Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Arsenio, el Maldiente

15/11/2023

Arsenio, el Maldiente, nació canijo, se crió canijo y murió canijo. Su madre lo sacó adelante más mal que bien a base de paciencia, sopas de pan y leche de cabra y puta casualidad. Como tenía tan mala boca se quedó con Maldiente mucho antes de entrar en la escuela primaria. Arsenio, el Maldiente, fue de los talaveranos de aquella generación de arrapiezos que para demostrar los huevos y la habilidad tenían que recorrer con la bicicleta de un tirón, y por arriba, claro, los arcos del Puente de Hierro sobre el Tajo. Arsenio, el Maldiente, para ser más chulo que ninguno, el último arco lo bajaba con los ojos cubiertos con un pañuelo y una sola mano en el guía. El único que trató de mojarle la oreja en aquello fue Federico, el Rili.  En el intento y posterior hostiazo tronzó el cúbito y el radio «y lo ma ma... más grave, el cu cu… cuadro de la bi bi… bici», Federico, el Rili, se quedaba un poco encasquillado al arrancar motores.  El brazo se lo compuso el señor Macario, el curandero, el cuadro Garvín y las costillas su padre con el cinto.
Arsenio, El Maldiente, emigró para Francia en el año 58, se quedó en Tarbes, que no es una cosa muy allá que digámos, pero contaba y no paraba de las bondades de la tierra de los gabachos. Lo que más le llamó la atención fue, y por este orden, la limpieza de las calles –yendo de Talavera no era de extrañar-, el seguro de enfermedad y lo bien que olían las francesas. Arsenio, el Maldiente, aprendió a hablar un francés básico y tosco que alguna vez tuve la suerte de oírle en el taller de Goicoechea del Paseo de la Estación, mientras esperaba que saliera del currele mi amigo Orencio y él conversaba con Pierre, el encargado.
 Arsenio, el Maldiente, nació canijo, se crió canijo y murió canijo, pero echándole a la vida los mismos huevos que cuando hacía malabarismos en lo alto del Puente de Hierro. Cuando le dieron tierra le sobraba caja por todos los lados. No deben tallar los ataúdes industriales, al menos los de la funeraria podían haber rellenado los huecos con corchopán para que el pobre no diera tumbos.