'Ángeles' a pie de cama

José Carlos Rodríguez (EFE)
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Héctor Castiñeira, el alter ego de Enfermera Saturada en las redes, deja de lado el humor de sus libros anteriores para contar la cruda realidad que vivió este colectivo durante los meses de la primera ola de la pandemia

Héctor Castiñeira, enfermero que se esconde tras el personaje de Enfermera Saturada en las redes sociales, lleva luchando contra la COVID-19 desde el comienzo de la pandemia. En el libro Nosotras, enfermeras (Plaza&Janés), este profesional narra las experiencias vividas en un hospital de Madrid y asegura que, aparcado el miedo, solo quedan el «cansancio y el desánimo».

«Estamos cansados y desmotivados. Ese es el principal problema que tenemos ahora», afirma Castiñeira y explica que su obra muestra, a modo de crónica, cómo se vivió la crisis sanitaria de enero a junio en un hospital, por tanto puertas adentro, y cómo todo esto afectó al personal sanitario.

El enfermero asegura que no han podido irse de vacaciones y que ha habido «menos permisos y menos descansos», hecho que se traduce en agotamiento. Un cansancio que además se une a la desmotivación al constatar, dice, la gran falta de personal que hay y también al ver que en las calles sigue el movimiento negacionista y continúan las actitudes «poco responsables».

«Ahora tenemos EPI; tenemos recursos y podemos protegernos cuando atendemos a los pacientes. Sin embargo, seguimos teniendo un gravísimo problema de falta de personal. Tenemos EPI pero no tenemos enfermeras que se metan dentro de ellos», asegura.

Tras publicar Las UVIS de la ira, El paciente siempre llama dos veces o, el más reciente, El guardián entre el ibuprofeno, en los que describe el mundo de las enfermeras en tono de humor, Castiñeira deja a un lado la comedia para escribir Nosotras, enfermeras: Historias de unos días que nos cambiaron para siempre.

«Lo escribí casi a modo de terapia. El ir contando todo lo que estábamos viviendo me ayudaba mucho, era quitarme un peso de la mochila», destaca el autor, que afirma que todo «pasó muy rápido», y que compilar lo acontecido «puede ayudar a que no se desdibuje todo lo que sucedió cuando la pandemia llegó a España».

El suyo es, en suma, un relato sobre el miedo, la incertidumbre, la soledad o el agotamiento, pero en el que también hay emoción, solidaridad y esperanza.

Castiñeira cuenta cómo se vivió desde dentro el riesgo al contagio de los sanitarios, que se protegían con una mascarilla para toda la semana y una bolsa de basura; su respuesta ante los improvisados aplausos en los balcones, su vínculo con los pacientes y el apoyo recibido por la sociedad, que los denominó héroes.

«Algunas compañeras se contagiaron y lamentablemente fallecieron. Poníamos en riesgo nuestra propia salud e incluso nuestra vida. Pero era un trabajo que si nosotros no hacíamos no iba a hacer nadie. Los pacientes solo nos tenían a nosotros y éramos los que estábamos ahí cuidándolos, acompañándolos y sanando las heridas del cuerpo y del alma como buenamente podíamos y con los medios que teníamos», cuenta.

Sin embargo, Castiñeira advierte de que no le gusta la etiqueta de héroes: «En ningún momento pedimos que nos llamasen héroes. Simplemente somos profesionales que hacemos nuestro trabajo y que estábamos en el sitio en el que teníamos que estar». De hecho, en pocos meses, sostiene, pasaron de ser aplaudidos a ser rechazados por algunos y considerados «peligrosos», por volver a sus casas tras estar en contacto con positivos. «Hemos pasado de ser amados a ser odiados en muy poco tiempo, cuando realmente no pedíamos ni una cosa ni la otra», afirma.

Decisiones con ciencia

Para afrontar los meses que quedan ahora por delante, Castiñeira solo pide que sean realmente los comités de expertos los que tomen las decisiones «en base al virus» y no «los políticos», que básicamente, subraya, «se echan la pelota, de un lado a otro».

«Cada día se dice una cosa distinta y en cada región se toman decisiones diferentes. Al final eso contribuye a crear cierta desconfianza e intranquilidad a la gente», critica el enfermero. Para él, la única manera de frenar los contagios pasa por la reflexión individual de los ciudadanos sobre su «responsabilidad» a la hora de tomar «pequeñas decisiones diarias» que pueden influir «bastante» en la mejora o el empeoramiento de la situación.

Los hospitales, remarca, han aumentado las camas de UCI y están más preparados para afrontar esta enfermedad, aunque insiste en que la falta «de personas» sigue siendo un «gran problema», algo que los políticos, y en este caso sí ellos, deberían solucionar y cuanto antes.