"Conviene repetirlo, España no es un país de desguace"

María Albilla (SPC)
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"Conviene repetirlo, España no es un país de desguace"

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto, a García de Cortázar, como a su paisano Miguel de Unamuno, le duele España. Y lo hace más que nunca en un momento terrible en el que la desafección nacional se ha convertido en una seña de identidad pese a las glorias de un país que, como todos, también tiene sus sombras.

Si ha llegado el día de publicar un libro titulado Y cuando digo España. Todo lo que hay que saber, ¿significa que sabemos demasiado poco?

No andamos muy sobrados de conocimientos sobre la historia de España porque, en el terreno de las humanidades, la crisis cultural se ha ensañado con especial virulencia. Pero Y cuando digo España nació como instrumento de los españoles para defenderse de las necedades que se dicen continuamente sobre su condición nacional.

Siempre se dice que se ha enseñado mal la historia. ¿Está de acuerdo? 

Los historiadores debemos saber Historia, pero debemos también saber trasmitirla. Si la historia es la reina de las humanidades, debe ser una reina hermosa, no zarrapastrosa. El historiador ha de procurar no maltratar a sus lectores, ha de conseguir que queden atrapados por el relato. La historia en el siglo XXI no debería pasar por el mito ni por el saqueo nacionalista o regionalista, sino por el ejercicio público de la razón y la metodología científica. 

¿Ha sido consecuencia de esa enseñanza que se haya perdido la conciencia de nación?

Los políticos debían saber que la nación se construye en gran parte a través de la historia, a través de unos planes de estudio que se preocupan de fomentar la conciencia nacional, tan escasa en España. Desde la Transición hemos asistido a un proceso político e intelectual en el que se ha exaltado machaconamente la diversidad de los componentes territoriales y culturales de España hasta llegar incluso a negar la existencia de esa comunidad que llamamos nación.

¿Qué hitos de la Historia de España considera que debiéramos tener todos meridianamente claros?

El primero, y quizá el más importante, es que España es el fruto de un prolongado hermanamiento, el producto de un enriquecedor proceso de mestizaje y de un ímpetu cultural desarrollado a lo largo de los siglos. Diversidad, aluvión, contagio, préstamo… son palabras de la hermosa lengua tallada por Nebrija que sirven para describir nuestra Historia que, por otra parte, también nos enseña que el desarrollo, el progreso y la cultura… son cosas frágiles. 

Seguro que también hay más de un capítulo para el olvido...

Por supuesto. Pero ¡ojo!, como ocurre en cualquier otro país europeo. Como decía Borges, la historia de la infamia es una historia universal. Y la de España está hecha de sombras y luces. Si ha engendrado inquisidores y dictadores, España también ha dado personajes que no han sucumbido a las tinieblas y han sido leales a los fértiles valores del humanismo y a los avances de la razón y de la democracia. España no solo es Torquemada o el general Franco. También es el espíritu crítico que hay detrás de La Celestina. También es Jovellanos y su espíritu ilustrado. O los seis millones de ciudadanos que, con ocasión del asesinato de Miguel Ángel Blanco, reprobaron en las calles y plazas del país la bestialidad de ETA. 

¿Pero por qué nos hemos creído a pies juntillas la leyenda negra?

Aunque se pasaron los tiempos del pesimismo hispano y del masoquismo intelectual, no pocos españoles creen vivir en una nación enferma, cuya historia es el relato de un inveterado atraso y de una interminable decadencia. La leyenda negra nos ha hecho mucho daño y hemos acabado interiorizando las maldades que desde el extranjero se han dicho de nosotros. Su sombra es alargada, en efecto. Si Gran Bretaña es el país al que menos le afectan las visiones que  se dan desde el exterior; España es, por el contrario, la nación a la que más le influyen la opiniones que se dan más allá de sus fronteras. 

¿Hay alguna nación más que sufra tanto la debilidad del sentimiento nacional?

No, no hay ninguna otra nación que tenga la pobre conciencia nacional que sufrimos en España porque aquí no se cultiva el sentimiento patriótico. La miopía que impide el reconocimiento de los logros de nuestro país y su posición en la cabecera del mundo tiene que ver con las turbulencias en su historia más reciente. Es el único país de nuestro entorno que en pleno siglo XX ha tenido una guerra civil y una larga dictadura que han generado una aterradora cultura guerracivilista que lesiona el sentido y sentimiento de España y fomenta el odio que destila la política de hoy. 

