Del terror talibán a soñar con una vida en La Mancha

Hilario L. Muñoz
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Muhammadin es uno de los refugiados afganos que han tenido que dejar Afganistán por su colaboración con España. Esta es la historia de un viaje de ida, en el que toda su familia ha tenido que escapar

Muhammadin escribe Afganistán en su idioma y en español, en una de las clases del MPDL. - Foto: Rueda Villaverde

Hay una escena casi de película que acompañará a Muhammadin el resto de su vida. Hasta hace unas semanas, trabajaba para el gobierno afgano en una provincia de su país. «Estaba en la oficina y me llamó el marido de mi hermana porque habían ido los talibanes al norte de su ciudad». Se decidió a salir andando hasta la capital de provincia más cercana, un viaje de cinco horas. Por la tarde, ya habían quemado la oficina en la que trabajaba. Allí cogió una habitación para unas noches y esperó a su familia, que llegó con su documentación, para después dirigirse a Kabul. Poco a poco fueron juntándose en la capital afgana, su suegra y la familia de su cuñado, huyendo de las represalias por haber colaborado con el Gobierno español. «Tenemos miedo porque conocemos a los talibanes y los talibanes de mi ciudad me conocen». Escondido en esa habitación de Kabul, a los 15 días sonó el teléfono, era el jefe talibán de su ciudad. «Los talibanes también estamos en Kabul, ¿qué harás en el futuro cuando vuelvas a Afganistán?», le dijeron. En ese momento apagó el teléfono, sacó la tarjeta y la partió.

Muhammadin es el nombre falso elegido por este refugiado afgano que vive desde hace un mes con su familia (su cuñado, su hermana y su suegra) en Castilla-La Mancha y con Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) como entidad a cargo de su petición de asilo. El esconder su nombre es un símbolo de la persecución a la que aún se le somete, pese a estar a miles de kilómetros de su país. Trata de proteger a la familia que quedó atrás, hermanas y tíos. «Estamos preocupados y hemos hecho un listado para dárselo al Ministerio». La intención es que puedan salir como colaboradores, tal y como ha hecho esta semana el Gobierno de España en otros casos.  «Una hermana y su marido, con los niños y las niñas, estaban en el aeropuerto de Kabul cuando estalló la bomba», se encuentran entre los que no pudieron venir con él, por ejemplo.

«Salen de donde tienen su vida y llegan a un país nuevo en el que no tienen nada, pero van a contar con la oportunidad de iniciar una nueva vida en paz y con seguridad», explica Manuel Lorenzo, coordinador regional del MPDL. Por este motivo, el proceso de refugio es lento y, de hecho, la suegra de Muhammadin tiene aún ataques de ansiedad por la noche. Dejó su país y se encuentra en uno en el que no conoce ni su lengua. Con todo, la ONG están dando clase de español, tratando de que haya una adaptación lo más pausada posible, aunque los hijos de Muhammadin lloran aún al ir al colegio. En Afganistán no hubieran ido hasta los 8 y aquí tienen que hacerlo desde los 3, por lo que el cambio es igual de grande para ellos. «No saben hablar español, pero ahora van yendo mejor».

El refugiado pasea por una ciudad de Castilla-La Mancha.El refugiado pasea por una ciudad de Castilla-La Mancha. - Foto: Rueda VillaverdeEl solicitante de asilo tiene 28 años. Vivió su infancia bajo los gobiernos talibanes y recuerda, por ejemplo, que a quienes se afeitaban la barba le daban golpes con madera, los burkas o el turbante concreto que debía llevar. «Jamás pensé que los talibanes iban a volver». Él fue uno de los muchos colaboradores que tuvo el ejército español en tierras afganas. Vivía cerca de una de las bases, era abogado y optó por colaborar. Estuvo cinco años trabajando para España en su país. Primero fue cocinero y luego intérprete, cuando aprendió mejor el idioma. También trabajó su cuñado, su tío, su sobrino... Todos estuvieron con el ejército y la Agencia Española de Cooperación (Aecid). «Aceptamos la peligrosidad de trabajar con España y cuando se fueron los militares estuvimos bien, pero al llegar los talibanes todo empezó a ir mal». Se trata de un proceso que no fue de un día para otro, sino que han sido cinco años en los que los talibanes han ido recuperando terreno. «Todas las personas que han trabajado con España se han escapado, sin zapatos, sin nada», comenta Muhammadin.

Para escapar llamó «a la embajada española». «El jefe de mi ciudad me dijo que le pidieron los talibanes mi número de teléfono para localizarme». Era una amenaza que se sumaba a otras que había tenido en su entorno. La más grave; el asesinato de uno de sus cuñados por los talibanes cuando llegaron a su ciudad. Cuando estaba en Kabul, recibió la respuesta de la embajada y un mensaje con un punto de acceso al aeropuerto. Allí había cientos de personas intentando entrar, le robaron el dinero que tenía y su suegra acabó en el río, en medio del caos que se vivía ante el miedo a los talibanes. «El dinero podemos encontrarlo por aquí, trabajando, por muy difícil que sea el trabajo, la vida no».

En su viaje a España han dejado su casa, el terreno que tenía con sus árboles y un jardín junto al río, ahora destrozado por una riada. Su sueldo como funcionario afgano incluía el pago de un préstamo por su carrera de derecho, al igual que su hermano tenía que pagar por la ingeniería de Caminos que realizó. Ambos títulos no tienen validez en España, ni siquiera sueñan con pedirla, ya que sería requisito indispensable que el gobierno afgano, bajo manos de los talibanes, sellara la documentación. «Si no hubieran venido los talibanes me hubiera quedado en mi país trabajando». De hecho, al concluir la presencia española le dieron la oportunidad de venirse a España, la rechazó porque quería trabajar por su país, recuperándolo de la guerra que iba a acabar con el Gobierno de los talibanes, señala entre comentarios sobre las noticias de mutilaciones y fusilamientos que llegan por redes sociales. Su mente está centrada en el futuro. «Cuando llegamos a España no pensamos que íbamos a tener una casa y comida», pero se encontraron lo contrario, «la esperanza de construir una vida en paz y seguridad».