Enrique Sánchez Lubián

En el Camino

Enrique Sánchez Lubián


Mide dos veces y corta una

25/03/2021

Antonio Balmaseda, ese singular heterodoxo toledano que con tanta maestría moldeaba el hierro en la forja como manejaba la barca con que nos cruzaba el Tajo, me dio este consejo: «mide dos veces y corta una». La sentencia es aplicable para todo en la vida. Esta semana he tenido oportunidad de recurrir, otra vez, a ella.
Corría como la pólvora la noticia de que el Ayuntamiento de Palma de Mallorca quitará el nombre de «Toledo» a una de sus calles para dedicársela al criptojudío Rafael Valls, conocido como ‘el rabino de todos’, a quien en 1691 quemaron vivo en la hoguera. El cambio se justifica al amparo de la ley autonómica de memoria histórica, dado el carácter ‘franquista’ que la denominación de nuestra capital concitaba. Planteado así el asunto, la indignación de cuantos chauvinistas se desbocaron en las redes sociales parecía justificada, pero era una píldora difícil de tragar. Así es que, extrañado, decidí ‘medir’ antes de opinar.
El cambio de calle se realiza de acuerdo con las conclusiones de un censo de símbolos, leyendas y menciones al bando franquista y la dictadura en las Islas Baleares elaborado por el Govern. La calle ‘Toledo’ de Palma fue así designada por la gestora franquista de su Ayuntamiento el 1 de diciembre de 1937 en recuerdo de la ‘gesta’ del Alcázar, a la vez que también se asignaban los nombres de ‘Belchite’ y ‘Brunete’ a otras vías urbanas, glorificando lugares simbólicos de la ‘Nueva España’ fascista. En ese registro, por carecer de semejante connotación, no hay mención alguna a otras calles llamadas ‘Toledo’ en diferentes lugares del archipiélago como Ciutadella o San José (Ibiza), cuyas placas no corren peligro alguno. Así es que, conocidas estas razones, la decisión palmesana no me parece tan tropelía como algunos quieren hacernos creer.
Ante el revuelo formado, la alcaldesa Milagros Tolón no ha dudado en trasladar a su colega mallorquín, José Hila, su descontento por que el nombre de Toledo desapareciese del nomenclátor isleño, solicitándole, a la vez, que nuestra capital continúe teniendo allí una calle, reconociéndola ahora como ‘Ciudad Patrimonio de la Humanidad’. De materializarse tal petición, la misma sería motivo de orgullo colectivo; mantener la antigua mención, tal y como fue concebida en plena Guerra Civil, perpetuaría un oprobio que no a todos representa.