Las mil resurrecciones de Tino Casal

Javier Herrero (EFE)
-

El legado del transgresor artista de canciones como 'Eloise', 'Champú de huevo' o 'Embrujada' sobrevive a través de las generaciones 30 años después de su muerte

El extravagante estilo de vestir del asturiano no dejó indiferente a nadie.

«Es grato que la gente no te olvide así como así; quiere decir que cuando te fuiste, dejaste algo», comenó Tino Casal tras una de sus primeras resurrecciones artísticas, ignorante entonces de que su obra, 30 años después de su muerte, seguiría como un fénix que no cesa de arder y retornar cada cierto tiempo.

Aventajado a su tiempo, con igual soltura se movió José Celestino Casal en numerosas disciplinas, ya fuese la pintura, la moda, la escultura o la música, la que le proporcionó más fama gracias a éxitos como Champú de huevo, Eloise o Embrujada para revelar un artista integral que puso a España en el camino de las grandes producciones pop, con ingredientes del techno, los nuevos románticos o el glam-rock. Sorprende que una personalidad tan singular diera sus primeros pasos artísticos como hijo de una pequeña localidad asturiana de pasado minero, Tudela Veguín, donde nació en 1950, en un mundo (obviamente) sin puente digital a la modernidad de las grandes metrópolis creativas y en el que las vanguardias pasaban de largo.

De las bellas artes, aprendidas en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, pasó a flirtear con la música en bandas de juventud como Zafiros Negros o Los Archiduques, con los que grabó sus primeros temas, véase Lamento de gaitas, de 1967, que puede escucharse en Spotify y que constituye el primer caso del pop que incluye dicho instrumento. Además, permitió advertir ya su gusto por el melisma y esos agudos característicos.

Viajó a Londres en los 70 para ponerse en contacto con las corrientes más efervescentes. Sin embargo, a su regreso a España no pudo aún aplicar lo aprendido, pues fichó por Philips, que buscaba un reemplazo al cantante melódico del tipo de Nino Bravo (con el que tristemente terminaría compartiendo la misma causa de muerte). Acabó así en el Festival de Benidorm de 1978 con el tema Emborráchate y un segundo puesto.

Esas ansias de libertad, y el corsé al que querían someterlo, le llevaron a apartarse momentáneamente de la música. Su retorno se produjo como productor de quienes serían referente del heavy metal nacional, Obús, a los que sedujo con su preciosismo y gusto por la ampulosidad en su debut, Prepárate (1981), y en Poderoso como el trueno (1982).

EMI lo fichó entonces e inició su propia carrera discográfica con el disco Neocasal (1981), que incluía temas referenciales como Champú de huevo y avanzaba su gusto por la modernidad asiática en Tokyo (con un moderno recitado inicial en japonés) y, sobre todo, su admiración por David Bowie (versionó Life on Mars?), bajo cuyo influjo hizo suya toda la ambigüedad del glam-rock.

«Yo no voy disfrazado», espetó educadamente a una presentadora que le preguntó si también iba así por la calle. «Probablemente la gran barrera que se establecía entre yo y el público es que ya era como me ves ahora y eran tiempos bastante más difíciles», reconocía sobre esa «segunda piel» textil que crecía a la par que su personalidad.

Esa fue la primera reencarnación de Casal, que siguió moldeándose con otros trabajos como Etiqueta Negra (1983), el de Embrujada, o Hielo Rojo (1984), cuyo Pánico en el edén aumentó las revoluciones de la Vuelta Ciclista a España con su línea brillante de sintetizador y ese «Sí o no, una de dos, o bajas tú o subo yo».

 

Punto de inflexión

Se produjo entonces uno de los episodios definitorios de su carrera: una larga convalecencia de tres años que lo postró en una silla de ruedas y lo apartó de la vida pública a causa de una necrosis de cadera que se produjo él mismo, al automedicarse por un esguince para no interrumpir su gira. De aquel tiempo le diría a Isabel Gemio en una entrevista: «Aprendí a dosificarme, porque el ser absolutamente abstracto o rotundo marca excesivamente y yo soy muy radical».

Fue cuando, aún entre fuertes dolores en las piernas, imaginó junto al productor Julián Ruiz su Eloise, versión de un tema de 1968 de Barry Ryan para la que terminó contando con una orquesta de 90 músicos en los estudios Abbey Road. «Es un tema con una calidad superior. Había que hacerlo así, muy honestamente, con un gran presupuesto, porque a mí me gustan las cosas de tamaño grande», explicó en el programa Sábado Noche, en 1987, el año en el que publicó el álbum que lo contenía, Lágrimas de cocodrilo. Aquella fue su segunda resurrección y el disco solo fue superado en ventas por Descanso dominical de Mecano.

Mientras tanto, la pintura (que calificaba «de poderío y waltraperío») siguió ocupando un lugar importante como vía de escape para su hermetismo emocional. Así creó el Movimiento Caos, una corriente kitsch junto a artistas como Fabio Mcnamara o Paco Clavel. De hecho, fue una exposición de Antonio Villatoro en el Palacio de la Merced donde hizo su última aparición pública en 1991. Ese año, el 22 de septiembre, falleció al estrellarse el vehículo en el que viajaba como copiloto y sin cinturón de seguridad contra una farola en Madrid, cerca del Puente de los Franceses, dejando como último testimonio musical en vida el álbum Histeria (1989).

No fue su último legado. El año pasado se produjo su enésima resurrección, cuando se publicó el disco inédito Origen, con nueve canciones grabadas en Italia en los 70. Su retorno es constante.