Javier D. Bazaga

NOTAS AL PIE

Javier D. Bazaga


¿La caída de un símbolo?

22/04/2022

El decreto aprobado este pasado martes en Consejo de Ministros, con entrada en vigor el miércoles, sobre la NO obligatoriedad del uso de las mascarillas en los interiores, ha terminado siendo el acontecimiento que no fue. Despertó en la ciudadanía –y en nosotros los periodistas– un interés desmesurado ante lo que podía suponer este paso que daba el Gobierno central, y justificado, ojo, después de más de dos años de uso de la mascarilla continuado, con sus amantes y detractores claro, –qué podíamos esperar de este país de contrastes–, como punto de inflexión en una época en la que la pandemia lo condicionó absolutamente todo.
Aún recuerdo aquel 10 de marzo de 2020, estando en el Congreso de los Diputados, cuando nos comunicaron el cierre de la planta en la que se situaba el grupo parlamentario de Vox por el positivo de Santiago Abascal, y luego, en cascada, la suspensión de la actividad parlamentaria en el interior de la Cámara Baja. «Todos fuera» nos dijeron. A continuación vino el confinamiento, continuaron las muertes, llegaron los aplausos, continuaron las muertes, las medidas económicas, continuaron las muertes, y nos marcaron como rutina la consulta diaria del Boletín Oficial del Estado para ver qué se podía hacer y qué no, y hasta dónde podíamos viajar, y hasta dónde no, o cómo hacer deporte, o con quién o qué darse un paseo por el parque.
Visto hoy, con perspectiva, muchas de las medidas que se tomaron fueron un tanto absurdas. No las juzgaré, no me hubiera querido ver tomando decisiones en esa situación, con tan poca información y tanta incertidumbre, que llevó incluso a los más 'espabilados' a hacer negocio con ello. Pero más allá de restricciones de movilidad, de aforo, de horarios en hostelería, de limitaciones en reuniones familiares –he llegado a llamar a mis hijos «convivientes»–, si ha habido algo que ha marcado estos más de dos años de pandemia en la actitud y los hábitos de los ciudadanos ha sido la mascarilla. Hasta el que 'se comió' toda la pandemia desde el principio, el exministro de Sanidad Salvador Illa, confirmaba en un mensaje en redes sociales el mismo miércoles el valor de este «paso más hacia delante» después de 700 días con ella puesta –siempre con la excepción de algún que otro negacionista–.
Pero me da la sensación de que había tantas ganas que esa idea de «la caída de un símbolo» no ha sido tal. Usted, ¿la sigue llevando cuando entra al supermercado? ¿Le da cosa no llevarla cuando se encuentra en una calle estrecha llena de gente? Y si alguien a su lado tose, ¿echa mano al bolsillo para buscarla? Pues mucha gente sí, la echa de menos en esos momentos, y entre ellos estoy yo. La sigo llevando en las situaciones en las que considero que es más seguro para mí y mis «convivientes». Igual que creo que hay espacios en los que la mascarilla debería haber llegado para quedarse: transportes públicos varios, hospitales y residencias de mayores –al menos para las visitas–. No creo que la no obligatoriedad de la mascarilla en interiores haya sido la caída de un símbolo, pero sí un gran paso para poder vivir una nueva etapa de optimismo. Eso sí, si les incomoda volver a ver algunas caras al completo, no culpen al Gobierno.