Una moción de doble filo

Javier M.Faya (SPC)
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El próximo miércoles, Vox intentará desalojar del poder a Pedro Sánchez a través de la herramienta que le permite el artículo 113 de la Constitución, si bien el ataque parece más bien dirigido al PP en una guerra fratricida por la derecha

Santiago Abascal charla con Pablo Casado en la Constitución de las Cortes de la XIV Legislatura. - Foto: Ballesteros

Por mucho que el portavoz nacional del PP, José Luis Martínez-Almeida, asegure que la moción de censura que el próximo miércoles a las nueve de la mañana presentará Vox contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está diseñada «a mayor gloria de la formación» pero que «no es lo que más preocupa ni a los españoles ni al PP», lo cierto es que lo último es para ponerlo en cuarentena. 

Y es que, tal y como sucediera hace poco más de tres años en el arco de la izquierda con Podemos, que buscó sobre todo hacer daño al PSOE al obligar al bloque progresista a retratarse apoyando o no al Gobierno conservador de Rajoy, ahora las tornas cambian y es la formación de Santiago Abascal, el candidato propuesto por su formación para suceder a Sánchez, la que pone al PP contra la espada y la pared en su intento de echar a los socialistas del poder.  

Porque... ¿cómo podría justificar Pablo Casado que su partido ha votado en contra de una iniciativa que busca desalojar al PSOE cuando las relaciones entre las dos formaciones no han sido tan malas, con un Madrid confinado por La Moncloa en el epicentro de un tsunami político?

A día de hoy no se sabe qué votarán los populares. Seguramente, lo dirán a última hora y todo apunta a que seguirán el ejemplo de los progresistas cuando Pablo Iglesias intentó ponerles en jaque en 2017: abstención. 

Dar el sería algo parecido a reconocer que Santiago Abascal tiene un proyecto de Gobierno y no tanto un voto de castigo al Ejecutivo central, el mismo al que han criticado una y otra vez por la gestión de la pandemia del coronavirus, y con el que está enfrentado por la situación de la Comunidad de Madrid y un baile de cifras y rectificaciones que no cesa. 

Pero votar no significaría alinearse junto a Pedro Sánchez y eso implicaría perder definitivamente el espectro de la derecha más extrema porque, a fin de cuentas, es lo que está en juego: ¿qué partido representa mejor al votante más conservador? Y esto sucede ahora que parecía que el PP viraba hacia el centro tras la defenestración de su exportavoz Cayetana Álvarez de Toledo, si bien su sucesora, Cuca Gamarra, no se está mostrando ni mucho menos apaciguadora. 

Tiene toda la razón el alcalde de Madrid, que está en su puesto gracias a Vox, cuando dice que lo que más preocupa a los españoles es la salud, con una segunda oleada que va a más, aparte del paro y la incertidumbre económica. No obstante, quizás olvida que la formación derechista nació de la indignación, la protesta, el ruido. Como diría uno de los impulsores del partido, Fernando Sánchez Dragó, «Vox dice lo que muchos piensan pero no se atreven a manifestarlo». 

Dudas en Génova

Mientras, Génova calla y el comité de dirección del PP ha tratado esta cuestión varias veces en las últimas semanas. Pablo Casado ha pedido opinión a los suyos, como suele hacer siempre antes de fijar su posición. Ha escuchado y ha tomado nota de cada comentario. Hace unos días, en la reunión del Grupo Parlamentario en el Congreso, se informó a los diputados de que será la semana que viene cuando, previsiblemente, se confirme el voto del Partido Popular y se pidió a todos que, mientras tanto, traten de no avivar el debate en los medios de comunicación y no descubran sus preferencias ante los periodistas.

Congresistas consultados sospechan que si no se ha anunciado aún la posición es porque no está clara. De entrada, se descarta el sí. Pero entre el no y la abstención puede haber un abismo que, según fuentes parlamentarias del PP, puede marcar el resto de legislatura. También temen que el voto negativo se vuelva en su contra, en un sector del electorado que tiene zonas comunes con el Partido Popular, y que podría alejarse más de ellos si rechazan la censura a Sánchez. Y es que pondría en bandeja un discurso a Vox contra «la derechita cobarde» para los próximos años.

Desde luego, si Casado pide consejo a Aznar, lo tiene: No. 

 

Los otro candidatos

Felipe González · Líder de la oposición en 1980

De sobra sabía Felipe González Márquez que iba a perder la moción de censura contra el entonces presidente Adolfo Suárez, pero eso poco le importaba. Lo que realmente valía era mostrar ante los españoles, que se estaban acostumbrando poco a poco a vivir en democracia, que podía ostentar la Jefatura del Gobierno, incluso él, el líder de un partido de izquierdas. 

