No se confunda más, Señor

Carlos Dávila
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Este Gobierno infame que soportamos está ayudando a Don Juan Carlos a cometer errores a pesar de que el fin no es él, sino acabar con la Monarquía

Don Juan Carlos se encuentra temporalmente en Emiratos Árabes, aunque su objetivo es regresar pronto ya que, según asegura, «a él nadie le echa de su casa» - Foto: Pool

Por lo que escucho de gente, al parecer informada (que no es mucha), el destino de los Emiratos no es la casa definitiva del Rey Don Juan Carlos I. Me indican que ha elegido aquellas tierras de oro porque, precisamente, no tiene pensado quedarse mucho tiempo allí. Es más: su intención, parece, es regresar tan pronto como pueda a España porque, son sus palabras: «A mí nadie me echa de mi casa». Esta frase, si es verdadera que resulta que lo es, revela el enfado tranquilo, sin aspavientos, que guarda nuestro Rey de casi siempre con la malhadada operación que gestó el Gobierno del Frente Popular y que ejecutó, con pena, pero con decisión muy discutible, su propio hijo. No quería marcharse pero al final, y tras aceptar de muy mala gana un breve texto que le pusieron a la firma, se montó en un avión privado y voló al lugar quizá menos apropiado, a un confinamiento en el que todo lujo es poco, donde le tratan -y de eso es de lo que se trata- «como un Rey» y no cómo en España: aquí ni siquiera se le ha concedido la presunción de inocencia de unos delitos que tampoco son seguros.

Por eso, solo por eso, algunos entendemos, mal que bien, la elección del refugio, y también el enorme enojo que no nubla -no se crea en otra cosa- la mente del Rey, del Rey, sin el aditamento del calificativo de Emérito, que es propio para un profesor jubilado de matemáticas, pero no para el que durante decenas ha sido el titular de la Corona española. Nada menos. 

Todo lo que estoy relatando en esta crónica que espero que termine como ha empezado: con absoluta morigeración y sin descubrir, más de lo imprescindible, las fuentes informantes, es tan cierto, como la voluntad de Don Juan Carlos, de volver a su patria, y el empecinamiento del Gobierno social comunista de que no aparezca más por aquí. 

Les diré algo más que en otra entrega ya adelanté: el Rey tiene muy avanzadas unas memorias, escritas al alimón con uno de los periodistas más ilustres del país (si no el que más) que todavía no tiene colofón tras este penúltimo episodio (lo será, ya lo verán) de su vida pública, y que provisionalmente culmina con su abdicación. En este capítulo revela que Isabel de Inglaterra, cuando supo del abandono, le dijo: «Un Rey no abdica nunca». Don Juan Carlos no le hizo caso, por eso la pregunta pertinente de ahora mismo es ésta: ¿hubiera abdicado en estos momentos? Pues la respuesta compartida por variopinta gente, es la siguiente: «de ninguna manera».

El Rey se equivocó pidiendo perdón tras aquella peripecia estúpida de Botswana porque apareció como un adolescente que se disculpa ante su confesor por su primera fechoría sexual, pero no debe repetir un similar resbalón. Y lo está repitiendo. Lo escribo con gran pesar: lo está repitiendo. Ha errado en la elección de su parada, ha errado (o le han hecho errar) en la opacidad de su viaje, ha errado (y le han hecho errar) en la operación que le ha llevado fuera de España y está errando en la transmisión de que es un tipo arrogante que se pone España por montera y hace lo que le viene en gana con su dinero y  con sus presuntas amantes. 

Este Gobierno infame que soportamos le está ayudando con toda consciencia a confundirse porque su objetivo no es Don Juan Carlos, al que ya tienen en el extrarradio de la nación; su fin es ir cargándose la Monarquía, gota a gota, partido a partido. Nuestro Rey es solo una etapa en el camino de la destrucción constitucional e institucional. Por eso, jalean los yerros de Don Juan Carlos con la única excepción de la ministra de Defensa, Margarita Robles, sobre la que todo el mundo se cuestiona qué hace compartiendo Gabinete con los bombarderos del Sistema. 

En esta tesitura, la pregunta recurrente de este verano es una que no tiene contestación, al menos para este cronista: ¿quién aconseja a Don Juan Carlos? Y todavía más: ¿quién aconseja a su hijo? Responder a esta segunda cuestión es sencillo: los miembros de su Casa del Rey con Jaime Alfonsín al frente, un personaje casi desconocido que ha tenido que tragarse el mayor marrón de su vida: pedir a Don Felipe VI que ordenara a su padre la salida de España. Eso sin controlar, porque era y es imposible, unas reacciones adversas que van desde llamar fugitivo a Don Juan Carlos comparándole encima con el impresentable Puigdemont, hasta asemejar la marcha de nuestro Rey con el exilio itinerante que tuvo que aguantar en su momento un emperador autócrata como el Sha de Persia. O sea, una indignidad.

Silencio

Ahora, desde sus habitaciones reales en los Emiratos, el Rey Padre no habla, aunque le han ofrecido, incluso, entrevistas en exclusiva, pero no se rebela ante las críticas justas que se hacen a su concomitancia con los monarcas nada ejemplares. Dicen que en el fondo no ha hecho otra cosa que lo que diariamente hacen muchos españoles que han sentado sus dominios en los Emiratos, dado que en la España de Sánchez e Iglesias, sobrevivir es prácticamente un milagro. Pero Don Juan Carlos ni es un empresario, ni un comisionista por más que se le trate como tal: es el mejor Rey que haya tenido nunca España desde Carlos III. Merece un respeto y nosotros merecemos su respeto. 

Por eso, la mejor sugerencia es que se busque un alojamiento provisional más propicio, mientras prepara todo para su inevitable y aconsejable regreso a España. Aquí, le quiere toda la Transición y aquí, si es el caso, deberá dar las explicaciones que judicialmente se le pidan. No puede ser que vuelva a España para dar estas cuentas casi escoltado como si se tratara de uno de los mil sanguinarios etarras que, de vez en cuando, nos devuelve Francia. Que no se confunda, que no nos deje sin argumentos a sus partidarios más o menos fervorosos. Porque, si aún se encuentra en Galapagar o donde sea, un tipo como el presunto falsificador Pablo Iglesias, ¿por qué no dejar vivir con nosotros al que -repito- ha sido nuestro mejor Monarca?