Que El Greco pasara tan sólo diez años de su vida en la que había sido la cuna del Renacimiento es ilustrativo de la pérdida del vigor artístico y político que había ido en aumento desde el Trecento. De hecho, la primacía cultural italiana entró en declive durante el siglo XVII. Hubieron de pasar tres siglos para que resurgiera, para que los constructores de la nación italiana sintieran la necesidad de recobrar nuevas fuerzas morales volviendo a ese pasado glorioso. Para Verdi, protagonista no sólo musical de la historia decimonónica de Italia, los dos héroes culturales del Risorgimento fueron Gioachino Rossini y el poeta Alessandro Manzoni. Por eso, cuando murió el primero en 1868 Verdi propuso rendirle homenaje a través de una misa de Requiem a la que habrían de poner música, conjuntamente, los más destacados compositores italianos. Todo un manifiesto artístico pero de profundo calado político en una coyuntura delicada: las recientes críticas hacia Rossini del Ministro de Instrucción Pública, Emilio Broglio, y sus planes para reducir la financiación estatal de los Conservatorios fueron contestados por Verdi como un insulto al arte musical que llevaba el nombre de Italia por todo el mundo. El proyecto de la misa por Rossini no llegó a realizarse, pero fue el germen de la obra que vio la luz, seis años más tarde, tras la muerte de Manzoni. Un Requiem que bascula entre la terribilità y la dulzura (dolcissimo es una indicación muy frecuente en la partitura) más propiamente italianas.

Nadie como Riccardo Muti para sintetizar estos términos aparentemente antitéticos. Muti es el heredero de una tradición interpretativa que se remonta al propio Verdi. Con él pudo consultar detalles musicales y conocer la sonoridad de la época el joven Arturo Toscanini, quien luego fuera  maestro de Antonino Votto (director de las legendarias grabaciones de la Callas), maestro a su vez de Muti. Pero hay otro círculo histórico que se cierra también con éste: siendo napolitano de origen, Muti concibe a Verdi como el culmen de la gloriosa escuela napolitana del siglo XVIII: el eslabón entre ambos fue el compositor de Altamura Vincenzo Lavigna, maestro de Verdi.

En su libro Verdi, l’Italiano ovvero in musica, le nostre radici (Verdi el Italiano, o sea en música, nuestras raíces) publicado el año pasado con motivo del bicentenario del compositor, Muti explica su concepción del Requiem verdiano. Por una parte el texto es fundamental. Destacan en sus versiones su dominio del latín y su interés por la dicción clara del texto («Siempre he intentado que la palabra «Requiem» no se cante como una invocación, sino como un complemente directo: ¡es un acusativo!», afirma). «La clave de la obra -dice el libro- se encuentra después de que la soprano canta «Tremens factus sum ego et timeo», hacia el final del ‘Libera me’». En ese momento aparece una lunga pausa en la partitura, indicación generalmente desatendida por los directores pero llena de tensión en la versión del napolitano. El texto transmite más que miedo, las palabras «et timeo» son para Muti como la expresión asustadiza de un niño: «tengo mucho miedo». La soprano pide a Dios ayuda y la respuesta es una lunga pausa, tan llena de sentido musical como el resto de la obra. Y después la repetición del terrible (en el sentido miguelangelesco) ‘Dies irae’. «Silencio», subraya Muti: «¿Qué hay después de la plegaria de la soprano? ¿Cuál es la respuesta?». El libro describe cómo el director suele pedir a los intérpretes de la orquesta y del coro que no se muevan, que no se arreglen la vestimenta durante esta lunga pausa para mantener la tensión emotiva que han de transmitir al público. Con simpatía recuerda cómo durante una interpretación al aire libre en la ciudad natal del compositor, Busseto, la violencia imprevista del ‘Dies irae’ provocó una espantada de palomas que nubló la vista como en la famosa película de Hitchcock.

Y por último: el entorno. Ninguna otra interpretación de Muti podrá ser como la de hoy porque las acústica de la catedral es irrepetible. Todo un reto. En su libro explica cómo cada lugar exige una disposición de la orquesta particular, poniendo el ejemplo de su primer Requiem en la iglesia de la basílica de San Lorenzo de Florencia. Entonces colocó las trompetas de una forma diversa de la habitual para el ‘Tuba mirum’ subrayando así su cualidad apocalíptica. De aquella ocasión también recuerda cómo la emoción de ver al fondo los púlpitos de Donatello casi le impidió empezar a dirigir. ¿Cómo percibirá el maestro la música de Verdi cuando alce esta tarde la batuta en la catedral de Toledo?

José M. Domínguez (Toledo, 1981) es investigador en el Área de Música de la Universidad de La Rioja.