¿Qué episodios cree que han hecho que el mundo admire a este país?

Hay que recordar que hay mucho que recordar. Hay que recordar que el mundo sería peor, más incompleto o injusto, sin las grandes aportaciones hispanas, sin los traductores de Toledo, el pensar recio de la Escuela de Salamanca, el empuje explorador de los siglos XV y XVI, las expediciones científicas del XVIII… Pero contestando a su pregunta, creo que la palma de la admiración se la llevan nuestros grandes hitos culturales: el pórtico de la Gloria, la mezquita de Córdoba, Cervantes y Lope de Vega, El Greco y Velázquez, Goya, Picasso, Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, Lorca y la generación del 27… 

Esta es una pregunta que siempre me he hecho… ¿Por qué España quiere tan poco a España?

La costumbre de ver únicamente los fracasos nace en tiempos de Quevedo, cuyo soneto Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes ya desmoronados expresa muy bien este sentimiento lastimero y autocompasivo que domina la concepción de España desde siglo XVIII. El debate permanente sobre España me parece absurdo y muy doloroso para los que tenemos sentimientos y razones indudables respecto de una de las naciones más antiguas del mundo. ¿Quién en Francia se atrevería a hacer la pregunta sobre su existencia: mito o realidad? ¿Por qué los defensores de ese debate inacabable no se preguntan por la realidad o el mito de Cataluña? No les arriendo la ganancia a la vista de la violencia que se aprecia en algunas manifestaciones.

¿Hay que superar que Franco tenga la culpa de todos nuestros males?

Esa sí que es una anomalía enfermiza, que, después de casi 50 años, Franco siga vivo en el debate y la confrontación y que su figura retroalimente a populismos de distinto signo. Desde el Gobierno se pretende mantener vivo el enfrentamiento: esa es la aviesa intención del anteproyecto de Ley de Memoria Democrática que exige rastrear responsabilidades en el período que arranca de la guerra civil y se cierra en 1978 con la Constitución. ¡Qué triste que a las nuevas generaciones se les prive de nuestra mejor Historia moral y cultural para ocuparlas en la búsqueda de inocentes y culpables de unas décadas poco ejemplares!

¿Los nacionalismos nos hacen flaco favor? ¿Cuál ha sido su peso real antes del siglo XX?

Hasta finales del siglo XIX, los nacionalismos ni existían. Nacen al calor del romanticismo. Actualmente a mí me parece que son los grandes enemigos de España. El nacionalismo que se construye en Cataluña o en el País Vasco y Navarra no se considera la opción de un sector, sino la única forma de ser catalán o vasco. Sabino Arana situaba en la raza el factor esencial de la pertenencia a la colectividad de vascos auténticos. La obsesión racial sigue existiendo, pero el factor esencial es ahora la adhesión política: ser vasco o catalán es votar nacionalista. Los demás somos traidores o renegados de la patria, no ciudadanos que piensan de otra forma. Somos colaboracionistas. Y ya se sabe que los paganos son ajenos y merecen la compasión y la conversión. Pero los herejes merecen la hoguera. Ser vasco y no ser nacionalista le convierte a uno en un Miguel Servet de viaje hacia Ginebra. Es razonable suponer que los hombres que, bajo una constitución democrática, nos llaman antivascos o anticatalanes porque no votamos lo que ellos quieren, en un poder instituido por su iniciativa nos quitarían el voto. 

Usted lo tiene claro y evoca a Unamuno : «Pues sí: soy español de nacimiento, de educación, de cuerpo y espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio...» ¿Se siente identificado con estas palabras?

Y mucho más en esta hora grave de España. A mí también, como a mi paisano, me duele España, donde la liquidación de la cultura y el saber humanístico han impulsado el despilfarro de una preciosa herencia. No hay duda de que el independentismo nunca habría alcanzado sus niveles de seducción si España hubiera sido sentida y vivida por los ciudadanos con una intensidad emocional y racional capaz de enfrentarse a la ofensiva separatista, desde una posición de superioridad intelectual, mayor eficacia política y contundentes argumentos históricos. 

¿Cree que algún día podrá existir el sentimiento de orgullo y unidad y que se despolitice la palabra patria?

