La jota del Tajo (y II)

*Miguel Á. Cedenilla Carrasco
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La jota del Tajo (y II)

¿Qué le está pasando al Tajo a su paso por Talavera?  

En los últimos años se están produciendo una serie de fenómenos relacionados con el río que están inquietando a los vecinos y generando una serie de bien intencionadas actuaciones, tanto oficiales como ciudadanas, buscando soluciones.  Por un lado, las explosiones estivales de nubes de unos «mosquitos» que invaden todas las inmediaciones. Un hecho que ha obligado al Ayuntamiento a fumigaciones constantes y a la eliminación de vegetación de ribera para aplacar la “plaga”, con el consiguiente gasto económico y ambiental que ello supone.  

Por otro lado, la proliferación o explosión de “un alga invasora”, como ha sido mencionada. Lo que ha provocado un malestar social, especialmente del colectivo piragüista, que ha promovido una iniciativa ciudadana participando diferentes colectivos para arrancar esta “alga”. 

Un tercer factor detectado es la perdida de profundidad, falta de corriente y el estancamiento del agua, especialmente en época estival. Lo cual esconde un problema más difícil de detectar:  la eutrofización del agua, un exceso de materia orgánica en suspensión, con proliferación de plancton (seres unicelulares y bacterias) y contaminantes que enturbian el agua y acaban con el oxígeno necesario para otras formas de vida, como los peces. 

¿Hay solución?

En ecología, es muy difícil dar con la solución a los problemas. Además, la naturaleza tiene sus propios sistemas de regulación y toma sus propias soluciones. Las ecuaciones son muy complejas y llenas de variables que, normalmente, cuando se intenta ajustar unas, se descompensan las otras. Pero es inevitable buscar soluciones porque la sociedad las exige, aunque desconozca que puede ser ella misma la causante de los problemas. Al médico se le pide que nos soluciones el cáncer de pulmón. Vale, pero, ante todo, debemos decir al paciente que deje de fumar.

Además, una premisa esencial antes de enfrentar retos ecológicos y emprender cualquier acción, es investigar las causas de lo que consideramos el problema con el suficiente rigor técnico y científico para no tomar soluciones inapropiadas, ineficaces o que pueden acrecentar el problema.  

Los molestos mosquitos seguramente sean de la familia de los quironómidos, pues no tengo noticias de que muerdan o piquen por la necesidad de obtener sangre para sus huevos, además de actuar de potenciales vectores de enfermedades serias, con lo cual la alarma social sería aún mayor, como está ocurriendo en otras cuencas hidrográficas. Lo que nos molesta de estos insectos son las nubes que forman durante cortos periodos de tiempo en su estado adulto, una orgía de cortejo y emparejamiento para poner sus huevos en el agua adheridos a la vegetación acuática.  

Como solución, se está fumigando periódicamente con insecticida y cortando la vegetación de ribera, algo que no es suficiente ni adecuado. Además de estar atentando posiblemente contra una serie de normativas medioambientales y de salud pública, hay que tener en cuenta los costes económicos para los presupuestos municipales.  

Aun considerando que el insecticida utilizado sea biológico, la eliminación de vegetación de ribera en plena época de reproducción de aves ligadas a este medio es un atentado ambiental, pues todas están protegidas por ley. Se les está quitando el sustrato de nidificación cuando más lo necesitan. Además del alimento a todas las especies insectívoras. 

Actuar sobre la fracción larvaria es un atentado aún mayor si cabe, pero menos detectable. Las larvas, que han eclosionado de los huevos que los insectos ponen en la vegetación sumergida, realizan un papel esencial en los ecosistemas acuáticos, pues son filtradores y devoradores de materia orgánica en suspensión y plancton, reduciendo la eutrofización del agua y la pérdida de oxígeno. Lo que potencia la presencia de fauna piscícola y anfibia que, a su vez, sería controladoras de los insectos, tanto en su etapa larvaria como adulta.

Debemos tener claro que las nubes de estos insectos son inherentes a un medio re-naturalizado como el Tajo a su paso por Talavera. Se ha conseguido, en buena parte, restaurar el ecosistema fluvial y aumentar su biodiversidad, lo cual es un valor natural y una riqueza para la ciudad. Debemos aceptarla y gestionarla tal como es, agradeciendo que exista. Pero hace unos años, quitamos de la ecuación unas variables necesarias para la regularización de estas cohortes de mosquitos, unos aliados fieles y dispuestos que actuaban de insecticidas naturales. Con la modernización de la ciudad y las recientes reparaciones de los edificios monumentales próximos al río, se han perdido los sustratos de nidificación y refugio de la mayoría de los insectívoros que cada año acudían en la época estival. Es decir, se taparon mechinales, grietas y se eliminaron nidos para vencejos, golondrinas, aviones y murciélagos. Esto ha reducido considerablemente la abundancia de estas especies en el entorno urbano. Recuerdo con nostalgia los carruseles de cientos de vencejos al atardecer en el casco antiguo, algo raro de ver ahora. Aunque la solución sería relativamente fácil y económicamente asumible que se compensaría enseguida por el beneficio que aportaría, como reabrir los mechinales, propiciar la construcción de nidos bajo aleros e instalar nidales de aves y murciélagos, tanto para edificios monumentales, como privados, con el apoyo vecinal. 

