La eterna discusión

SPC
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El poder en las negociaciones nacionales de fuerzas como PNV o ERC vuelve a poner en entredicho el sistema D'Hondt, la fórmula que se utiliza en España para repartir los escaños

La eterna discusión - Foto: Biel Aliño

Con partidos como PNV, ERC o Bildu poniendo precio a sus escaños para aprobar los Presupuestos regresa al debate un tema que volverá al cajón hasta la siguiente negociación de las Cuentas o hasta las próximas elecciones generales: el sistema de asignación de escaños en España. Los 350 diputados del Congreso son elegidos por 52 circunscripciones electorales (las provincias más Ceuta y Melilla). Al margen de las Ciudades Autónomas, en las que solo se decide un asiento, los residentes en cada circunscripción eligen con sus votos a un mínimo de dos representantes, en un reparto que no es proporcional al número de habitantes de cada territorio. De esta manera, un escaño en Madrid cuesta más de 100.000 papeletas mientras que en Teruel o Soria se obtiene con menos de 20.000 sufragios, o lo que es lo mismo, el reparto de asientos prima a las zonas menos pobladas. Así se explica que fuerzas con más de 200.000 votos en el total nacional pueden quedarse fuera del Congreso, mientras que otros, con los mismos apoyos concentrados en pocas provincias, obtienen incluso hasta grupo parlamentario propio y se convierten en bisagras en las negociaciones.

Es el sistema d'Hondt, que no ley, como corrigen los expertos. Este método, una fórmula matemática creada por el jurista y profesor de derecho civil belga Victor d'Hondt (1841-1901), se utiliza en España y en otros muchos países como Francia, Bélgica, Finlandia o Brasil, Chile y Colombia, para designar los diputados al Congreso.

Según este sistema, el número de votos que obtiene cada partido que se presenta a los comicios se divide sucesivamente por el número de escaños que se juega en cada circunscripción hasta repartir todos los asientos. 

De esta forma, tomemos como ejemplo la situación de la provincia X en la que hay cinco asientos en juego y son cinco las fuerzas que concurren a las elecciones. El primero, el partido A, saca 100 votos; el segundo, el B, 60; el tercero, C, 40; el partido D tiene 10; y el E, cuatro. De entrada, el partido E se queda fuera del juego al no lograr el tres por ciento de los apoyos que fija la fórmula. El resto tienen que dividir sus apoyos por cada escaño, de manera que el partido A juega por 100, 50, 33, 25 y 20 votos respectivamente. El primer asiento es para el A, que es el que obtuvo más votos, el segundo sería para el B, con 60, ya que es una cifra mayor que la del A con 50 votos para el segundo diputado, cifra que le vale a éste para llevarse el tercer representante. Pero el cuarto es ya para el partido C, que obtuvo 40 votos. El quinto escaño vuelve a ser para el partido A, ya que tiene la siguiente mayor cifra, 33 votos. Así, la fuerza A se ha llevado tres parlamentarios, el B tendrá dos y el C consigue uno, quedando el D y el E sin representación, a pesar de haber tenido, en el primero de los casos, un cinco por ciento de las papeletas.

Así, la población es la que marca la principal distorsión de este sistema, ya que, en las provincias más pequeñas, se favorece a las formaciones mayoritarias y, con ello, se tiende al bipartidismo que ha caracterizado la vida política española. Y eso que el método d'Hondt está considerado como uno de los que ofrece mayores garantías en cuanto a la proporcionalidad, aunque, precisamente, es la variable más discutida, puesto que es de la que se han beneficiado los nacionalistas o los partidos que acumulan la mayor parte del voto en una provincia, mientras que las fuerzas más pequeñas de ámbito nacional -como históricamente Izquierda Unida- se han visto penalizadas.