Hace un año, cuantos Vallés, Herreras, Motos, Ana Rosas o Marhuendas, abundan en el periodismo patrio (y en el local, también) estaban muy enfadados e irritados: el gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez aprobaba un plan contra las 'fake news' por el que se monitorizarían determinadas informaciones y se solicitaría la colaboración de los medios para evitar la difusión deliberada y masiva de desinformaciones que persiguiesen influir en la sociedad con fines interesados y espurios. ¿Lo recuerdan? Aquello fue bautizado como el 'Ministerio de la Verdad', considerando tan notables paladines que las auténticas intenciones del ejecutivo eran fijar mecanismos de vigilancia sobre la opinión pública, resucitando la censura previa.
Ahora es obligado añadir, porque seguramente los antes citados no lo harán con igual vehemencia que el Tribunal Supremo ha inadmitido, por falta de legitimación, un recurso presentado por el Club Liberal Español contra el Procedimiento de Actuación contra la Desinformación, que así se llama aquel mecanismo aprobado por el Gobierno. No es éste el primer revés que han recibido quienes han llevado a la justicia este asunto, sobre el que doce meses después los partidos que más chillaron en contra guardan clamoroso silencio, tras haber intentado sin éxito que la Comisión Europea llamase la atención al ejecutivo español
Como otras polémicas recientes, lo ocurrido con el 'Ministerio de Verdad' define cierta forma de hacer periodismo político en nuestro país, revistiendo de 'dignidad' profesional algo que no difiere mucho del amarillismo más clásico y que tanto se asemeja a aquel afamado parto de los montes relatado en las fábulas infantiles, cuando tras terribles alaridos y contracciones, aquellos dieron a luz un pequeño ratoncillo. Ejemplos del frenesí generado ante denuncias alentadas por las derechas u organizaciones adláteres que luego han quedado en nada no faltan: contra Tezanos por los sondeos del CIS, contra el nombramiento de Dolores Delgado como fiscal general del Estado, contra dirigentes de Podemos por cualquier cuestión,… Duele ver como en esta época de sobreabundancia comunicativa, cada vez proliferan más quienes cultivan con ahínco aquello de que es más cómodo enfadarse que informarse. O como escribió Cervantes ante el túmulo de Felipe II, «fuese, y no hubo nada».