A todo esto hay que añadir que Suárez estaba muy tocado. La oposición de los socialistas (y de TVE) era brutal (el exvicepresidente Alfonso Guerra lamentó en sus memorias haber sido demasiado duro con el abulense) y el desgaste era enorme, tanto que su liderazgo en el partido se desmoronaba ante las corrientes que luego se unirían al PSOE y a AP.

Se puede decir que lo que sucedió en el Hemiciclo en mayo de 1980 fue el principio del fin de la UCD y de Adolfo Suárez, que dos años más tarde dejaría el partido y fundaría el CDS, una formación que cosecharía dos diputados en las generales del 82, en las que literalmente barrió el andaluz con 202 escaños.

Así, utilizando la terminología de Guerra, con las dulces derrotas y las amargas victorias, el que fuera secretario general del PSOE entre 1979 y 1997 salió muy reforzado de su fallido intento por echar a Suárez del poder recurriendo al artículo 113 de la Constitución.      

 

Antonio Hernández Mancha · Presidente del PP en 1987

Al igual que Pedro Sánchez en 2018, Antonio Hernández Mancha, líder del AP en 1987 y promotor de la moción de censura contra Felipe González, no era diputado. El senador y miembro del Parlamento andaluz acababa de hacerse con las riendas del partido tras unas primarias fratricidas contra Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y necesitaba tener visibilidad a toda costa. 

El problema fue que el líder del Ejecutivo se lo merendó. La imagen que dio el extremeño fue tan mala que cayó en desgracia para Manuel Fraga, que se puso manos a la obra para encontrar sustituto, José María Aznar (en 1989 lo sustituye), si bien antes se rumoreó que sondeó a la exministra Isabel Tocino. 

Muy tocado tras la moción de censura (ni supo atacar al Gobierno ni dar imagen de presidente), el brillante jurista comenzó un rápido declive, que trató de contrarrestar con viajes internacionales, como el que emprendió en 1988 a EEUU, buscando reunirse con Ronald Reagan durante el Desayuno de Oración Nacional. Logró una foto y una charla. También forjó una gran amistad con George W. Bush. 

Tras la invasión de Irak, trabajó en Bagdad de asesor para empresas europeas. Asimismo, su nombre apareció en los papeles de Panamá. 

 

Pablo Iglesias · Secretario general de Podemos en 2017

No eran pocos, y el primero Pablo Iglesias, que estaban convencidos de que Podemos podría llevar a cabo el sorpasso al PSOE. El 26 de junio de 2016 se quedó muy cerca de lograrlo, y por eso mismo, un año después, lo volvió a intentar comenzando por dar una imagen de líder de la izquierda española, de un partido que había vivido una grave crisis (Errejón se quedó relegado a un segundo plano tras perder en febrero en Vistalegre II), pero que estaba preparado, a pesar de su juventud, para gobernar. 

Lo de menos era desalojar del poder a Mariano Rajoy porque los números no salían, pero sí quería el madrileño hacer una demostración de fuerza con una serie de aliados (ERC, Compromís y EH Bildu votaron a favor y PDeCAT y PNV se abstuvieron) de los que echaría mano un año después para llevar al poder a Pedro Sánchez, que en el momento de la moción de censura había vuelto a hacerse con las riendas de un PSOE que se abstuvo. 

Aparte de ser un buen escaparate para Iglesias, también lo fue para su nueva portavoz y pareja, Irene Montero, una perfecta desconocida.

Para la posteridad quedarán sus rifirrafes con el presidente Rajoy, que en algunos momentos lo ninguneó con su habitual flema, y también la imagen de un Gobierno desgastado que no se podía imaginar lo que iba a suceder.  

 

Pedro Sánchez · Secretario general del PSOE en 2018

De todas las mociones de censura que se habían efectuado hasta ese momento, incluyendo la que en breve se producirá, en esta sí le salían los números a Pedro Sánchez porque había un objetivo común tras cerrarse 2017 con el 1-O, la DUI, el 155 o la cárcel para algunos de los líderes del procés: había que echar a Mariano Rajoy. 

Las fuerzas independentistas catalanas y vascas (proetarras en el caso de EH Bildu) lo tenían claro. También el nacionalismo vasco después de ver cómo se intervenía un Gobierno regional. Poco o nada le importaba al PNV haber ayudado el 23 de mayo de 2018 a Rajoy en los Presupuestos, los que, curiosamente, siguen aún vigentes. El 1 de junio los jeltzales fueron decisivos para que el que era y es secretario general del PSOE se hiciera con el poder un año y ocho meses después de haber sido echado de Ferraz.

Detrás de este osado movimiento estaba la mano derecha del madrileño, su asesor Iván Redondo, que vio en la sentencia de la Gürtel la excusa perfecta para su definitivo asalto a La Moncloa.

Hasta ocho partidos dieron su apoyo al socialista, con un Podemos que quiso dejar claro, como lo haría los dos años siguientes, que era el pegamento para que fuese presidente.