«Parece que el Covid nos ha robado 30 años de vida»

F. J. R.
-

Castellar y Cristina, dos hermanas gemelas de 27 años naturales de Villarrubia de Santiago, sufren desde hace más de un año Covid persistente con unas secuelas que les hacen estar en tratamiento con siete especialistas distintos

«Parece que el Covid nos ha robado 30 años de vida» - Foto: Yolanda Lancha

Primero un dolor de garganta. Suave, leve. Al día siguiente fiebre, 38 grados. Y en menos de 24 horas asfixia y dolor de pecho. Así comenzó el calvario de dos toledanas, Castellar y Cristina, unas hermanas gemelas, naturales de Villarrubia de Santiago, que con 27 años llevan ya más de uno padeciendo las secuelas del coronavirus en forma de lo que se ha venido a denominar Covid persistente o síndrome post-Covid.

Su pesadilla arrancó entre el 18 y el 19 de marzo del pasado año, en los primeros momentos de la pandemia, y jamás pensaron que vivirían algo igual.

Castellar empezó a tener los primos síntomas. Su hermana Cristina tardó un día en desarrollarlos. No saben dónde pudieron contagiarse, ya que nadie de su entorno familiar ni próximo contrajo el coronavirus. Sólo saben que a partir de ahí comenzó un calvario de aislamiento que en el caso de Castellar se tradujo en 51 días encerrada en su habitación. Su hermana estuvo 36, pero presentó peor cuadro, con una neumonía severa que la hizo temer lo peor.

Ambas llamaban a los teléfonos de urgencias Covid y siempre las decían lo mismo, que eran muy jóvenes, los hospitales estaban colapsados y no tenían oxígeno para enviarles. El único tratamiento que las dispensaron fue «que me tomara una tila y me relajara... cuando saturaba al 89%».

Lo cuenta Cristina, y se ensombrece al recordar esos días. Actualmente toma antidepresivos y ha tenido que ir al psicólogo. La cuesta estar en su propio dormitorio, el mismo en el que estuvo 36 días encerrada mientras «notaba que se me escapaba la vida» y en el que ahora mismo no puede estar a solas ni con la puerta cerrada. «Yo pensaba que me moría. Me daba miedo dormir y no despertar», confiesa.

Poco a poco, con ayuda de la hidroxicloroquina -«creo que gracias a ella estoy viva», señala-, Cristina fue venciendo la infección.

Superó teóricamente el coronavirus antes que su hermana, que siguió dando positivo en las pruebas PCR varias semanas más.

Los médicos las decían que se habían curado, pero ellas seguían encontrándose mal. Fatal cada día que pasaba. «Me dijeron que ya podía salir de la habitación, pero mis piernas no reaccionaban», cuenta Castellar.

Han llegado a tener 170 pulsaciones recién levantadas de la cama, toda la comida les sentaba mal, sufren bajada de azúcar, se les olvidaban las cosas, desorientación, migrañas, dolores musculares, dificultad para mover las piernas y, sobre todo, un inmenso cansancio. Siempre agotadas, «como si hubiéramos corrido una maratón a pesar de estar todo el día tumbadas», afirman.

Es un cuadro de secuelas tan amplio que les ha llevado por un periplo de médicos que las ha puesto en manos de hasta siete especialistas distintos, desde oftalmólogo, otorrino, endocrino, cardiólogo, internista hasta el neurólogo y la rehabilitación, que no sólo ha tenido que ser física, sino que han tenido que volver a aprender a respirar. «Los alveolos de nuestros pulmones no son capaces de llevar a nuestros músculos todo el oxígeno que necesitan para moverse», explica Cristina sobre el origen de que les cueste tanto hacer el menor movimiento.

Todo ese peregrinar de especialista en especialista es lo que las ha llevado, junto a otros 15 afectados de toda la región, a crear un colectivo víctimas del Covid persistente en Castilla-La Mancha.

Su intención no es otra que su dolencia se reconozca como enfermedad y que se constituya una única especialidad para su tratamiento.

«Ir de médico en médico es muy frustrante. Nunca se termina», explica Castellar, añadiendo además la incomprensión y el escepticismo de los sanitarios en los primeros momentos. «Nos decían que todo era psicológico, porque lo habíamos pasado muy mal. Pero nosotras no mejorábamos y al final, a base de insistir, finalmente al hacernos las pruebas vieron que los resultados no estaban bien», explican ambas hermanas.

Ahora, después de casi un año con varios tratamientos,  reconocen que están «mejor que al principio», pero que su mejoría es muy leve, «casi imperceptible con el paso de los meses».

El tema cardiaco ha logrado corregirse y la rehabilitación las ha devuelto mucha movilidad, pero siguen viviendo un suplicio diario.

Al contrario que otros muchos afectados, tanto Castellar como Cristina no están de baja laboral. Trabajan como administrativas en una fábrica y han contando con todo el apoyo de sus jefes. Las han habilitado una sala para ellas dos, de tal forma que allí pueden estar sin mascarilla (se ahogan si pasan más de dos horas con ella puesta) y continuar su trabajo.

«Otros no tienen tanta suerte, y para ellos el Covid persistente ha supuesto el despido», afirman para denunciar el ostracismo de este tipo de pacientes no reconocidos mientras no renuncian a la esperanza que les han dado los médicos: «Dicen que no habrá secuelas, que somos muy jóvenes, pero que nos va a llevar tiempo», repiten ambas con la esperanza de volver algún día a ser como eran antes de la pandemia.