El bolso de Soraya

Carlos Dávila
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La estrategia de Casado de culpar a Rajoy de los males del PP es un error, ya que él es el responsable del desastre en Cataluña

La exvicepresidenta Sáenz de Santamaría, durante el debate de la moción de censura de mayo de 2018. - Foto: Zipi

Recuerdan la imagen. En los estertores de la moción de censura que Sánchez presentó (y ganó) a Rajoy, los cámaras de las televisiones y los fotógrafos en general, se volvieron literalmente locos retratando aquel escaño del presidente del Gobierno, hasta entonces ocupado normalmente por su dueño, y en ese momento vacío, solo depositado en él un adminículo: el bolso, anormalmente voluminoso, de la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría. Los periodistas analizamos la escena y concluimos con esta aseveración: Rajoy ha abandonado el poder, ha bajado los brazos, se ha dado por derrotado. Luego supimos que el ausente lo había sido por una elemental precisión fisiológica, pero el episodio ya había dado resultados: solo un bolso era interlocutor de la censura del aprovechado Sánchez.

 Pues bien: dos años y medio después, el bolso vuelve a la actualidad. Resulta que tres o cuatro dirigentes del Partido Popular han datado el comienzo de los males actuales de su partido en aquel desgraciado incidente miccionario. Uno de ellos lo expresó así a este cronista: «Nos fuimos del poder casi a escondidas, sin disputarlo a un desaprensivo, con una convicción general en nuestros votantes de que éramos culpables de todos los denuestos que aquel tipo nos estaba lanzando. Luego quisimos solucionar el problema con un precipitado Congreso que sirvió para dos cosas fundamentalmente: para saber que el favorito, Núñez Feijóo, no quiso presentarse para presidir el PP, y para constatar que el marianismo estaba dividido en dos con dos mujeres irreconciliables: Soraya y Dolores de Cospedal». Y termina: «Y no es cierto, porque no lo es, que la corrupción, que la ha habido, haya sido la lacra que nos ha hundido con resultados como el de Cataluña; no, Rajoy ganó de todo, desde elecciones municipales, europeas y generales soportando los casos que se iban abriendo».

Hasta aquí el desahogo de quienes, desde aquel marianismo que ahora todo sobrevive en la empresa privada, se han sentido maltratados por la errónea campaña de Casado empeñado en cortar cualquier vínculo con la gestión de sus predecesores. Estos, sin embargo, confiesan que ni van criticar en público al que aún es su presidente, ni van a articular un grupo de descontentos para ponerle las peras al cuarto al jefe de su partido. «Hemos estado callados y vamos a seguir estándolo», concluyen. 

Desde luego, ningún representante de aquella dirección (alguna segunda fila queda en el Comité Ejecutivo) se excitó el pasado martes con una invectiva, más o menos agresiva, contra Casado. Ninguno. En esa reunión telemática, tan fría, reinó lo que uno de sus asistentes calificó muy acertadamente como un «ambiente de paz triste». Perfecta definición. Tristeza y también incredulidad. Es lo cierto que el plan de vida y resistencia que presentó Casado no es el más ilusionante del mundo. Ni siquiera el abandono de la sede de Génova pone lujurioso al personal. Esa apuesta por el centro en la que ahora está instalado el PP como respuesta a la virulenta derecha de Vox, ha dado resultados óptimos en Galicia pero ha representado un fracaso, tómese como se tome, en Cataluña. 

El palentino tiene suerte: ahora comienza un período de existencia política sin conmociones electorales, salvo que en Cataluña -algo poco posible- fracasen los intentos de Gobierno y el 26 de marzo haya que clausurar el Parlamento regional y volver a las urnas en junio. Todo este tiempo le tiene que valer para asentar sus propósitos como alternativa a un Sánchez que ha bajado desde Barcelona con el pecho hinchado por los logros del incapaz sanitario Illa.

Y llegados a esta situación, la pregunta es: ¿Puede aspirar el PP a derrotar a Sánchez con su inexistencia en el País Vasco y Cataluña? No, con una salvedad: que el presidente del Gobierno, ahora en su mayor cota de autosatisfacción, se vaya condenando a sí mismo, cometiendo todas las tropelías posibles básicamente en dos campos: su estrategia de cesiones suicidas a los nacionalismos, y su errática política económica que nos está conduciendo irremediablemente al cierre de España. Si este doble panorama sigue confirmándose, es inevitable que el votante de centro derecha acuda en masa a solventar el drama. Esa sería la oportunidad de Casado, no así la de Vox que no tiene la certeza, ni mucho menos, de que sus resultados del pasado domingo sean transportables al resto de nuestra nación. 

 

Un equipo cuestionado

Casado, una vez pasado el trago de explicar a los suyos lo que le ha pasado, debe reorganizar su estrategia con respuesta a dos cuestiones: una, el acoso a Vox y a Abascal le traerá beneficios porque hasta ahora no parece que así sea, y dos, ¿el equipo que le rodea es el mejor para encaminar esta nueva travesía del desierto? Al respecto este cronista aventura lo siguiente: por más que haga lo correcto y no descabece a sus colaboradores, esta aventura tendrá que correrla. Las deficiencias en la estrategia electoral, y los modos de comunicación son dos constancias que, o se corrigen o conducen a la nostalgia en la derrota.

Y un aviso: el PP no es como UCD, aquella formación azucarada y en permanente tensión que desapareció humillada en las urnas y que ahora se rememora como una gran conquista política. El mapa de los representantes del Partido Popular es tan extenso que cubre casi toda España, excepción hecha de Cataluña donde es un partido irrelevante. Enzarzarse ahora en el debate de si ha sido el bolso Soraya el que ha atizado el gran mamporro catalán, es una estupidez, lleva a la confrontación interna que hace mucho tiempo desapareció públicamente en Génova. 

Casado tiene una urgencia inevitable: recomponer su espacio ideológico, una recomposición que él reconoció palmariamente. No sé a qué esperan él y otra caída, Arrimadas, para restablecer primero relaciones, y después, más con prisa que con pausa, llegar a un modo de entendimiento, desde la fusión al pacto electoral, para corregir el gran drama -este sí lo es- del centro derecha español: la división. El día en que el PP y Ciudadanos lleguen por lo pronto a un acuerdo, a Sánchez le quedarán unos pocos menos sentados en la poltrona de La Moncloa. Este y no otro debe ser el objetivo de ambos para los próximos tiempos. El hecho de que Cataluña se haya vuelto tarumba votando a un personaje tan extraordinariamente ineficaz, tan lelo en suma, no puede suponer que el resto de las regiones sigan su ejemplo y también terminen en el manicomio de la política.