«El complemento entre el hombre y la mujer es necesario»

Dominguín
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Belén Ortega es una joven ganadera de reses bravas que tiene por delante un emocionante legado. Es la cuarta generación de la ganadería de la Familia Ortega

Belén Ortega, ganadera. - Foto: Dominguín

A sus 34 años, Belén Ortega está inmersa de lleno en la empresa familiar, un negocio pasional y romántico, que siempre estuvo en manos de varones. Pero ella es una de esas excepciones que son cada vez más habituales. Al final como ella misma indica, se trata del respeto y la valoración de situar a la mujer, a la misma altura que al hombre.

Sus padres se lo han inculcado desde niñas a ella y a su hermana Blanca, sabedores que tarde o temprano tendrían que hacerse cargo de la explotación agrícola y ganadera. Para ello cursó el doble grado de Ingeniería de Caminos y en Ciencias Ambientales, finalizándolo en plena crisis el año 2010, no quiso nunca salir de España por estar cerca de su familia. Ello le animó a seguir cursando un MBA, y después trabajar como analista de grandes clientes en una destacada empresa nacional.

Siempre entiende que una persona debe estar si puede donde está más a gusto y acabó trabajando con su padre quien le animó a seguir trabajando fuera del entorno familiar. Fue entonces cuando comenzó a estudiar Farmacia, terminándolo en 2019. Comenzó enseguida a trabajar, pero debido a la pandemia, volvió a casa con sus padres involucrándose de lleno como ganadera de toros bravos.

Una joven que al mirarla transmite inocencia, a la vez que seguridad y firmeza; juventud en años, pero experiencia de haber conocido desde niña, lo que era un mundo cerrado a las mujeres. Sus padres siempre las dejaron a las dos hermanas desarrollar sus inquietudes, a la vez que orientándolas en la vida de la necesidad de la formación académica, la integridad y los principios.

Su padre Gregorio es de Añover de Tajo, su madre Margarita de Villaseca de la Sagra, sangre taurina de las dos villas sagreñas que han concentrado en Belén un cúmulo de virtudes para afrontar como cuarta generación de ganaderos de bravo, la igualdad de género que ella ve como algo normal, alejando siempre ese cierto «complejo de inferioridad» en el que se las quiere encasillar.

Belén no ha sufrido ningún tipo de discriminación en el mundo del toro por ser mujer. Ha oído algunas frases desafortunadas como «qué pena Gregorio que sólo tienes dos hijas…», pero ella nunca se ha dado por aludida. En su casa las han educado en la independencia de la mujer, teniendo como espejo la de su madre. Pero lo que Gregorio Ortega les enseño a sus hijas, se le ha quedado grabado a fuego «todo lo que puede hacer un hombre lo puede hacer una mujer».

Destaca que la educación recibida en casa en base a la igualdad de género le da una altura de miras sobre el debate de la desigualdad, en la que no cree.

Hoy en la familia compaginan la agricultura con la cría de ganado, sabiendo que lo rentable es lo primero y lo romántico lo segundo. A toda la familia, por su tremenda afición le apasiona la cría de reses bravas, que al final es un negocio, la familia come de sus explotaciones y los números tienen que salir.

Para llegar a tener esa gran afición, la protagonista se acuerda como acudía a Madrid a los toros, al abono familiar del tendido 9 bajo, con tan sólo 11 años sus padres la acercaban al coso, allí la acompañaban los vecinos de localidad y tras el festejo otra vez la recogían en la puerta para volver a casa. Su padre pensó que para que sus hijas tuvieran afición tenían que definir sus propios toreos, su propia tauromaquia desde jóvenes, a Belén le apasionaba sobre todo ir a las novilladas.

De su implicación en el campo, no recuerda cuando comenzó, porque desde que tiene uso de razón ha estado ligada a la ganadería brava, incrementándolo por su gran curiosidad por todo. Recuerda que de pequeña paseaba entre los toros cinqueños con su padre, y este a preguntas de su hija por el peligro de una embestida, el progenitor le dio una ‘porra’ y le dijo que si se arrancaba se la lanzase. Lo que es la fe de una hija sobre lo que su padre.

Belén no ha sentido una discriminación por ser mujer y dedicarse a ese mundo tan pasional, pues la selección del ganado recae en su familia y en Belén y Blanca, como últimos eslabones de la cadena. Ya su padre comparte con ella la elección y las decisiones que una vez puestas en común son muy parecidas a la de su progenitor. Eso denota que el rodaje y el aprendizaje como ganadera de lidia lo ha aprendido de manera extraordinaria. Ello le ha hecho ya, que las decisiones de la hija, siempre con fundamento y argumentos, hayan convencido al padre, algo de lo que ella se siente muy orgullosa.

Esa es la prueba de fuego de un padre que día a día examina a su hija en el duro camino que ha emprendido, dejando ya en algunos tentaderos que sea la propia Belén la que anote las características de los animales toreados.

«En el mundo del toro, me veo peleando al igual que lo he hecho toda la vida. Las mujeres tenemos que perder ese pequeño complejo de inferioridad, creado por una ínfima parte del género», explica. Es consciente de que los hombres tienen características físicas que no tienen ciertas mujeres, y lo ve en su propia casa con la gente que tiene trabajando en el campo. Pero manifiesta que los hombres están para complementar las carencias que pueda tener una mujer, eso en cualquier sector, y viceversa, pues destaca de virtudes y las cualidades que tiene cada uno y lo que hay que hacer es «explotar al máximo las cualidades». «Para aquellas que no se tengan, hay buscar a alguien que las complemente para crear un tándem perfecto», afirma. Belén lo ha visto así en su casa, unos padres que son un equipo perfecto, siendo el día y la noche, los defectos que tiene uno los complementa el otro.