Ignacio Ruiz

Cabalito

Ignacio Ruiz


Self service

26/01/2022

El que viaja, más o menos, a menudo, se ha encontrado en alguna ocasión con ese hotel llenando mostradores en el salón de desayunos en el que te puedes ir sirviendo lo que más te apetezca. Desde unos huevos con bacon a un capuccino con croissant de mantequilla y todo lo que haya de por medio.
Esto lo henos ido encontrando con los años y más asiduidad en las tiendas de ropa: - Ahí tienes la montonera de pantalones, pilla el menos arrugado, o el más roto y pruébatelo – y vas tú y lo pagas.
Luego llegó la gasolinera, ese lucrativo negocio que sigue cobrando por un servicio que no recibes. Te exigen el conocimiento sobre uso y tratamiento de mercancías peligrosas, sin título ni nada. No pasa nada porque Dios sabe que somos tan tontos y nos echa un capote para que no nos pase casi de nada.
Y, en esto, la pandemia, no podía ser menos. Nos dejaron solos y sin mascarillas en la primera ola, nos trataron como ganado desinformado en la campaña de vacunación y, cuando llegamos ya a la sexta ola (reitero lo de que somos tontos, antes tropezábamos con una piedra dos veces), nos dejan a nuestra libre acción en el diagnóstico Covid: el famoso palito para la nariz.
Ya no nos acordamos de las campañas para limitar la automedicación, el férreo control sobre los antibióticos y su libre consumo. La acusada reducción de dosis de paracetamol o ibuprofeno si no era estrictamente necesario. Tan buena fue la campaña que el momento pastilla se ha multiplicado. Ya no somos unos simples usuarios del sistema de salud, somos clientes de un servicio self-service en el que nunca vamos a acertar. Bien porque te vacunas, y seas un retrógrado sumiso del sistema que nos domina o nos quiere dominar, o bien, seas un anti vacunas que te exonera de cualquier responsabilidad sobre lo que le ocurra al mundo. Hay versiones para todo, y dicen que somos libres para elegir. ¿Les creemos?
Pero de donde lo damos no es de la cabeza, lo que nos duele es la sensación de derrota en el alma. No tenemos control sobre nuestras propias vidas, porque hemos comprobado que somos insignificantes y efímeros, y, tan listos nosotros, no lo sabíamos.

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