Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Dividendo de la paz

12/05/2022

No son pocos los analistas internacionales que ven indicios suficientes para señalar a la guerra de Ucrania como el acontecimiento con el que se inicia el fin de cinco siglos de dominio occidental y dará paso a un orden global postoccidental con potencias realineadas y bloques enfrentados que vaticinan un mundo menos seguro. Por eso, aunque no hay demasiadas certezas y queda aún por escribir, podría ser que la única consecuencia positiva de la guerra de Ucrania sea que la UE salga reforzada. Si encuentra la cohesión política que precisa para avanzar en la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), podría contar con relevancia militar para aspirar a tener voz propia en el escenario internacional.
Aunque desde 2002, la OTAN ha perseguido establecer, como condición para que un Estado se incorpore a la Alianza, que este destine como mínimo el 2% de su PIB a los gastos de defensa y que, además, el 20% de ese presupuesto se emplee en la mejora de su equipamiento militar, no lo logró hasta 2014. Fue en ese año, en la Cumbre de Gales, cuando finalmente los treinta países miembros acordaron incrementar progresivamente su inversión en defensa hasta alcanzar el 2% del PIB en una década, que cumple en 2024.
Este porcentaje lo invierten países como Letonia, Estonia, Lituania, Grecia, Francia, Alemania -que dobló su presupuesto en defensa tres días después del inicio de la guerra- o EEUU que llega al 3,55% del PIB. España, a pesar de que reconoce su compromiso, tiene un gasto en defensa del 1,02% que está más cerca del de Portugal e Italia y, por el momento, solo se compromete a dedicar el 1,22% del PIB durante esta legislatura.
Sin embargo, es interesante comprobar que, mientras en la década de los sesenta los países europeos gastaban una media del 4% de su PIB en defensa, poco a poco la inversión fue descendiendo y al comienzo de este siglo la media apenas superaba el 1,5%, generándose un dividendo de la paz. El dividendo de la paz es un concepto que acuñaron Mintz y Huang en su investigación, publicada en 1990, sobre el efecto negativo que tienen los gastos militares en el crecimiento económico de una sociedad. Con ello, se referían a la posibilidad que la desaparición de la amenaza soviética ofreció a los países europeos para poder emplear gran parte de los presupuestos que antes dedicaban a su seguridad y defensa, reasignándolos a otros bienes económicos, fundamentalmente, al gasto social y a la prosperidad del Estado de Bienestar.
En la actualidad, para alcanzar el porcentaje acordado para cada país, el conjunto de la UE debe asignar a defensa más de 140.000 millones cada año, por lo que parece razonable prever que, para poder financiar nuestra defensa y seguridad, habrá otras cosas en las que no se podrá gastar lo previsto. Quizá en transición ecológica hacia la neutralidad climática, o en infraestructuras digitales, o en innovación y tecnología para disminuir la dependencia energética y alimentaria o en gasto social.