Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


La deriva catalana al descubierto

26/04/2021

Pocas veces he terminado de leer un libro con tanto asco y repugnancia como cuando hace unos días concluí –haciendo un esfuerzo desmesurado– El hijo del chófer, del barcelonés Jordi Amat. Tengo la sana costumbre de cortar por lo sano la lectura de una obra cuando veo que es un bodrio, que está mal escrita o que, simplemente, daña mi sensibilidad. Pero por una vez… Un buen libro, siempre lo he dicho, es aquel que, nada más concluirlo, sientes deseos de empezarlo de nuevo.
No fue ése, ni mucho menos, el caso de la historia del periodista y abogado Alfons Quintà, que pretende ser una biografía, pero que es mucho más, y, sobre todo, una panorámica de la Cataluña que, partiendo de un ideal reivindicativo de sus más puras esencias, representadas por personalidades de la talla de Josep Pla, el historiador Vicens Vives y Josep Tarradellas, primer presidente de la Generalitat, tras varias décadas de exilio, cae en manos de Jordi Pujol, el cual, al socaire de la bancarrota de la Banca Catalana, se envuelve en la bandera de Cataluña, desafía al Estado y, junto a un amplio abanico de tipos sin escrúpulos, convierte Cataluña en su particular finca, manipulando a todo un pueblo, generando odios múltiples, y arrasando, con su mujer y sus siete hijos, el tesoro catalán.
Amat nos cuenta, a través de la biografía de Quintà –el hijo del chófer–, el paso a paso de aquella enorme mixtificación que fue el pujolismo, en el que acabaron implicados esos mismos que estos últimos años tomaban las calles, dispuestos asumir el mando de la República Catalana. Fueron ellos, los pujolistas, y los que se acostumbraron a mirar, como en la Alemania nazi, hacia otra parte, quienes hicieron de lo español ese judío que la canallería necesita para reivindicarse.
La figura neurótica de Quintà resulta patética, pero cabe decir en su descargo que, tiene el valor hasta el final de decir la verdad sobre el saqueo al que esta banda sometió a todo un país asentado en el fango, el miedo y el chantaje. Un país en el que una banda de mafiosos no repara en medios para enriquecerse aun a costa de llevarse por delante lo más sagrado. «Fue en Banca Catalana –escribe Quintà poco después de que, acorralado, Pujol, con setenta años en sus espaldas, en julio de 2014, confesara haber sido un defraudador fiscal durante décadas– donde Pujol impuso métodos que después aún potenció la Generalitat. Mal gestor y pésimo gobernante, pero siempre con voluntad de poder omnímodo, resultaba consecuente (por no decir inevitable) que se rodease de incompetentes».
A esas alturas, el lector, como Macbeth, ya se ha saciado de horrores, e inevitablemente se pregunta qué tiene que ocurrir en un país para que un día se produzca una fractura de tan grandes dimensiones, como dos placas tectónicas que acaban generando un cataclismo. Pujol, su familia y sus secuaces, entre ellos Artur Mas, lo contaminaron todo, inoculando veneno a raudales contra todo ‘lo español’ (símbolo, para ellos, de la opresión). Un veneno perfectamente propagado desde una Cadena Televisiva, TV3, dispuesta a servir a su amo en todo momento.
Será muy difícil, por no decir imposible, reconducir una deriva que alcanza ya límites inadmisibles, como cuando esta semana nos enteramos de que, en tanto que los mossos de esquadra han sido vacunados prácticamente en su totalidad, la guardia civil y la policía nacional espera en vano, con menos del 15% de inmunizados. Esta noticia, que no puede menos de irritar a cualquier ciudadano bien nacido, demuestra el alto grado fascistoide al que ha llegado el gobierno de la Generalitat; un gobierno que permite que los Pujol se paseen por las calles de Barcelona como Pedro por su casa y la impunidad campe por sus respetos. Claro, que hay quien dice que todo se pega menos la hermosura, y la podredumbre no es algo exclusivo de Cataluña.