La proliferación del “alga” que ha motivado una actuación ciudadana apoyada por el Ayuntamiento para arrancarla, a pesar de la buena voluntad, no es otra cosa que un síntoma inequívoco de un problema mayor y una reacción necesaria del río para recuperar su salud. La supuesta “alga” no es tal, sino que se trata de una planta vascular acuática fanerógama, posiblemente Potamogeton pectinatus. Cuando surgen y proliferan es porque las aguas están pasando de régimen lótico a léntico, es decir, de río a lago. Y esto no es otra cosa que un problema de caudal. En tal situación, su papel es fundamental, pues están aumentando la resiliencia del sistema para no dar un cambio de régimen hacia un sistema eutrofizado (dominado por el fitoplancton y simplificado) y sin oxígeno, lo que puede devenir a aguas putrefactas. Gracias a ellos, el rio gana más capacidad para fijar los flujos de nutrientes, haciendo de sumidero de los mismos, reteniéndolos y no dejándolos a disposición del fitoplancton que evitaría la oxigenación de las aguas. Además de fijar contaminantes. 

Entiendo que los piragüistas echen la culpa a estos hidrófitos que dificultan la práctica de su actividad, pero su problema es la sedimentación por falta de potencia del caudal de las aguas, especialmente en verano. Con menos caudal, el fondo sube a superficie, reduciéndose la profundidad a unos pocos centímetros, tengan hidrófitos o no. Pero deberían considerar, aun entendiendo su preocupación, que éstos surgen en esta situación límite, actuando como depuradores de unas aguas que tienden a estancarse y eutrofizarse. Arrancarlos es como quitar el respirador a un paciente de UCI. 

El trasvase quita agua de cabecera, una buena cantidad. Pero el resto de los afluentes de la cuenca podrían compensar este “hurto” si lloviera lo suficiente. Sin embargo, con el cambio climático, no sólo sube la temperatura media, si no que llueve menos. Cuando el perro es flaco, todo son pulgas. 

En definitiva, estas explicaciones o sugerencias brevemente expuestas deberían hacernos recapacitar para mejorar la situación de nuestro río y encontrar actuaciones más adecuadas para una gestión que ahora, más que nunca, debe ser adaptativa. Debemos ser conscientes que el Tajo nos ofrece servicios ecosistémicos imprescindibles, tanto de abastecimiento de recursos como reguladores, pero sin obviar los servicios culturales, emocionales y espirituales que nos vinculan al Tajo y que nos aportan bienestar y una buena calidad de vida. Por eso nos importa nuestro río, por eso luchamos por él. Hemos conseguido un espacio natural muy rico, con una biodiversidad en aumento, un entorno que genera preciosos paisajes que se funden con nuestro otro patrimonio, el monumental. Lo cual merecería una figura de protección mayor que esperemos que consiga la Asociación Ardeidas que está trabajando magníficamente para ello. Y si ya consiguiéramos la calidad suficiente de sus aguas para recuperar el baño y comer sus peces, el triunfo sería total. Defendiéndolo con el corazón, pero gestionándole con cabeza.  

Al igual que las aguas que vemos pasar mirando al río no son las mismas el minuto siguiente, el ecosistema fluvial cambia con el tiempo y el efecto de todos estos factores mencionados hacen que el Tajo sea siempre diferente. Nunca será el mismo río el que conocieron nuestros abuelos ni el que conocerán nuestros nietos. El río siempre intentará regular sus condiciones fisicoquímicas, hidráulicas y ecológicas, sus ciclos de nutrientes y sus espacios, abriéndose camino hacia su desembocadura. Así que lo que fue nuestra tradicional Jota una vez, se ha transformado en el presente en algo distinto, nuevo, nunca peor, sino diferente, con su armonía que puede ser también hermosa. De la jota del Tajo hemos pasado a una “batujota” que se podría titular “Viva nuestro Tajo vivo”. Sigamos bailando y disfrutando. 

 

* Biólogo especializado en Zoología de Vertebrados y Conservación de la Biodiversidad