Drama en el paraíso

Agencias-SPC
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Lampedusa es para muchos un destino vacacional de aguas turquesas, pero la realidad es muy diferente para los miles de migrantes que llegan a la isla en busca de un futuro mejor

La isla afronta desde hace más de una década continuas oleadas migratorias. - Foto: EFE

Es uno de los destinos turísticos más bellos de Italia. Pero también es el punto de llegada para miles de migrantes que, lejos de buscar un remanso vacacional, aspiran a empezar una nueva vida en la isla de Lampedusa. Con bellas playas, para muchos es un paraíso vacacional, mientras que para miles de sin papeles supone la salvación en sus peligrosas y a veces mortales travesías por el Mediterráneo: son dos realidades que confluyen en el mismo lugar, aunque casi sin rozarse.

Perteneciente al archipiélago de las Pelagias, es una pequeña isla frente a Túnez en cuyo casco urbano, de casas bajas abrasadas por el sol, sus 6.000 habitantes viven de la pesca y, sobre todo, del turismo. Sin embargo, un fenómeno en la última década ha impactado de lleno en sus acantilados: situada en pleno Mediterráneo central, representa la Puerta de Europa para quienes huyen de África y sus centros de acogida están completamente desbordados.

Por supuesto, no siempre fue así. Lampedusa vivía tranquila exportando su pescado hasta que en 1992 apareció en el horizonte la primera patera con 71 tunecinos. Fue el preámbulo de un drama que empeoraría con el caos en Libia, tras la caída en 2011 de Muamar el Gadafi. Desde entonces, la isla afronta continuas llegadas migratorias y frecuentes tragedias como el naufragio de 2013, en el que murieron 368 personas.

Con un único lugar de acogida que tiene capacidad para 400 personas, las constantes llegadas lo han saturado: más de 3.000 migrantes se hacinan en su interior a la espera de ser trasladados a la península o a Sicilia. No obstante, todo está organizado para que esto no interfiera mucho en la vida local. Los inmigrantes desembarcan en una zona de acceso restringido del puerto y son llevados al centro, hundido en un rocoso valle, amurallado y vigilado por el Ejército.

La vida dentro es un infierno donde los rescatados, también niños, pasan días amontonados, en colchones sucios o resguardados de un sol de justicia bajo los pinos que ensombrecen su patio. Las autoridades organizan el traslado de cientos de ellos a Sicilia en grandes barcos para aliviar el caos pero esto, generalmente, también ocurre al caer la noche, discretamente.

Entre tanto, en la isla se vive con tranquilidad, aunque recuerdan el drama con algún mural en las calles. Los turistas no ven ni rastro de inmigrantes por la calle: «No los ves porque llegan en barcazas y los meten directamente en el centro», reconoce Giuseppe, un pescador que dejó las redes para vender artesanía en la principal arteria de la ciudad. «No afecta en nada al turismo», le secunda su vecina Antonia.

Lampedusa es un paraíso de aguas turquesas al que peregrinan muchos turistas. Hay quien vio el filón enseguida, como Giuseppe Palmieri, que dirige la agencia que fundó su padre con la llegada del primer avión el 12 de junio de 1968. «Éramos los únicos», presume. 

Medio siglo después, «el turismo es la primera fuerza económica de la isla, sustituyendo a la pesca», afirma, contento. Esto pese al tema migratorio: «Los inmigrantes no deambulan por la calle, no inciden en el turismo, que continúa creciendo. Son cosas distintas», zanja.

Cementerio sin nombres

Pero hay un lugar que todos comparten: un cementerio repleto de lápidas y cuya quietud solo es interrumpida por el zumbido de una central eléctrica. En ese camposanto se enterró a algunas víctimas del mar: la Organización Internacional para las Migraciones estima en más de 17.000 los desaparecidos en sus aguas desde 2014; al menos 2.836 en los primeros nueve meses de 2022. Son tumbas sin nombre que alguien ha decorado con dibujos, una flor o un barquito de madera.

Otros, como el pequeño Youssef, nacido en Libia, reposan en amplias plazoletas con cruces y donde crecen los árboles, aunque ha sido inevitable colocar un cartel que avisa, casi de forma cruel, de la «prohibición de arrojar desperdicios».

Muy cerca, se yergue la Puerta de Europa, una escultura que señala frente al mar la salvación de la tierra firme. Aunque cada tarde suele ser tomada por chicos que escuchan música ante un sol que languidece. Porque, a pesar del drama migratorio, la vida continúa en Lampedusa, lugar de esperanza para los supervivientes a las olas.