Los historiadores debemos ser optimistas y pensar contrariamente a Jorge Manrique que cualquiera tiempo pasado fue peor. Tenemos que pedir ayuda a los gobernantes para que desde la infancia y con la familia se cultive el sentimiento de patria. Y por supuesto, debemos poner fin a esa tontuna acomplejada de autoflagelarnos y pedir perdón continuamente, olvidando las grandes realizaciones de nuestros antepasados. Vengo hablando desde hace años de la necesidad de fomentar un patriotismo cultural que cimente la adhesión sentimental a España mediante la historia y el incalculable tesoro de nuestras expresiones artísticas y literarias, que confirman la existencia de una personalidad más allá de cualquier esfuerzo político por impugnarla, más allá de toda indolencia cívica para preservarla. 

Ahora mismo estamos escribiendo uno de los capítulos más aciagos de nuestra Historia. ¿Cómo cree que trascenderán estos tiempos?

Serán muy diferentes las versiones que historiadores de distinta sensibilidad e ideología darán de este tiempo de desolación inmensa originada por la pandemia. Le puedo adelantar la mía, que tiene que ver con el contenido ético que yo exijo a la política. Aparte de la sensación de que estamos en manos de pésimos gobernantes, que utilizan la excepcionalidad sanitaria para secuestrar el parlamento, me duele que no tengan piedad con los cientos de miles de españoles empujados a la miseria por la pérdida de trabajo que ha traído la pandemia. Carente de toda sensibilidad social que no sea la demagógica, el Ejecutivo de PSOE-Podemos ha duplicado el número de ministros con el consiguiente dispendio, agigantado con la creación de nuevos altos cargos y las legiones de asesores bien pagados cuya misión consiste en asegurar el poder de sus jefes.

Hace un repaso de los Titanes de la Historia. Entre ellos incluye a personas actuales como Amancio Ortega y Rafael Nadal. ¿Qué aportan?

Ambos resumen lo mejor de la España de este siglo XXI. Nadal representa el esfuerzo constante y el espíritu de sacrificio; es un luchador infatigable, con una personalidad de piedra y un orgullo a prueba de bombas. Y Amancio Ortega es un símbolo del empresario hecho a sí mismo, la prueba de que las decisiones de la inteligencia y de la voluntad pueden primar sobre las circunstancias. Ambos nos han recordado que el patriotismo es mucho más que envolverse en una bandera o corear himno.

¿Sería capaz de destacar a una de las principales figuras o elementos que aparecen en el libro por categoría? 

Me pone en una situación difícil. Pero puestos a elegir… diré los siguientes: Un rey o político, Cánovas del Castillo; un artista, Velázquez; un escritor, el poeta Fray Luis de León; un músico, Enrique Granados; una película, La guerra de Dios, de Rafael Gil; un paisaje, la desembocadura del Miño desde Santa Tecla; una ciudad, Toledo; un icono, el Pórtico de la Gloria; un hito, nuestro Siglo de Oro de las artes y las letras; una aportación al mundo, las reflexiones de Francisco de Vitoria, el gran teólogo de la Escuela de Salamanca, publicadas en 1557. 

Por supuesto hace un hueco a Nuestros mitos… ¿Cuál cree que es el que más daño ha hecho y por qué?

El de que España es la tierra de Caín. O esa identificación con el franquismo, tan dramática, tan presente en la izquierda de nuestros días. Hay que recordar que Azaña, por ejemplo, terminaba sus discursos con vivas a España que hacían temblar de emoción a su audiencia. 

En España aparta de mí este cáliz, el poeta peruano César Vallejo lanzaba una advertencia desgarrada a los hombres y mujeres del futuro, un mensaje que hoy parecen haber olvidado los que quizás nunca lo leyeron: Si la madre / España cae – digo, es un decir– / salid, niños del mundo; id a buscarla! Hay que salir a buscar esa España antes de que los gobiernos de turno nos la borren, una España inspirada en la tradición generosa de Cervantes y Galdós, viva, muy viva, a pesar de los políticos y los profesionales de la gresca. 

Hablar de país no es solo hablar de sistemas políticos o decisiones de gobierno. Es también hablar de arte, de cine, de literatura, de un rico paisaje común. ¿Qué le diría a alguien que, por ejemplo, no ha leído los Episodios Nacionales de Galdós?

Todo el siglo XIX español chisporrotea en la prosa llana de los Episodios Nacionales: revolución y reacción, progreso y tradición, rebeldía y resignación, fe y razón. Solo en las páginas de las Novelas ejemplares de Cervantes, en los cuadros de Velázquez y Goya, y en la novela picaresca del Siglo de Oro puede el historiador y el lector encontrar esa plena verdad, esa mirada justa e implacable que a Galdós le sirve para describir la aventura de España.